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El general ceutí Escobar

Antonio Escobar Huerta, nació en Ceuta un 14 de noviembre de 1879, era miembro de la Guardia Civil, le denominaron en determinados ámbitos republicanos «el general (o el coronel) cristiano». Murió ante un piquete de ejecución en 1940, por no sumarse al golpe, en los fosos del castillo de Montjuïc.

De este ceutí, han afirmado algunos que, de haber estado en el bando franquista durante la guerra civil española con sus mismos principios y repetidas vivencias y actitudes, hubiera sido promovido a los altares. Vivió una profunda vida cristiana y murió perdonando a todos y pidiendo a sus familiares que no guardaran el menor rencor, pero los vencedores de la Guerra Civil no lo ejecutaron por su fe religiosa sino por haberse opuesto a l a sublevación militar de 1936.
Nació en Ceuta un 14 de noviembre de 1879, desempeñando los cargos de jefe del 19 tercio de la Guardia Civil, Director General de la Seguridad en Cataluña y General jefe del Ejército de Extremadura. Este ceutí, era un hombre de claras convicciones religiosas, consiguió con su decidida actuación el 19 de julio de 1936 que no prosperase la sublevación militar en Barcelona. Pese a ser hijo de un héroe de la guerra de Cuba, y tener una hija monja, un hijo falangista, optó por la libertad de actuar conforme a su conciencia y al juramento prestado al Gobierno legalmente constituido. El general de la Guardia Civil era hijo, hermano y padre de militares, estaba destinado en Barcelona cuando se produce el golpe.
Católico y conservador, se mostró fiel a su juramento al gobierno de España, resultando decisivo en la derrota de la sublevación en Barcelona. Puesto a las órdenes del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, al estallar la sublevación, siempre consideró un error que no se desarmara a las milicias anarquistas. Habiendo ganado la confianza del presidente Azaña, tras la transformación de la Guardia Civil en Guardia Nacional Republicana, Escobar se incorporó al Ejército del Centro, combatiendo en Talavera, Escalona y Navalcarnero tratando de detener el avance de las tropas sublevadas hacia Madrid.
Fue herido en la Casa de Campo de Madrid durante la batalla de Madrid, por lo que tuvo que permanecer en reposo durante varios meses. Durante su convalecencia, permaneció varios días en el santuario de Lourdes, en Francia con permiso expreso del presidente Azaña. A pesar de haberse podido quedar en Francia, regresó al territorio republicano. Motivo añadido de pesar fue saber que algunos de sus hijos combatían en el campo franquista (su hijo, el teniente de infantería Escobar Valtierra, perecería en la batalla de Belchite).
 Al acabar la guerra, los dirigentes militares y políticos que se encontraban en Cataluña pudieron trasladarse a Francia, pero la zona central era una ratonera de la que sólo se podía salir por aire y, efectivamente, así salieron los principales dirigentes políticos y militares con excepción del general Escobar, que no era hombre para abandonar su puesto, de manera que cuando cesó la contienda él hizo formar sus unidades y se entregó al vencedor al frente de ellas. E igual como había renunciado a huir declinó la oferta que le hizo el general Yagüe de facilitarle el paso a Portugal. Con soldados que habían estado a sus órdenes fue llevado en un vagón de ganado a Madrid y luego a Barcelona, al castillo de Montjuïc, para ser juzgado por un consejo de guerra.
Quería que se le juzgase, convencido como estaba de que su razonamiento era impecable: se había mantenido fiel al Gobierno legítimo y no podía admitir que se le acusase de desleal y de traidor. Irónicamente juzgado por rebelión militar, es condenado a muerte. El propio Escobar dirigió su ejecución. El mismo piquete de la Guardia Civil rindió luego honores militares a su cadáver. La mañana de su ejecución pidió que la misa se adelantase lo más posible para que él tuviese tiempo para dar gracias después de la comunión.
La ejecución de Escobar tuvo lugar en los fosos del castillo, donde se había fusilado al general Goded y donde un tiempo después se fusiló al presidente Companys, y se encargó de la ejecución un piquete de la Guardia Civil. El general Escobar, al ocupar su puesto frente al piquete dijo al oficial que lo mandaba: "Usted dará las órdenes preventivas y dispararán cuando yo bese el crucifijo que llevo en la mano". Él iba a morir vestido de paisano pero había logrado variar el significado del acto, el oficial iba a dar órdenes al piquete hasta llegar al "apunten", pero la decisiva, el "disparen", la daría él besando el crucifijo. Así moriría como deseaba morir, como un jefe mandando a sus hombres.

Memorias de una figura clave en la España de 1936

Son varias las obras inspiradas en la vida del general ceutí Escobar, destacando la novela “La guerra del general Escobar” premio planeta en 1983, de José Luis Olaizola.
A través de esta obra, el autor nos da una visión infrecuente de los años de nuestra guerra, vividos sin partidismo ni ideologías por un militar que en la España del gran desgarrón histórico eligió, ante el estupor mal disimulado de las autoridades, una incómoda postura, porque creía que su puesto era aquél. Pese a la historicidad del relato, nos encontramos ante una novela en la que su autor se ha limitado a recrear un personaje admirable que pudo vivir, luchar y morir en cualquier otra guerra fraticida de la Historia. Olaizola, natural de San Sebastián, ejerció la abogacía durante quince años. Su extensa carrera literaria ha sido reconocida con numerosos galardones, entre ellos el Premio Ateneo de Sevilla 1976 por su novela Planicio o el anteriormente señalado Premio Planeta 1983 por La guerra del general Escobar, considerada por Álvaro Mutis y Javier Cercas como la «mejor novela sobre la guerra civil española». En 1982 obtuvo el Premio Barco de Vapor por su novela Cucho, que traducida al francés ganó el Grand Prix de l'Académie des Lecteurs de París; en 1992 fue reconocido con el Prix Littéraire de Bourran, Burdeos, por su novela El cazador urbano, y en 1993 con el Premio de Prensa L´Oréal. La niña del arrozal, que obtuvo el  Premio Literario Troa «libros con valores», y Volverá a reír la primavera han sido publicadas por Ediciones Martínez Roca. Lleva publicados más de setenta libros de los más diversos géneros, de los que ha vendido más de dos millones de ejemplares. Desde hace treinta años se dedica profesionalmente a escribir libros y artículos, y a pronunciar conferencias.

