Opinión

El incólume Don Juan

Parece bastante razonable pensar que, a lo largo de la presencia del ser humano, han existido siempre especímenes del sexo masculino que por sus características − y no tiene que ser necesariamente la belleza física− han influido sobre cantidad y variedad de componentes del sexo femenino. Han recopilado por ello, en sus periodos vitales, un alto número de aventuras o episodios amorosos.

Las referencias a esta tipología, sin remontarnos a tiempos y culturas más antiguas, podemos encontrarlas en leyendas y tradiciones orales medievales europeas. En nuestro país aparecen en romances antiguos gallegos y leoneses, como el localizado en la comarca leonesa de Omaña protagonizado por el que denominaban “galán” que “diba pa misa” pero que realmente “diba por ver las damas”

Sin embargo, el mito del conquistador toma importante vigencia cuando se traspone a la creación literaria bajo diversos enfoques y denominaciones. Algunos ven antecedentes en “El infamador” de Juan de la Cueva, en “El valiente Céspedes” o en “La fianza satisfecha” de Lope, en el “Hércules de Ocaña” de Luís Vélez de Guevara- refundición del Céspedes- o en el de Juan Bautista Diamante.

El mito de Don Juan nace nítidamente con el barroco español en dos obras “El burlador de Sevilla” y en “Tan largo me lo fiais”, sobre las cuales algunos investigadores − aunque la primera se atribuye mayoritariamente a Tirso− discuten en que sean de Tirso de Molina o de Andrés de Claramonte.

Sea como fuere el tratamiento que se hace a Don Juan corresponde a las características de la época barroca− se conserva publicación del Burlador de 1630− y tiene un carácter moralizante condenando al malhadado seductor, por su conducta, a los infiernos. En una parte de la obra, dice descaradamente: “Sevilla a veces me llama el Burlador, y el mayor gusto que en mí puede haber es burlar una mujer y dejarla sin honor”.

En el posbarroco, casi cien después de la aparición del Burlador, el dramaturgo Antonio de Zamora compuso − en 1714 o en 1722− su “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague y convidado de piedra”, una nueva versión de Don Juan. Se diferencia de la figura de Tirso en que su protagonista actúa más guiado por el razonamiento en la transgresión de las normas que por lo instintivo y pasional y el autor deja en el aire una cierta ambigüedad entre la condena y la salvación.

Alrededor del 1657, se escenificó la leyenda en Francia y aparecieron nuevos tratamientos literarios de la figura de Don Juan.

Molière, escribió su “Don Juan o el convidado de piedra (Dom Juan ou le festin de Pierre)” y fue estrenada en 1665. El personaje sigue siendo un libertino pero más intelectual, criticando los vicios sociales como el cinismo y la hipocresía −incluso adoptándolos− y reivindicando la libertad del individuo. Conoce las debilidades de las personas y su pasión es dominarlas. Parece ser más un escéptico que un ateo y al final se le castiga con la muerte. El dramaturgo italiano Carlo Goldoni escribió su D. Juan para los carnavales de Venecia 1736 y personaliza al seductor como un ser amoral, sin sentimiento de culpa.

Mozart puso música a un libreto de Lorenzo da Ponte − plagiado en parte de una ópera de Gazzaniga− que tituló “Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni” y que se estrenó en Praga en 1787. Don Giovanni es un seductor sin escrúpulos que se niega a arrepentirse y es castigado enviándolo a los infiernos.

Lord Byron también se sintió atraído por la leyenda de Don Juan y compuso un poema satírico de diecisiete cantos, aunque el último quedó incompleto por su muerte en 1824. Su retrato del mito tiene mucho de secuencias autobiográficas y lo representa, no como es tradicionalmente contemplado como seductor, sino más bien como un ser fácilmente seducido por las mujeres.

Alexander Pushkin con “El convidado de piedra” en 1830; Prosper Mérimée con su novela “Les âmes du Purgatoire”, en 1834; Alejandro Dumas padre con el estreno en 1836 de su “Don Juan de Maraña o la caída de un ángel” o Søren Kierkegaard “Diario de un seductor” en 1843, son solo algunos de los grandes autores que han bebido para su creación literaria en la figura de Don Juan.

