Informar es complejo si buscamos el designio último de la objetividad. Así, es de vital importancia hacerse con un libro de estilo que ayude al gremio de periodistas a desenvolverse en temas relacionados con la salud mental.
Desde la Confederación Salud Mental España nos llaman para hacer aportaciones en primera persona: ¿cómo nos gustaría que nos tratasen los medios?
Se trata de inculcar en las redacciones un lenguaje inclusivo que evite hacer una estigmatización al colectivo al que represento, sin necesidad. Este grupo humano es de lo más diverso, gentes de toda condición, cada uno con un pronóstico de recuperación distinto, cada uno con sus dudas y con sus luces, con su visión del mundo, y con sus ganas de superarse, con ganas de salir del rol de “enfermo”.
Mi aportación. La principal área de intervención sería erradicar el uso de titulares tan desafortunados como: “Enfermo mental ataca un viandante”. En ningún caso se puede hacer categoría de un caso aislado, sin una razón científica que determine la relación entre el diagnóstico de una persona y su actitud violenta.
Lamentablemente, a veces se da este tipo de conjetura y, al hacerse, el informador se está llevando por delante el buen nombre y honorabilidad de un millón de personas, sólo en España, y perpetuando el rechazo.
Antes bien, ante este tipo de sucesos, el buen informador ha de explicar las circunstancias completas que rodeaban al malhechor: si su relación familiar era tortuosa, si estaba bajo el efecto de sustancias tóxicas, o si su situación laboral era desesperada, por ejemplo.
Al introducirse un lenguaje inclusivo, en vez del lenguaje del morbo, el resultado ya no será el estigma, más al contrario, el debate sobre nuestra realidad nos llevará a una conciencia positiva sobre los problemas que rodean a la salud mental.
Los periodistas tienen una gran responsabilidad en la configuración de la imagen pública, y ante una duda siempre se pueden dirigir a nuestra organización. Así se labra el bien colectivo.