La verdad es que estoy un poco descontento con el escaso fomento de buenas prácticas en los hábitos de la lengua española. Y no lo digo porque sea un aficionado de su belleza, sino porque tengo para mí que el idioma es el principal indicador de la evolución de una sociedad.
Toda idea tiene una escala evolutiva dependiendo de su expresión final, o forma. Si no media la meditación verbal, nuestras expresiones serán primerizas, y no tendrán poder de convicción; tampoco espíritu crítico.
A mí me pasa. No es que escriba todos los días, pero cuando relleno una cuartilla, me detengo y me interrogo: “¿tiene la gramática española recursos para divertir mejor con estas ideas?” Y así voy introduciendo mejoras, hasta que…
Os voy a comentar mi truco para dar por buena una cuartilla y sentirme mínimamente satisfecho. El control de calidad definitivo y continuo es: “¿agradará esta selección de expresiones a los académicos de la lengua?” Siendo así, ¡que no gustará al resto de incondicionales!
Esto de agradar a los maestros es una motivación en todas las disciplinas, ya que, de hecho, muchas celebridades empezaron sus teorías imitando la forma de vida de los primeros estudiosos. Por imitación también se aprende, siempre que la referencia sea verdadera, y no espejo feo y filibustero.
Solo sé de algunos nombres académicos, como Pérez Reverte, o Muñoz Molina, pero ¡les tengo tan alta estima! Cabe decir que este respeto es unidireccional, ya que yo les admiro a ellos, pero ellos desconocen mis esencias.
Imaginad lo que habrán tenido que estudiar, que escribir, que leer, que dudar. Simbolizar una letra del alfabeto español, ¿cabe mayor lealtad?
Pero hablando de lealtad y de alta estima. Vengo a llamar la atención sobre un nuevo uso en el catálogo de expresiones; un espacio que suele llenar el anglicismo “hobby”. Se trataría de ampliar el significado de la palabra “juguete” hacia ese espacio simbólico que es el “hobby” o “afición”. Así, en vez de “mi hobby es tocar la batería”, se diría “mi juguete es la batería”. O, en vez de “mi afición es el golf”, se diría “mi juguete es el golf”. Y así.
Parece una tontería, pero traer al mundo una nueva intención no es cosa menor.
En esto andaba yo cuando me puse a pensar en lo distinguido de hacer un buen uso del idioma, ahora que la brevedad de las redes sociales asedia el placer de la argumentación, y nos contagia con sus gracias, cercanas a la vulgaridad.
Quizá haya que explicar a los jóvenes que algunos de los principales hacedores de la humanidad se expresaban en el idioma castellano, y que en la imitación de sus talentos hay todo un mundo por descubrir.
Claro que “hacer castañuela” con la vulgaridad y la baja formación va ganando la partida.