En nuestro país el poeta romántico José de Espronceda con su Don Félix de Montemar, de indudable personalidad donjuanesca, recreó la figura del Tenorio en un poema narrativo publicado en 1840.

En este recorrido cronológico desembocamos en quien sin duda alguna ha dado a Don Juan el mayor reconocimiento y popularidad. El escritor vallisoletano José Zorrilla escribió con solo 27 años y en tres semanas su renombrado “Don Juan Tenorio”, la obra teatral más puesta en escena en España.

Como fiel representante del romanticismo y quizá influido por su acendrado sentimiento cristiano, recreó una figura del mítico seductor sevillano alejada de los anteriores planteamientos. Frente a la condena eterna, contrapuso el perdón por sus fechorías que, − volviendo al sentimiento romántico− pudo lograrse gracias al amor de una mujer, Doña Inés de Ulloa: “Un punto de contrición, da a un alma la salvación y ese punto aún te dan”.

Su argumento es sobradamente conocido: el baladrón Juan Tenorio apuesta con otro fantoche, Luís Mejías una competición de conquistas. Ello desemboca en una serie de trágicas consecuencias, huidas y regreso, con el triunfo final del amor, aún después de la muerte.

Es una obra escrita en verso. El escritor apurado por asuntos económicos vendió baratos los derechos de la misma, por 4,200 reales de vellón − unos seis euros al cambio actual− y se estrenó el 28 de marzo de 1844, en el Teatro de la Cruz, de Madrid con, verdaderamente, poco éxito y repercusión. Sin embargo, pocos meses después, el 1 de noviembre, se reestrenó en el Teatro del Príncipe, también en Madrid y alcanzó la resonante popularidad de la que goza aún en la actualidad.

Parece ser que el día de Todos los Santos se representaba, cada año, la obra de Antonio de Zamora “No hay plazo que no se cumpla…”, pero a partir de 1844 tomó el protagonismo el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla que continúa representándose en muchos teatros. De forma especial, por citar dos ejemplos, en Valladolid, lugar de nacimiento del autor, en el Teatro Zorrilla y en Alcalá de Henares en la Huerta del Palacio Arzobispal y declarada recientemente Fiesta de Interés Turístico Nacional.

Quizá con el resquemor de haber vendido la obra y no poder disfrutar de los pingües beneficios que estaba reportando, manifestó en varias ocasiones y escritos −aunque a veces de forma contradictoria− su aversión: “Mi Don Juan es el más grande disparate que se ha escrito, porque siendo yo al imaginarlo un chico tan atrevido como ignorante, ni pensé el plan ni supe lo que hice. No tiene carácter, ni lógica, ni consecuencia, ni sentido común”.

El Don Juan ha sido protagonizado por los más significados actores y actrices del teatro, de la ópera y del cine − tal vez en 1908 se rodó la primera vez en un cortometraje mudo− y se han escrito sobre él infinidad de libros y ensayos. Por citar algunos autores de la interminable lista − quizá muchos más que las conquistas de que presumían en la obra los dos libertinos− señalamos y solamente españoles a: Clarín, Campoamor, Pérez Galdós, Echegaray, Menéndez Pelayo, Valle-Inclán, Azorín, Antonio y Manuel Machado, Lorca, Ortega, Marañón …

Todos los Don Juan de la historia han incorporado una serie de personajes al mito: Además de la figura esencial del Comendador, están las mujeres: Isabella, Tisbea, Doña Ana, Aminta en el Burlador; Doña Elvira, Charlotte y Mathurine en Molière; Doña Ana de Ulloa, Doña Beatriz de Fresneda y Julia Octava, en Zamora; Doña Inés de Ulloa, Doña Ana de Pantoja, Lucía y Brígida, en Zorrilla. Los criados dan el toque gracioso: Catalinón en Tirso, Camacho en Zamora, Sganarelle en Molière, Leporello en Mozart, Ciutti en Zorrilla… Llegan un año más los días de los Santos y de los Difuntos y unido a ellos las representaciones de Don Juan Tenorio, incólume tradición desde hace 154 años. Los españoles debemos sentirnos orgullosos que nuestra literatura haya dado a luz personajes universales como Don Quijote de Cervantes, la Celestina de Fernando de Rojas, el anónimo Lazarillo de Tormes o el Don Juan Tenorio de Tirso y Zorrilla.

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