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El horario del profesorado

Cuando escuché por la radio a la señora Ana Botella, ratificando lo que la Presidenta madrileña decía sobre el profesorado, lo de si trabajamos poco y tenemos pocos alumnos por aula repasé de memoria las vivencias sufridas durante años, dentro del mundo de la enseñanza, pero esta vez voy a reflejar solamente algunos aspectos de los cinco de mi trabajo en Madrid. Como llevaba buena preparación y título de inglés de mis estudios en Ceuta, me “echaron” todo el inglés de Secundaria primer ciclo, dos líneas, por lo que además de la atención semanal a los padres, las reuniones de departamento, los claustros, la vigilancia de recreos, la hora semanal de guardia para atender a las incidencias,…me sentía como una lavadora a la que ponen en funcionamiento y está lavando desde primera hora de la mañana, hasta el mediodía, sin parar.
Luego llegaba a casa, y la frase que todos conocían como repetición incansable, monótona, era:”dejadme, por favor,  que vengo para que tiren al cubo de la basura, vengo muerta”. Porque los chicos/as por muy buenos que sean, se mueven, hablan, tienden a cansarse, se pelean a veces, si no vienen con buena educación familiar, te increpan, en una palabra, están vivos, gracias a Dios y el objetivo del maestro es que atiendan y avancen en sus conocimientos.  Por las tardes, en casa, tenía que preparar el temario y las cintas grabadas para el día siguiente.
Diseñaba  las visitas culturales que se debían realizar a lo largo del curso, como el Madrid de los Austrias, el Madrid Galdosiano, entre otras. Preparaba los exámenes semanales y una vez realizados, los corregía y después ponía las notas en el cuadernillo. Aparte, debías sacar tiempo para la adquisición de cursos de perfeccionamiento, pues se supone que no vas a anquilosarte toda la vida profesional con los mismos conocimientos con los que partiste en un principio, tienes que reciclarte en otras habilidades y disciplinas y estar cada vez mejor preparado/a, para que los seres vivos que te esperan se  beneficien  de ello, y por lo tanto, hay que estar en continuo estudio, además de una exigencia ministerial por la cuestión de los sesenios y ampliación de currículum.  Siempre hubiera sido mejor el haberme dedicado a otra profesión más descansada, pero el problema consistía en que desde pequeñita había demostrado gran afición por el mundo de la enseñanza y me movía como pez en el agua cuando daba clases a los más pequeños que yo. Y me sigue gustando ver cómo con tu pericia van cambiando los chicos de actitud, se hacen responsables, toman gusto por aquello que le enseñas, saben ser agradecidos, etc.
Cuando sales de una intensa jornada de trabajo duro, das vueltas en tu cabeza sobre cómo deberías haber enfocado esto o aquello, eres muy crítica contigo misma, y deseas volver a encontrarte con ellos al día siguiente, para solucionar cualquier conflicto que hubiera podido quedarse a medias por falta de tiempo y maduración del mismo. Es decir, que son muchas más horas de  las que  hablan las  jefas  de la comunidad de Madrid.  
El maestro o profesor no se encuentra con “papeles”, se encuentra con seres vivos a los que educar, no sólo enseñando la materia/as que ha de impartir, sino una serie de hábitos,   costumbres sociales, que les irán bien de cara al futuro.
El maestro, aunque parezca una falacia, da la vida por sus alumnos, se implica en sus problemas personales y de familia, pues los críos tienden a contar sus penas y sus alegrías. Y sus penas suelen ser muy dolorosas, tanto, que a veces debes remitirlo al psicólogo del centro o asistenta social para que ayude a solucionar lo que puede convertirse en trauma insalvable. Todo  a base de tramitación y papeleo pertinente, para  poner en marcha determinadas  actuaciones. Después estaba, me refiero a Madrid, el problema de la directora del centro, elegida por aquel entonces a dedo,  por superiores que no conocían la realidad cotidiana. Parecía  tener una enfermedad mental que  yo conocía, por desgracia, muy bien. Pocos saben lo que es  trabajar  con una pesadilla semejante, en una época  donde  el acoso laboral “no existía”. Parecía todo aquello una película de terror que debías tragarte, si no, se era una  persona conflictiva  o contestataria. De estas situaciones se contraen las enfermedades laborales. Problemas cardiacos, de tiroides, de tensión arterial, de diabetes, y no digo más.
Por estas razones, no comprendo cómo la señora Botella ha podido estar tan poco acertada, al corroborar las afirmaciones de la señora Aguirre. No lo puedo comprender, en serio. Es una actitud  desde mi punto de vista, algo chulesca, sin saber en realidad, que ha tocado a la parte más sensible de la población española, pues su estado de ánimo depende muy mucho  la actuación diaria de clase. De ahí, no se extrañe la señora Botella, vendrán todas las bajas referentes a depresiones  e historias parecidas. Y para colmo, recordando el pasado, todo hay que decirlo, la nómina se me reducía a humo en breve tiempo…
Me contaba mi hermana que en una consulta médica, en Israel, una mujer taimaní, con varios hijos y escaso salario, comentaba que no tenía televisión, pues lo primero eran los estudios de sus hijos y su presupuesto no daba para más. Aquí, las señoras Aguirre y Botella piensan al contrario, si hay que recortar, en Educación.  
Quizás tendría que haberme abstenido de hacer comentarios sobre mi mísma, pido disculpas, pero a veces resulta más gráfico y comprensible contar las historias en primera persona, como ejemplo y comprensión de asuntos mayores.

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