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El escritor cordobés Juan Pizarro: la devoción por la palabra

Cruzando el Rif es una recopilación de artículos entre los que, aparte de los dedicados al comentario de libros y a hacer semblanzas de autores más o menos conocidos, por ejemplo, relata sus recuerdos de María Teresa López, la Chiquita Piconera, la famosa modelo de Julio Romero de Torres -que figuró en sellos y en el reverso de los billetes de 100 pesetas- con la que tuvo gran amistad; en otros, trata sobre la presentación del libro de un exalumno suyo, una noche de octubre, en el malagueño cementerio de los Ingleses o de la estancia del futuro mariscal Tito, durante la guerra civil, en casa de sus abuelos maternos en Villanueva de Córdoba.

Juegos sabáticos es un conjunto de relatos y microrrelatos en el que aborda los más variados temas: el terrorismo, la violencia contra la mujer, la memoria histórica, el autoritarismo de todo tipo, los refugiados nazis en España, la persecución de los guerrilleros en la posguerra, la crueldad infantil, etc.

El próximo día 17, a las 20 horas, en la Biblioteca Pública del Estado se presenta esta última obra; con este motivo, en la terraza de una céntrica cafetería me reúno con el autor cordobés para que nos hable de su libro.

–Juan, llevabas varios años sin publicar libros: ¿cuál ha sido la razón de este silencio?

–Como digo en la solapa no fue otra que, al igual que Borges, la firme creencia de que la imprenta -por la gran cantidad de textos superfluos que ha llegado a divulgar- ha sido uno de los mayores males del hombre y no he querido contribuir a ello, hasta que las costuras de mi barjuleta literaria me estallaron; con todo, como también digo, confío en que mis textos, aunque sea mínimamente, den la talla.

–Además de artículos sobre crítica literaria, cultivas fundamentalmente el relato

–Sí, mi primer libro fue Días de ceniza, prologado por Antonio Colinas, que fue compañero mío de estudios durante los años que este residió en Córdoba; aparte he publicado bastantes en obras colectivas y revistas literarias.

–Como filólogo eres también autor de un apreciado y riguroso Vocabulario de los Pedroches, tu comarca

–Sí, este obtuvo un premio de investigación lingüística y fue publicado, en coedición, por la Diputación Provincial de Córdoba y los diecisiete ayuntamientos de la comarca. Lo prologó el catedrático y gran estudioso de las hablas andaluzas Antonio Carbona Jiménez. Manuel Alvar Ezquerra, por su parte, lo incluyó como fuente importante en su magno Tesoro léxico de las hablas andaluzas

–¿Cómo nace un relato?

–La memoria es la materia y la levadura de la imaginación. Esto lo sabes también tú que eres igualmente autor de relatos breves y novelista. Mis relatos, en general, parten de hechos vividos u observados que, posteriormente, el artista, en mayor o menor medida, adoba; pero el germen -al menos en los míos- es un suceso real.

Por ejemplo, al final de mi relato “El rodaje” -es algo que no se suele hacer- doy las claves del mismo: En 1962 se celebró en Fuente Obejuna el IV Centenario del nacimiento de Lope de Vega con la representación, por una aclamada compañía nacional de teatro, de la obra homónima; a su frente, encarnando al personaje de Laurencia figuraba una famosa actriz.

Por familiares que asistieron a una de estas representaciones, supe que en el pueblo se decía que, por las noches, algunas artistas se despendolaron en las eras con los mozos del pueblo. Por otra parte, en agosto de 1972, participé en Zafra (Badajoz), como extra, en el rodaje de La cera virgen, de José María Forqué. No me consta que en aquella ocasión hubiera en el ejido ningún tráfago fuera de lo normal.

–Son, pues, relatos autobiográficos

–Sí, en gran parte sí; como te he dicho nacen de sucesos o hechos almacenados, a veces desde muy antiguo, en la memoria. Decía Manuel Vicent que “narrar es transformar hechos reales en imaginarios conservando su sustancia verídica”.

Por ejemplo, en los relatos “La liberación” y “La sentencia” se trasuntan a esos padres, maestros y algunos familiares mandones, mandibularios de nuestra infancia que algunos tuvimos la desgracia de padecer. Por ello también puedo decir, como el gran Flaubert, que, en gran parte: Madame Bovary c´est moi.

–Se dice que, a veces, la realidad supera a la ficción: ¿lo crees así?

–Totalmente: acabo de leer hace unos días las memorias del gran cuentista Medardo Fraile en las que cuenta que, una tarde, estaba en la habitación de un hotel con un ligue, y cuando, después de un buen rato de preliminares, empezó a penetrar a su pareja, con gran sorpresa, a través de la ventana empezaron a oír algo insólito: en uno de los cercanos merenderos la orquesta se lanzó a tocar con entusiasmo el Himno nacional.

Y comenta con gracia el gran cuentista que, lejos de sentirse halagado por ese tributo tan innecesario, aquello le pareció tan grotesco que estuvo a punto de arriar bandera. Si esto apareciera en algún relato o en alguna película se diría que era invención del autor.

-¿Cuál es tu proceso de escritura?

