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El hilo musical de San Amaro y el hombre posthistórico

La semana pasada se nos pidió opinión sobre la instalación de un hilo musical en el Parque de San Amaro. Desde Septem Nostra comentamos que nos parecía un absoluto disparate la instalación de un hilo musical en un parque periurbano. Además de un claro dispendio económico, constituye una auténtica aberración que se altere el sonido de la naturaleza con música sea del tipo que sea. No sólo supone una molestia para los usuarios del parque que buscan en su paseo por este lugar reencontrarse con su propia naturaleza, huir del “mundanal ruido” y recuperar el contacto perdido con la naturaleza, sino que distorsiona el sonido ambiental del entorno afectando a los animales que allí tienen su hábitat natural. Es lógico y normal que la gente se muestre molesta al encontrar en un parque aquello de lo que se huye: el ruido, las prisas, la música enlatada. Quieren y desean acercarse a la naturaleza para recuperar su esencia animal, su pertenencia a la naturaleza compartida con todos los seres vivos del planeta. Sólo una mente dominada por el mecanicismo, el automatismo, la uniformidad, un ser posthistórico desprovisto de  humanidad y dominado por el maquinismo es capaz de diseñar y luego encontrar responsables políticos que apoyen la instalación de un hilo musical en uno de los rincones menos antropizados de Ceuta.
El genial Vicente Álvarez supo traducir, al día siguiente en su viñeta, la parte final de nuestro comentario. Aquello del “mecanicismo, el automatismo, …..” fue traducido por la célebre Pavana a Pepe el Caballa como “¡Que tol mundo está ya hasta los cohone de los artavoses San Amaro¡”. No se podía encontrar mejor adaptación al lenguaje coloquial. No obstante, sí que nos gustaría reflexionar sobre el tipo de pensamiento que se encuentra detrás de una decisión tan desconcertante como la de instalar un hilo musical en un parque. Para nosotros es evidente que se trata de un claro indicio del triunfo del hombre posthistórico. ¿Y quién es este ser posthistórico?. Este epíteto fue empleado por primera vez por Roderick Seidenberg, en un libro del mismo título. La tesis de este autor, resumida por Lewis Mumford en su obra “Las transformaciones del hombre”, “es que la vida instintiva del hombre, dominante a través de todo el largo pasado animal del mismo, ha ido perdiendo fuerza en el curso de la historia a medida que su inteligencia consciente ha ido conquistando dominio sobre una actividad tras otra”.  Lo que en principio podía parecer un logro para la humanidad, el control de la parte instintiva del ser humano, ha derivado en un dominio absoluto de la inteligencia que presiona sobre las actividades biológicas y sociales hasta el grado de que aquella “parte de la naturaleza humana que no se someta complacientemente a la inteligencia con el tiempo será destruida o extirpada”.
La actitud del hombre posthistórico frente a la naturaleza le lleva a concebirla como “materia muerta, que ha de ser destruida, vuelta a reunir en sus partes y reemplazada por un equivalente hecho a máquina”. ¿No es precisamente esto lo que han hecho con el Parque de San Amaro?. Todo lo natural, la vegetación, los caminos tortuosos, el arroyo natural que discurría por este lugar han sido destruidos y reemplazados por sustitutos mecánicos. El agua ya no fluye sobre el lecho del arroyo, sino sobre un fondo de cemento y hormigón, o mármol blanco; los caminos han sido trazados a escuadra y cartabón, además de ser enlosados sin dejar que aflore un centímetro de tierra natural; la libre disposición de árboles, arbustos y flores naturales ha sido sustituidos por parterres en los que hasta las plantas han sido perfectamente alineadas en perfectas líneas rectas. El remate ha sido eliminar el propio sonido de la naturaleza para ser reemplazado por el incesante ruido de la radio o la música enlatada.
El parque de San Amaro es un perfecto ejemplo de la tendencia a la uniformidad que impone el pensamiento del hombre posthistórico. Tal y como comenta el maestro Mumford, “en contraste con las diversidades orgánicas, originariamente producidas en la naturaleza y multiplicadas por gran parte de los esfuerzos históricos del hombre”, en el seno de la mentalidad posthistórica, “el contorno en su totalidad se torna tan uniforme y tan regular como una supercarrretera asfaltada, a fin de servir al funcionamiento uniforme de una uniforme masa de unidades humanas”. ¿Se han fijado en el aspecto que ha adquirido la parte media del Parque de San Amaro? ¿No les recuerda a cualquiera de las carreteras, como mediana eso sí floreada, de otros puntos de la ciudad?.