¿Llevará su nombre el nuevo cuartel de la Guardia Civil?

H oy 12 de octubre se celebra la festividad de la patrona de la Guardia Civil. Me gustaría homenajear, modestamente, al general ceutí de la Guardia Civil Escobar, quien dio su vida por defender la constitución y la democracia en unos momentos difíciles, fue en definitiva un hombre consecuente.  En alguna que otra ocasión, he escrito que el proyecto que tenemos en nuestra Ciudad para la construcción de un nuevo cuartel de la Guardia Civil en la carretera de San Amaro, sería una gran oportunidad, otorgarle su nombre y devolverle lo mucho que realizó este ceutí por el honor de ese cuerpo y la democracia. Esta solicitud de que el nuevo cuartel lleve su nombre, me consta que también la comparte la Asociación Unificada de Guardias Civiles.
El general se mantuvo fiel al Gobierno legítimo. El no podía admitir que se le acusase de desleal y de traidor. Un Amanecer de 1940, el ceutí Antonio Escobar Huertas fue fusilado con honores militares en los fosos de la fortaleza de Montjuich. Dirigió su propia ejecución y murió abrazado a un crucifijo. El general Escobar nunca fue un revolucionario, ni siquiera un reformador social, era simplemente un hombre honrado que pudo escoger el camino fácil, y no lo hizo, decidiendo marchar por la senda difícil de la libertad y de la justicia. Un militar verdaderamente patriota, un burgués católico que luchó junto a los proletarios contra la burguesía. Esta es una sencilla reflexión que realizo en voz alta, para quien desee y pueda decidir, sobre el homenaje que le debe su ciudad natal.
La Guardia Civil destacó, en la sublevación de 1936, por su lealtad al gobierno, salvo en plazas concretas y sujetos siempre al mando de la autoridad militar superior.  Barcelona y Madrid permanecieron bajo control del Estado gracias a su actuación. Durante la contienda, la Benemérita se mantuvo como tal en la zona sublevada, y se transformó en el resto de España uniéndose a los guardias de asalto en la nueva "guardia republicana". Finalizada la guerra, Franco nunca olvidó las deslealtades y, durante muchos años, la Benemérita expió su papel en el golpe, encargándose de las tareas más duras del nuevo régimen que gobernaba España.
Irónicamente juzgado por rebelión militar, es condenado a muerte. A pesar de que altos dignatarios de la Iglesia Católica como el cardenal Segura solicitan su indulto, Franco no cede y el general Escobar es fusilado en los fosos de Montjuïc, el 8 de febrero de 1940. El propio Escobar dirigió su ejecución. El mismo piquete de la Guardia Civil rindió luego honores militares a su cadáver.
 Después de la inauguración del Valle de los Caídos, Antonio Escobar Valtierra, hijo del general, solicitó que se trasladaran los restos de su padre, enterrado en el Cementerio de Montjuïc y de su hermano, José Escobar, teniente que luchó en el bando nacional, fallecido en la batalla de Belchite, pero se autorizó exclusivamente el traslado de los restos del teniente, hijo del general; los restos del general Escobar siguen actualmente en el cementerio de Montjuïc en Barcelona.
 Mucho se ha escrito sobre la vida de este ceutí, pero destaco lo reflejado por el jurista y escritor Javier  Tellagorri, “El coronel Escobar, jefe del tercio urbano de la Guardia Civil destacada en Barcelona, era un hombre de una sola pieza, paradigma de guardia civil a la antigua usanza, de una honradez sin fisuras y de una disciplina sin reservas, tan exigente con los demás como consigo mismo. Y todavía algo más, no sólo se declaraba católico como tantos otros militares sino que era hombre de misa y comunión diaria. Y era en nombre de su sentido de la disciplina y del juramento de fidelidad al Gobierno constituido que, igual como su superior el general Aranguren, jefe de la Guardia Civil en Cataluña, el coronel se había mantenido a las órdenes del Gobierno legítimo, representado en su caso por la Generalitat. De manera que aquella mañana sus hombres siguieron avanzando por la Vía Layetana hasta llegar a la plaza Cataluña, donde los militares sublevados en vista de la resistencia que encontraban se habían hecho fuertes en el hotel Colón. 
Había ordenado a su batallón de guardias civiles vestirse con el uniforme de gala del Cuerpo, a sabiendas de que dicha vestimenta resultaba la más elegante y respetada indumentaria militar existente. El coronel ordenó a sus hombres entrar en el hotel pero, fiel a su estilo, fue el primero en entrar y así gestionó la entrega de los que allí estaban. Y una vez resuelta la situación siguió subiendo por el paseo de Gràcia hasta la iglesia de los Carmelitas, en la Diagonal, donde también se habían encerrado los escuadrones de Caballería salidos del cuartel de Lepanto, militares afines al sublevado Franco”.

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