Hace menos años de lo que parece, un invento extraño con fundamentos y utilidades difíciles de explicar se acopló paulatinamente como elemento indispensable de nuestros ordenadores laborales primero y también domésticos después. "El Intenné ese" se había erigido como uno de los grandes avances de la Humanidad y se había colado así en nuestras vidas hasta un punto impensable, hasta ser como el aire que respiramos. Un par de generaciones después aseguramos que la inmensa mayoría de aquellos que miraban con recelo lo de "navegar" sin necesidad de barco ni mar ahora viven con la nariz pegada al teléfono, y más pegada aún aquellos que han nacido con la naturalidad de las clases virtuales, los videojuegos online y las televisiones inteligentes.
Pero centrémonos en la relación del la Red con el mundo audiovisual, no vamos a estas alturas a ponernos a hablar largo y tendido de algo tan común como el coche o la lavadora, sino de lo importante que ha resultado este elemento para el giro y el posterior rumbo del campo del cine y la televisión. Cuando la transmisión de ceros y unos permitieron que uno pudiese ver una película en la pantalla de su ordenador, pónganse en situación, pareció cosa de brujería, y se supo que aquello había llegado para quedarse. Posteriormente tabletas, teléfonos con pantallas descomunales, Internet incorporado al televisor, a la videoconsola o incluso canales exclusivos para ese medio lo han convertido en el negocio del siglo XXI (a la tiranía de las compañías de telefonía que ofrecen conexión a la vez me remito, sí, esas que nos amenizan tantas sobremesas con sus insistentes llamadas para que las escojamos a ellas).
Todo esto hace que muchos hábitos hayan cambiado en un lapso de tiempo absurdamente corto, entre ellos el del coleccionismo. Cuando empezamos a adentrarnos en la ya comentada por estos lares "revolución de las series", no solo gran parte del público optó por la ficción en casa con menos duración y una historia por entregas más a largo plazo, sino que la calidad de lo que ofrecían unida a los soportes, primero en DVD y luego en BluRay (pasando por otros que no cuajaron y superando el viejo VHS que tanto espacio ocupaba), dio con colecciones de discos con las temporadas de tu serie favorita en la estantería. El cine en menor medida llevó una trayectoria parecida, permitiendo al espectador la posibilidad de ver esa peli que tanto te emociona en casita con un buen sonido, una buena pantalla y con extras y todo.
Pero cuando yo vengo a hablar del fenómeno coleccionista es precisamente cuando detecto el final del camino de esta forma de hacer negocio; así las cosas, aún no sabríamos cuantificarlo con datos reales, pero tenemos la certeza de que las cadenas de consumo audiovisual online que ofrecen una tarifa mensual por ver temporadas completas de series e incluso una considerable reserva de estrenos o cine de otras épocas está volviendo a dar una vuelta de rosca al mundillo. Son muchos los que han cambiado el placer completista de ver en sus estanterías la opción inmediata del cine o las series que más le gustan por la facilidad de acceder a muchas de ellas pulsando el botoncito de un mando y dejando el susodicho espacio en los estantes para otra cosa. Respetable y razonable.
Las grandes superficies, aunque parte de la causa también sea la venta masiva online, ven reducidas con el cambio de hábitos sus secciones de audiovisual en soporte físico, y con ellas desaparece parte del romanticismo.
Con todo, somos todavía bastantes a los que no nos convence que nuestra despensa de recuerdos o apetencias en pequeña (cada vez menos pequeña) pantalla tenga que pasar por la limitación de un catálogo de existencias en ese momento.
Porque estoy hablando de algo distinto a "¿echamos una pelí?", estoy hablando de, los cinéfilos/seriéfilos me entenderán, una afición que implica sensaciones y emociones, que va más allá del buen rato con palomitas y que parece tener fecha de caducidad. Veremos cuánto tiempo nos queda…