–Mi cocina literaria no debe variar mucho de la de otros creadores: acopio del material, puesta en orden, redacción (normalmente, tres), periodo de reposo y correcciones (cuantas más, mejor). Creo por acumulación: añado “cosas” continuamente a lo que fue el texto original, al contrario de lo que hacer otros creadores que trabajan por eliminación.

Pero, ante todo, entiendo la obra artística como fruto, no como producto; el artista no debe ser una gallina ponedora: para el auténtico artista jamás debe contar el tiempo.

–En tu libro hay numerosos guiños metaliterarios y homenajes a tus autores favoritos, cítanos a algunos de estos

–Te podría enumerar la tira… He de decir que, ante todo, soy un azoriniano confeso: lo puede apreciar cualquiera que conozca mi libro de relatos Días de ceniza y algunos de Juegos.

Pero, concretamente, mi tribu literaria está encabezada por Juan José Arreola, Carlos Rojas, Arturo Uslar Pietro, Aldecoa, Mallea, Borges, Fernández Santos… –-Son autores caracterizados por el cuidadoso uso del lenguaje. –Efectivamente: estilistas de raza, además de narradores potentes. Para mí lo formal es fundamental en la obra literaria. Como digo en la solapa del libro, mi preocupación por la palabra es básica: pesarla, medirla, darle mil vueltas antes de utilizarla es la obligación básica de todo escritor; de no ser así, entiendo que el trabajo no merecerá la pena.

–En uno de los últimos relatos, satirizas, escarneces sin compasión la fenecida dictadura albanesa de Enver Hoxha…

–Sí. Albania es un país que desde que empecé a oír a principios de los setenta las panfletarias emisiones en onda corta de Radio Tirana y a leer a Ismail Kadaré cuando aquí no lo conocía nadie, me ha interesado mucho; a su estudio, en todos los aspectos, le he dedicado cantidad de horas y tengo una documentación muy abundante.

Era una desquiciada, demencial superdictadura comunista, al frente de la que estaba Enver Hoxha, que, por cierto, durante nuestra guerra civil, como Tito y otros muchos capitostes comunistas, estuvo en España combatiendo en la Brigadas Internacionales.

Creo para este relato y el llamado “Juegos sabáticos” dos heterónimos en los que utilizo lo que llamo “creación investigativa” o “erudición apócrifa”.

–En tu libro fustigas también muy duramente a los poetas actuales; son, podríamos decir, tu bestia negra.

-Sí, pero no todos: en España, actualmente, hay una lamentable diarrea seudopoética y autores de generaciones anteriores verdaderamente mediocres, están sobrevalorados: Gil de Biedma, Barral… Hilario Ángel Calero, un ya desaparecido e ingenioso escritor de Pozoblanco, decía que “lo bueno que tienen algunas poesías es la parte de papel que queda en blanco”. Uno de los personajes de mis relatos, precisamente el protagonista del titulado “Juegos sabáticos” dice: “Siempre que leo composiciones de gran parte de nuestros poetas actuales una duda me asalta: si aquello va en serio o se trata simplemente de una broma. Son tan atrevidos, tan osados a la hora de publicar que hacen que aun la persona menos dotada, más inepta para la creación poética, ante sus engendros, pierda todo pudor y se lance a hacer imprimir cuanto haya escrito”.

–El humor, como dice tu prologuista, tiene una gran importancia en tu escritura…

–Sí, puede parecer mentira, pese a todos esos seres mandibularios que padecí como te dije. En este aspecto, como has dicho, son continuos los guiños metaliterarios, que, para el lector normal, algunos tal vez pasen desapercibidos, pero, en general, espero haber transmitido al lector este tono festivo. Me divertí mucho escribiendo algunas páginas.

–En ese relato, “Juegos sabáticos”, el que cierra y da título al libro, el personaje crea un tipo de composición poética que llama epigrima

–Sí, esto nos remite a la famosa nivola unamuniana: es una variedad personal del epigrama clásico, composición, como sabemos, de tema erótico, moral, político y de tonalidad frívola y desenfadada, irónica, mordaz y satírica e, incluso, obscena.

El tipo de epigrama que cultivaron nuestros autores clásicos se caracteriza por no tener una forma métrica definida, agudeza festiva o satírica y brevedad, aunque algunos de los creados por mi personaje son bastante largos. Son un “juego”: un “juego sabático” de mi heterónimo Delmiro Dávila.

Escribiéndolos, como te he dicho, me lo pasé en grande. Y pasadas las once de la noche -la terraza se acabó llenando poco a poco: era viernes-, tras casi dos horas de amena charla, me despido del autor cordobés de los Pedroches deseándole suerte en la presentación de su libro el próximo miércoles en la Biblioteca Pública del Estado; y aunque, en Ceuta, desgraciadamente, solo suelen llenar los autores mediáticos y los escribidores televisivos esperemos que al menos consiga media entrada.

Para aquellos interesados en adquirirlo, al objeto de que no den vueltas inútilmente por otros establecimientos, me aclara que -al igual que Cruzando el Rif- el título solo se puede encontrar en la Librería Sol. En el cielo, una reventona luna de aluminio empieza a tramontar el monte Hacho.

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