Como se sabe, el día 20 de septiembre La Legión conmemora cada año el aniversario de su creación aquí en Ceuta, cuna que fue – y que sigue siendo - de dicha Unidad de élite que desde entonces viene guarneciendo esta Plaza. Y ya en otras ocasiones me he referido en esta fecha a los excelentes servicios que tiene prestados este cuerpo legionario a Ceuta y a España, al igual que otros de esta Plaza, como recojo en mi libro “Pasado y presente de Ceuta”. Y esta vez voy a ocuparme del incidente surgido el 12-10-1936 entre Millán Astray y el entonces rector de la Universidad de Salamanca, Miguel Unamuno, que algunos se empeñan en presentar como el enfrentamiento del estamento militar con la cultura; pero que sinceramente creo que para nada se trató de eso, sino de la culminación de un estado previo de cierto grado de enemistad y animadversión personal entre ambos contendientes que había venido gestándose desde tiempo atrás y que terminó ese día en el violento encontronazo verbal.
Pero, para enmarcar los hechos dentro del contexto que provocó el incidente, hay que referirse primero a la personalidad de los enfrentados. El uno era, por propia naturaleza, la antítesis del otro, es decir, los dos diametralmente opuestos entre sí y, además, ambos coincidían en su carácter temperamental vehemente, muy impulsivo y visceral. Luego, Millán Astray inculcaba a sus legionarios el valor de la muerte. Así, cuando el 10-10-1920 llegó a Ceuta los que luego serían los componentes de la Primera Bandera, el fundador los recibió en Ceuta arengándoles: “Os habéis levantado entre los muertos, porque no olvidéis que vosotros ya estabais muertos, que vuestras vidas estaban terminadas. Habéis venido aquí a vivir una nueva vida por la cual tenéis que pagar con la muerte. Habéis venido aquí a morir. ¡Viva la muerte!”. Por el contrario, Unamuno defendió siempre el valor de la vida.
A ello había que unir el clima de guerra civil y de tensión generalizada que entonces se vivía, el de las dos España enfrentadas por las armas, que nunca más se debe repetir entre propios compatriotas. Más Unamuno y Millán Astray pertenecían ambos al Ateneo de Madrid, donde se debatía mucho por parte de grupos de tendencias discrepantes, que en bastantes casos se dedicaban a zaherirse los unos a los otros. Y en cierta ocasión llegó a oídos de Millán Astray que Unamuno iba diciendo que el primero “se había hecho rico con el sacrificio de los soldados que luchaban en África”. Un día refiriéndoselo Millán Astray a Pemán - que estuvo presente en el incidente - le apostilló: “...Y eso no se perdona”. Además, Unamuno ensalzaba mucho en sus artículos y conferencias a la “Inteligencia”, de la que gustaba hacer machacona y empalagosa gala; la escribía con mayúscula y con ella fustigaba hasta al propio Ortega y Gasset, para el que gustaba de escribir cultura con “k”. El escenario prebélico entre ambos estaba así servido, y sólo cabía esperar la ocasión propicia para el enfrentamiento.
Unamuno era rector de la Universidad de Salamanca, y a pocos metros había instalado Franco su cuartel general. Llegado el día entonces llamado de “La Raza”, los actos conmemorativos se celebraron en el paraninfo universitario, estando invitada la esposa de Franco, Dª Carmen Polo, quien llegó al acto y Unamuno estuvo algo despistado y no se dio cuenta de ofrecerle el lugar preferente que por protocolo le correspondía. Millán Astray recriminó entonces al rector que “no hubiera ubicado a la Señora del Jefe del Estado en el lugar preferente”; accedió presto a rectificar Unamuno colocándola con él en el podio, pero la tensión iba ya en alza. Abrió el acto el profesor Maldonado de la Universidad, descendiente del célebre comunero de Castilla del mismo apellido, quien de forma muy imprudente se refirió “a los nacionalistas de esas regiones que eran cánceres en el cuerpo de la Nación, que el fascismo los iba a exterminar”. Después habló Pemán poniendo mucha moderación, cordura y sensatez en sus palabras magistrales. Pero Unamuno era vasco, y la mecha había sido ya antes prendida por Maldonado.
