Categorías: Opinión

El florecer de la alegría

Nuestro ánimo, el del ser humano, está sujeto a muchas variables de distinto signo, aunque es cierto que cada persona tiene unas determinadas características que influyen en su recepción. Ya se sabe –aunque a veces se intente negar– que cada persona tiene algo en su espíritu –en su sensibilidad– y esto le hace ser diferente a los demás. ¿Acaso no se aprecia de forma diferente, por cada persona, el paseo de una pareja de palomas que buscan algo para comer? Las veo diariamente y a veces me paro y las contemplo; hacen pensar mucho.

Los seres humanos somos bien distintos a las palomas, sin duda alguna, pero se quisiera poseer su dulzura y su paciencia. Unas migajas de pan las hacen felices. A nosotros –los seres humanos– se nos ofrecen muchas cosas muy valiosas, de forma casi continua, y no les hacemos caso; se suelen preferir otras por ser más llamativas, más coloristas y atractivas a primera vista. Cartones pintados con brocha gorda que hieren a la vista y que no nos dicen más que el simple anuncio de algo vistoso, tal vez, pero de poco fundamento para nuestras vidas.
Vamos, con frecuencia, obsesionados por nuestros problemas, que son ciertos pero que hay que dominarlos con serenidad y confianza. Nuestros pasos no tienen la serenidad de los de las palomas y hay ocasiones en las que la desesperación nos conduce a realizar acciones que no son buenas o a pensamientos que enturbian nuestra mente y nos abocan a algún que otro disparate. Nuestra alma se llena de tristeza por esas causas, por nuestra falta de serenidad ante las dificultades. Perdemos el control de nosotros mismos y no sabemos reaccionar bien.
 El ser humano tiene siempre la compañía de su alma y no la debe olvidar nunca; mucho menos en los momentos de dificultad en los que tenemos necesidad de ayuda a todo nuestro ser. Siempre florece la alegría en el alma unida a Dios. Siempre brotará así en nuestro ánimo la paz y el sosiego que nos permitirá, incluso, aceptar con buen ánimo las más duras dificultades.
¿Por qué nos empeñamos, a veces, en vivir a espaldas de nuestra alma? El ser humano posee esa impresionante joya y debe saber contemplarla con humildad.
Las palomas son sencillas y generosas: merece la pena parecerse a ellas. A veces soñamos con un águila poderosa y dominadora de los espacios, porque su vuelo es realmente maravilloso, así como veloces y certeros sus ataques a los objetivos vistos desde las alturas. Lo necesitan para subsistir, sin duda, pero el ejemplo para el hombre es demoledor: vivir atacando, aunque sea de forma sorprendente como lo hace las águilas, señala tragedia y ésta no hace florecer la alegría. Es preferible, por supuesto, dedicar tiempo a aprender de las palomas.

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