De todos los asuntos que afectan al corazón de los hombres como ser evolutivo, quizá sea el de la “justicia” el que ofrece un interés más inmediato. No obstante, tengo a bien opinar que la justicia es el principal indicador de la evolución humana. Pienso, el hombre está llamado a encontrar la salida en el laberinto de los instintos y los prejuicios, como única forma de alcanzar su ser.
El hombre, como ser biológico, tiene la facultad de evolucionar, de convertirse en ser humano. Pero esta condición no se adquiere por principio, o por nacimiento, como si de un automatismo se tratara, sino después de un riguroso examen de conciencia, en tanto ser individual y en tanto ser social.
Aquí diré, que estigmatizar a una persona con enfermedad mental por el simple hecho de serlo, bien por desinformación bien por impiedad, es un comportamiento animal. Esto no se sostiene mínimamente si lo que queremos es vivir en una sociedad justa (cabe decir que una sociedad justa se compone de comportamientos justos). Pero, ¿cómo universalizar el sentimiento de justicia, y vencer así el estigma que nos precede? Los cuatro vértices del cuadrado que serviría de base a una verdadera salud mental, serían:
La paz corporal: que se refiere al racional funcionamiento de la asistencia médica, según los parámetros del Plan Estratégico. La paz espiritual (doy por supuesta la existencia de una naturaleza interior), que viene definida por la afectividad en el entorno inmediato, así como en el entorno social. Las personas con enfermedad mental estamos dispuestas a recorrer el sinuoso camino de la superación, a romper las barreras de la inacción; pero, al otro lado, debe esperar una sociedad receptiva, con los brazos abiertos. De lo contrario, estaríamos ante un imposible. En tercer lugar, el rito de la identidad, se perfila como un hecho inaplazable. Todo el mundo tiene derecho a tener un oficio, para valerse en la vida por uno mismo. (En este punto imagínate a un indio de las tribus del amazonas al que el chamán le niega el conocimiento para sobrevivir en la selva. El estigma sería terrible, y sus gemidos se clavarían en el corazón).
Por último, el máximo grado de evolución humana: hacer corresponder el rito de la identidad con el rol de trabajo. Para toda especie de dignidad, el ser humano que se sienta capaz, debe ganarse el pan. Esto es una utopía, pero el logro está en iniciar el camino; en saber que participamos en un proyecto común. Debemos mirar a la historia con distancia, y apropiarnos de ella en nuestro beneficio como seres racionales que somos.
El defecto de forma de cualquiera de estos aspectos castraría la esencia del hombre, su humanidad, condenándolo al estigma del “no ser”. Una sociedad que da la espalda a su ser no garantiza su futuro. No hay nada peor que vivir en el olvido y saber que tu mañana no depende de ti.
PD: Estoy de buenas porque me llaman de FEAFES, en Madrid, para leer el manifiesto del Día Mundial de la Salud Mental, compartiendo mesa con la ministro Leire Pajín. Ya os contaré.