Acto seguido, tomó la palabra Unamuno en su calidad de Rector para comenzar diciendo: “Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del Profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao...”. Si el discurso de Maldonado había soliviantado a los presentes, el de Unamuno produjo ya la deflagración cuando aseveró: “España, sin las Vascongadas y Cataluña, sería tan inútil como un cuerpo manco y tuerto”.
Millán Astray, que tenía su cuerpo impresionantemente torturado por sus cuatro heridas y mutilaciones sufridas en campaña (perdió un ojo y un brazo), pues, claro, entendió aquella innecesaria referencia como una grave mofa y ofensa a su honor y dignidad. Y fue cuando tomó la palabra para defenderse, y exclamó: “¡Muera la inteligencia!”, de la que tanto gustaba presumir Unamuno. Si bien, hay varias versiones que se contradicen. Por ejemplo, el escritor inglés Hugh Thomas asevera que lo que Millán Astray gritó fue: ¡Mueran los intelectuales!, que el mismo general desmintió, porque lo que deseó fue muerte a la “Inteligencia”, pero a la inteligencia que entendía representaba Unamuno.
A mi modo de ver, aunque los hechos estuvieran propiciados por el escenario prebélico de resentimiento y animadversión que se daba entre ambos contrincantes y que luego fue reavivado con el discurso precedente de Maldonado, tanto Unamuno como Millán Astray no fueron capaces de controlarse y dieron un mal ejemplo, que nunca debió suceder entre personalidades de su rango y responsabilidad que debieron guardar su compostura y saber ser y estar en un acto público de tal relieve, y dirimir luego sus asuntos personales de manera privada, haciendo buen uso de la templanza, del juicio sereno y ponderado y de la buena educación que siempre es dado mantener entre las personas de bien.
Pero, lo que para nada se dio fue el supuesto enfrentamiento entre el estamento militar como Institución y los intelectuales civiles como élite cultural, habida cuenta de que para nada son ambas antitéticas entre sí. Es decir, a mi modo de ver – y así lo tengo expuesto en algunas de mis conferencias dadas en el Aula de Cultura del Casino Militar de Ceuta – la cultura no es ni civil ni militar, sino que es ambivalente para quienes la poseen, que pueden ser tanto militar como civil. O sea, se puede ser militar y ser también culto e inteligente; y, viceversa, se puede ser civil y poseer una vasta cultura castrense sin necesidad de ser militar. De hecho, hubo escritores militares que pertenecieron a la misma Generación del 98 de Unamuno, como Ibáñez Marín, Fanjul, Berenguer, Burguete, etc. El mismo Cervantes nos dice en El Quijote que: “Ser militar obliga a tener astucia, cultura y discernimiento”. A la vez, también ha habido personas civiles que han disertado en foros militares de prestigio con gran solvencia y saber, incluso sobre temas militares.
De otra parte, el mismo Millán Astray, en sus últimas voluntades antes de morir, hizo expreso reconocimiento de que siempre trató de comportarse como un caballero cortés. Tan es así, que hasta dio el título de “Caballero legionario” a todos los que pertenecen a La Legión. Y recogió antes de morir lo siguiente, a modo de epitafio: «He procurado seguir el camino del amor a Dios, el culto a la Patria, al honor, al valor, a la cortesía, al espíritu de sacrificio, a la caridad, al perdón, al trabajo y a la libertad con justicia. O sea, el camino de los caballeros…Quiero que mi caja [ataúd] sea muy sencilla. Que pongan [sobre él] mi gorro legionario y un guante blanco...Que sean mis legionarios quienes me metan en la fosa». Y así creo que han quedado aclarados los motivos de aquel desagradable incidente. Muchas felicidades a La Legión y a todos sus Caballeros Legionarios-as en tan solemne conmemoración.