A menudo escuchamos esa frase tan socorrida de que todo ya está inventado. No importa a qué se aplique, a la música, al cine, a los negocios o a cualquier otro ámbito de la vida, cada vez que hay ocasión se vuelve a desenvainar con una evidente intención pedagógica para dejar de manifiesto que hemos heredado una sabiduría popular fraguada a través de los años.
Pedro Sánchez también ha escuchado esa frase, y ha decidido seguir una estrategia política basándose en esa máxima. Tampoco es que existan demasiadas opciones para él. No tiene apoyos parlamentarios suficientes para llevar a cabo sus políticas en la legislatura, recibe presiones políticas de sus “aliados” que rozan el chantaje para obtener lo que el PSOE no puede permitirse dar, no tiene los votos que dan las urnas para presidir el país, pero ahí está, presidente del Gobierno de España. ¿Quién lo iba a decir hace tan solo unos meses?
La papeleta para gobernar en esas condiciones es muy complicada. No hay más que ver la dificultad que le supone tan solo designar un cargo para dirigir la televisión pública, por poner un ejemplo. Por tanto, ante estas hostilidades que amenazan su reinado recién conquistado, ha decidido echar mano de la sabiduría popular, aquella que se enseñaba en las escuelas preconstitucionales sobre los héroes nacionales de la Reconquista y que daban lustre a nuestra historia como si del NODO se tratara. Y se ha remontado a otro verano, concretamente a un mes de julio de ¡hace 919 años!
Aprovechando su agenda cultural en Castellón este fin de semana, su compañero Ximo Puig seguro que le ha recordado lo que pasó en Valencia en el año 1099. La conversación imagino que debió de transcurrir tal que así:
“– Pedro, digo señor presidente, benvingut. ¿Cómo que se viene usted hasta Castellón si mi sede la tengo en Valencia? Y por cierto, ¿qué hay de lo mío?
Calla, Ximo, calla, a ver si paso desapercibido. Es que tengo un conciert… un evento cultural esta noche y me he acercado en el jet, que es temporada alta y no me apetece aguantar las retenciones de la A3.
Entiendo, señor presidente. A mandar. Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. Ah, y si tiene un rato entre canción y canción, échele un vistazo al Cantar del Mío Cid y a las leyendas que hay sobre Valencia y las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar. Estoy seguro de que podrá sacar valiosas enseñanzas.”
Ya, lo sé, lo sé, es una recreación fabulada y totalmente libre sobre la conversación, pero encierra la llave de la política de Pedro Sánchez y del Partido Socialista en general.
En julio de 1099, Rodrigo Díaz de Vivar había muerto alcanzado por una flecha del ejército almorávide que amenazaba la ciudad de Valencia. Ante los constantes rumores de la muerte del Cid, el ardor de las huestes atacantes fue encendiéndose de un modo tal que entre el ejército cristiano se temió por el desenlace de la batalla. Ante esta situación, se echó mano a un recurso planeado por el propio Cid antes de morir. Por órdenes de su esposa Jimena, su cadáver fue embalsamado, lo montaron y sujetaron sobre su caballo Babieca y se abrieron las puertas de Valencia y por ellas salieron todos los caballeros al galope, con el Cid a la cabeza. Las tropas del caudillo Ben Yusuf, al verle, quedaron desconcertadas al creerle muerto y el miedo y el desconcierto cundió entre ellos. Fueron vencidos y el resto huyeron. O eso dice la tradición popular, que todos sabemos que tiene de fiable lo mismo que los sondeos sobre intención de voto del CIS. Todos conocemos esa historia.
El señor presidente, que nadie duda que es avispado, necesita un Campeador para dar ánimo a sus tropas, que encienda los espíritus y haga sonar las trompetas, que deje sin armas a sus enemigos y huyan despavoridos. ¿El Cid? Bueno… hay un pequeño problemilla sobre la ubicación de todos sus restos, si en Valencia, Burgos o por media Europa. Por tanto ha buscado un sustituto que pueda servir a los mismos fines.
Efectivamente, en la situación actual, el Gobierno busca una estrategia política basada en la imagen. Igual que hace casi mil años se hiciera, se busca una figura icónica, se desentierra, se pone de nuevo en circulación y se usa para batallar, sabiendo que es una estrategia efectiva y que ante un recurso mejor, va a crear el efecto de enfrentar a unos contra otros. Y el afortunado ganador es un clásico entre los clásicos: Franco y el Valle de los Caídos.
Ante esta estrategia nos preguntamos, ¿se trata de buscar soluciones a los problemas reales de los ciudadanos? Tal vez sea acertado en este punto recordar cuáles son esos problemas que todos tenemos, saber qué es lo que nos preocupa a todos. Cuando nos preguntan a los españoles, las respuestas se alternan entre el paro, la corrupción, la situación de la política, los problemas económicos, el problema independentista catalán, las pensiones, la sanidad, la educación, la calidad del empleo, la crisis de valores, el racismo, la Administración de Justicia, la inmigración ilegal, la violencia de género y otros problemas de índole social. Y todos esos problemas sí son reales, no son imágenes ni trucos publicitarios. Por tanto a estas alturas a nadie se le escapa que acudir al franquismo es una cortina de humo. Pero lo paradójico es que, aun sabiéndolo, funciona. Proporciona tiempo a los socialistas para buscar consensos con otras fuerzas, mantiene su insostenible posición de poder y demora la convocatoria de elecciones anticipadas, algo que sin la figura de Franco, no tendrían.
Es probable que haya otras figuras históricas que moralmente también podrían ser usadas por ser moralmente reprobables, como Gengis Khan, que mató a su hermano con 13 años, Enrique VIII, que decapitó a 2 esposas, Sigerico, que degolló a los 6 hijos de Ataúlfo, Ramsés III, que cortaba manos y penes (con perdón) de sus enemigos vencidos, y así cientos de figuras y regímenes históricos que cometieron atrocidades, genocidios, e incluso defensa de prácticas inmorales a nuestros ojos, como Aristóteles y otros filósofos clásicos, que defendían sin pudor la situación natural de la esclavitud. Pero seamos claros, los nombres, obras o monumentos de todas esas figuras no son puestos en entredicho ni retirados del espacio público, ni despiertan odio ni pasión sino una simple indiferencia como personajes históricos. La diferencia es que para los españoles Franco y el franquismo todavía duelen, con un resquemor lejano y cada vez más difuso pero que de vez en cuando se rescatan y reavivan con toda la intención política para ganar batallas después de muerto.
Por tanto se monta al Generalísimo sobre un caballo, se le pone una espada y asistimos boquiabiertos a muchas fructíferas batallas ideológicas sobre fachas y rojos mientras los problemas de los españoles languidecen entretenidos con el espectáculo. ¿Hasta cuándo será capaz de aguantar su cadáver embalsamado (el de Franco, no el de nuestro presidente del gobierno) ganando batallas para intereses partidistas? ¿Y nuestros problemas para cuándo, señor Sánchez?