La salida de Fatima Hamed de la coalición Caballas es el último acto del proceso de descomposición interna de la UDCE, el partido referente de un electorado que no se identificaba con ninguno de los partidos tradicionales.
La UDCE fue un partido novedoso en la conformación de sus elites, con líderes jóvenes y cualificados, con propuestas alejadas de los paternalismos y personalismos de otras formaciones musulmanas existentes hasta la fecha. Fueron la sorpresa en las elecciones del 2003, aquellos comicios locales en los que se presentaron cuatro candidaturas musulmanas que propiciaron una fragmentación del voto. Los jóvenes líderes de esta formación encararon los cuatro años siguientes con el convencimiento de que las siguientes elecciones, las del 2007, convertirían a la formación en una edición ceutí de Coalición por Melilla; no esperaban ganar a un PP hegemónico, pero si convertirse en una gran fuerza que nivelase la significativa desproporción electoral y política existente. Los resultados de esas elecciones fueron un duro correctivo a sus aspiraciones, ya que a pesar de que las candidaturas musulmanas se redujeron a solo dos recogiendo parte del voto de las formaciones no presentadas, a pesar del pacto con IU que le aseguraba unos 300 votos añadidos, a que la población musulmana había crecido en algo más de 5000 personas desde el año 2003, a pesar de todo ello, el partido se quedo como segunda fuerza política en una situación similar con respecto al resto de fuerzas a la existente en el año 2003. Era evidente para las elites del partido que el crecimiento demográfico de la población musulmana no iba a ser la vía suficiente para alcanzar el poder, que no todos los musulmanes de Ceuta se identificaban con su proyecto (en el año 2003, al menos uno de cada cuatro votantes musulmanes no voto a partidos musulmanes) y que además resultaba una tarea titánica movilizar a parte de este electorado. Los partidos musulmanes parecían haber tocado techo electoral. La solución que creyeron más viable fue la de iniciar los contactos con otras formaciones generales, tal y como ya habían intentado sin éxito con otros partidos musulmanes, y así llegaron al desencuentro con el PSOE, una formación que, como dice Hernández Lafuente, arrastraba (y arrastra) su peculiar travesía por el desierto. Y entonces se tomó la decisión errónea que supuso el principio del fin de la UDCE como gran partido musulmán: el pacto de coalición con el PSPC de Arostegui.
Un mes antes de alcanzar dicho pacto, cuando ya se rumoreaba la posible coalición, hicimos un sondeo electoral en la ciudad. Lo más destacado de este sondeo fue conocer la opinión que tenían los antiguos votantes de la UDCE ante una posible coalición de cara a las elecciones del 2011: el 50% decía que no querían ese acuerdo. En una conversación informal con la diputada Fatima Hamed (persona a la que aprecio aunque no coincida con sus planteamientos ya que en política prefiero las dicotomías ideológicas a las étnicas), le comenté esta tendencia y el posible error estratégico que iba a cometer su formación. Me escuchó amable aunque me dio la impresión de que no me creyó o no quiso creerme. Los resultados de las elecciones del 2011 corroboraron la desbandada de los votantes tradicionales de la UDCE (también de parte del electorado del PSPC) que no entendieron, y siguen sin entender, esta coalición política.
El proyecto Caballas se presentó como la superación de esa dicotomía entre partidos musulmanes y no musulmanes, pero esta idea llegaba con veinte años de retraso. Quizás a principios de los años noventa, cuando los partidos presentes en la ciudad fueron incapaces de atraer e integrar al electorado musulmán, cuando algunos líderes se juramentaban no incluir a musulmanes en sus listas, entonces podría haber sido una apuesta valiente, integradora y atractiva, pero ahora ya no. Ahora el electorado musulmán ha cambiado, ya no necesita un reconocimiento identitario como el de antaño (quizás porque el PP ha hecho suyo este reconocimiento), ahora la principal preocupación es social y económica, y está un poco hastiado de líderes que no lo son o que están más pendientes de intereses personales o de un sistema con el que no acaban de reconocerse. Los que prefieren votar a partidos musulmanes no encuentran a quien (más allá del capitaneado por el pintoresco sobrino de Mizzian), los que prefieren partidos generalistas tienen a los tradicionales PP y PSOE, y Caballas es un hibrido que no ofrece ni una cosa ni la otra.
Con una coalición Caballas en declive, con una fuerte desmovilización (en ocasiones predicada por algunos líderes), los musulmanes de Ceuta optaran cada vez más por los partidos tradicionales o por la abstención, lo que supondrá en la práctica, el fin de los partidos musulmanes.
*Autor del libro “Ceuta, convivencia y conflicto en una sociedad multiétnica”
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