Categorías: Opinión

El enfoque de la igualdad

El Día Internacional de la Mujer no puede entenderse como menos que el culmen de la lucha femenina en su reconocimiento por la igualdad de oportunidades, deberes, derechos y libertades en una sociedad tan arraigada en el machismo como es la humana. A su vez constituye uno de los pasos esenciales para que la mujer tome conciencia de su importancia social en su camino, aún no finalizado, hasta la independencia absoluta, hasta los límites más recónditos e íntimos, con todo lo que ello conlleva. Para bien, un camino de esta relevancia debe construirse en torno a la concordia, la tolerancia y la justicia respecto a la paridad, pero respecto a la paridad en general, incluyendo en esta tanto la población femenina como la masculina, sin restricciones, ni desigualdades, en ningún nivel, de ninguna manera y en ningún lugar.
Este planteamiento inicial me inclina a considerar como un problema acuciante que no se haya instaurado a nivel mundial y con la misma repercusión, un Día Internacional del Hombre que también representara los valores del hombre moderno, no de aquel que ha tiranizado a las mujeres y continúa haciéndolo, sino de ese conjunto de hombres que les ofrece comprensión y apoyo sin condiciones, el mismo conjunto que ha luchado para conseguir que la situación en que hoy viven –todavía por mejorar– se pudiera dar. Este reconocimiento ninguneado por tantísimas personas es tan necesario como fundamental para acabar con las contradicciones que produce la existencia del día debido a la mujer en contraposición a la inexistencia del dedicado al hombre. Porque, ¿cómo se puede inculcar igualdad entre las nuevas generaciones cuando, de manera manifiesta, no se fomenta la igualdad a todos los niveles? ¿Por qué el joven, que ha nacido en una sociedad cada vez más igualitaria, tiene que sentirse culpable de las barrabasadas de tiempos ya devastados? ¿Cómo, por último, puede este joven predicar y llevar a su término una supuesta paridad que no le respalda en todos los aspectos como debería surtir la igualdad verdadera? El objetivo, lejos de cualquier revanchismo, no consiste en situar a la mujer por encima del hombre u oponerlos para que uno de ellos acabe hincando la rodilla y domine el otro por encima del cadáver de su adversario, en todo caso se centra en igualarlos bajo lazos de fraternidad, igualdad y libertad de plenos derechos. Si se anhela la igualdad por encima de todo lo demás, es inconcebible no mantenerla a todos los niveles o considerar una bagatela el dilema de que al hombre no se le profese un día del año arguyendo la anticuada sentencia de que todos los días restantes pertenecen al hombre, o remitiendo a la mentira de Día Internacional del Hombre inaugurado el año 1999 en Trinidad y Tobago.
Las sociedades que dicen ser “progresistas” -y que otros tantos las califican despectivamente como “progres”- son en buena parte las responsables de transformar la consecución de la igualdad en una lucha onerosa entre la mujer y el hombre en su afán por arreglar la dificultosa cuestión por la vía rápida. Una confrontación improductiva, que se erige sobre la base del odio que condimentan a menudo los perdedores para ejecutar venganzas sin cuartel y que, asimismo, favorece y propugna la desigualdad en muchos ámbitos de la vida social. Si la vendetta es el camino que debe seguir un movimiento tan noble como la igualdad entre mujeres y hombres me temo que he de admitir que me he perdido alguna lección de izquierdismo, probablemente mucho más que alguna.
Para ser consecuentes con nuestras propias acciones, deberíamos ceder tiempo al tiempo, aunque sin cesar en la pugna por la integridad de la mujer, apoyando este digno acto con el abandono de la agonía que nos aboca a querer resolverlo todo asunto que se tercie bajo intransigencias permanentes. No se puede aspirar a construir la catedral por el crucifijo, por más romántica que parezca la idea o por la poca paciencia de quien la quiere encontrar ya erigida. Se debe, previamente, cimentar una base, fundiendo en ella todo lo mejor, jamás viejas rencillas o sentimientos amargos, esos materiales de mala calidad que terminarán por hacer que el edificio se derrumbe cuando el peso se haga insoportable para ellos, el viento azote con más virulencia de la esperada u otra calamidad parecida. La igualdad entre la mujer y el hombre es la cuestión que decidirá el destino de la humanidad, puesto que sus consecuencias serán de valor capital; por ello, ha de abordarse con la delicadeza, la responsabilidad y la madurez suficientes, marginando todas las incoherencias y las injusticias que sean posibles. Un sueño que los líderes del siglo XXI evitarán, por todos los medios, que llegue a cumplirse.

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