No hay manera de huir de la uniformidad que impone el hombre posthistórico. Vayamos a donde vayamos nos encontramos los mismos tipos de bancos, maceteros, papeleras, farolas, suelos de granito y demás mobiliario humano. Nos imponen la máxima monotonía y estamos, como bien decía Vicente Álvarez, hasta los coj…..de ver siempre lo mismo, miremos a donde miremos. En su objetivo por imponer la uniformidad, no hay aspecto de la naturaleza ni del hombre que no pueda ser invadido. Mumford se planteaba algunas preguntas realmente pertinentes: “¿Por qué habría de conservar el hombre posthistórico parte alguna de la individualidad circundante que todavía existe en la tierra y a la vez amplía el campo de la elección humana, las padreras, los pantanos, los bosques, los PARQUES, los viñedos, el desierto y la montaña, las cascadas y los lagos?, ¿Por qué no demoler las montañas, sea para obtener granito y uranio y más suelo y una provisión mayor de energía atómica o sea simplemente por el solo placer de nivelar y demoler, hasta que toda la redondez de la tierra se convierta en una superficie aplanada?. La respuesta del hombre posthistórico a estas cuestiones es siempre positiva: si se puede, hágase.
El hombre posthistórico “para su propia seguridad, así como también para asegurar el culto de su dios, la máquina, debe borrar todo recuerdo de las que las cosas que son salvajes e indomables, coloreadas y veteadas, únicas y preciosas”. Por eso alguien decidió instalar hilo musical en el Parque de San Amaro, porque allí alguien podría buscar soledad y paz interior y esto no encaja en la mente de un hombre posthistórico. Su objetivo no es otro que la destrucción de todos los espacios en estado natural para que deje de existir cualquier alternativa que no sea la vida posthistórica. Si  permitimos que complete su plan tendríamos que hacernos la siguiente reflexión, expuesta por Mumford: “Si el fin de la historia humana fuera un tipo uniforme de hombre que se reprodujera en escala uniforme, dentro de un contorno uniforme (con un sonido ambiente igualmente uniforme, añadimos nosotros), mantenido a una temperatura, presión o humedad uniformes, que viviera una existencia uniformemente muerta, con sus necesidades físicas uniformes satisfechas por productos uniformes, y si todas las rebeldías interiores se aplacaran mediante hipnóticos y sedantes, o mediante extirpaciones quirúrgicas, si fuera una criatura bajo presión mecánica constante, desde la incubadora hasta la incineradora, desaparecerían la mayor parte de los problemas del desenvolvimiento humano. Quedaría entonces un solo problema: ¿Por qué se molestaría nadie, ni siquiera una máquina, en mantener viva a esa clase de criatura?”.
A algunos puede parecerles trivial el episodio del hilo musical en el Parque de San Amaro, pero no lo es tanto si lo analizamos desde la perspectiva del proyecto ideado por el hombre posthistórico. Y no se confundan, el ser posthistórico no es un malvado, como el de las películas, encerrado en su guarida secreta y moviendo los hilos del mundo desde la pantalla de un megaordenador. La mayoría de nosotros compartimos muchos atributos del hombre posthistórico. Nuestra vida está dominada por la rutina, dejando poco espacio para el pensamiento autónomo y poco tiempo para escuchar nuestra voz interior. Muchos sienten un miedo atroz de encontrarse consigo mismo y darse así la oportunidad de rememorar su pasado, reflexionar sobre su presente y preparar su futuro. Por eso mantienen su mente constantemente ocupada con el sonido de la radio, la imagen de la televisión o los mensajes que llegan a su ordenador o teléfono móvil. ¿Cuántos son los que su primer gesto al despertarse es encender la radio o el televisor? ¿Cuántos pasean con los auriculares puestos?. Están en su derecho, nadie se lo va a negar. Pero, por favor, pedimos a quienes tienen en su mano el diseño y mantenimiento de nuestros parques que se abstengan de modificarlos bajo criterios posthistóricos. Todavía quedamos un pequeño grupo de personas que hacemos un esfuerzo para huir de la monotonía que nos impone el vigente modelo de vida. Y nos gusta acercarnos a la naturaleza para disfrutar de ella y reencontrarnos con nosotros mismos.

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