Paseaba el otro día por el Muelle de España y, en un momento determinado, elevé la mirada para hacer un recorrido visual por la fachada norte de la ciudad. Enseguida mis ojos se detuvieron para contemplar un edificio que se ha sumado a la estampa que ofrece Ceuta desde el mar. No es un inmueble que destaque por sus proporciones, ya que mantiene la escala y las líneas de los edificios contiguos, más bien si llama la atención es por el colorido granate que se la ha dado a buena parte de la fachada. Este llamativo color es una clara intrusión en la limitada paleta de colores que tradicionalmente se ha usado en Ceuta. Una gama que va desde el blanco hasta el amarillo. Desconocemos si la elección de este tipo de colores proviene de una imposición administrativa o responde al gusto común de los promotores y constructores ceutíes. De lo que no tenemos duda es de que la Ciudad ha pretendido que la imagen de la fachada de Ceuta mantenga una cierta coherencia, intención que se ha conseguido en el Paseo de las Palmeras, para lo que fue necesario redactar y aprobar un Plan Especial para la zona.
La contemplación del edificio del que estamos hablando, el nº 7 de la Marina Española, me hizo recordar el titular elegido para encabezar la reciente entrevista, publicada en El País Semanal, a la arquitecta Denise Scott Brown, considerada la arquitecta más famosa de la segunda mitad del siglo XX. El titular rezaba así: “En la arquitectura hace falta menos ego y más miedo”. Y esto fue precisamente lo que evidencia la fachada de este inmueble y otros, como el llamado edificio de Colores: un ego desproporcionado y una clara voluntad de diferenciarse de los demás adoptando una pose rupturista. Se le ha perdido el respeto a la ciudad y a su imagen. Decía el geógrafo Eliseé Reclus, a este respecto, que “cada ciudad tiene su propia vida, sus rasgos característicos, su forma. ¡Con qué veneración debería aproximarse a ella el constructor! Es como una ofensa personal llevarse la individualidad de una ciudad y sepultarla bajo edificios convencionales y monumentos contradictorios fuera de toda relación con su carácter actual e historia!”.
Sí, señoras y señores. El ego anda suelto por la ciudad y nadie es capaz de frenarlo. A su paso está destruyendo todo lo que de valor nos ha legado el pasado y le ha dado cierta coherencia y carácter propio a la arquitectura ceutí. Cada vez que un edificio muere, en la mayoría de las ocasiones por negligencia médica en su cuidado, por dejarlo morir o afectado por el mal de la codicia y la especulación, viene a sustituirlo un elemento distorsionante que no reconoce a los de su especie y les dice: ¡Aquí estoy yo! ¡No os reconozco! ¡Quiero que todo el mundo se fije en mí! ¡Deseo triunfar y no os necesito para nada! ¡Necesitamos ser diferentes y me importa muy poco lo que podáis pensar! Y sobre todo, ¡deseo ser único! Como buen representante del orden mecánico, los nuevos edificios desprecian la integración de las partes mediante una coherente concepción de la totalidad. El todo, la ciudad, queda relegado a los intereses de las partes, sus edificios, que aparecen como monadas independientes que buscan ante todo la diferenciación y la ruptura.
¿Cómo era ese todo que nos atrae de la arquitectura heredada? Posiblemente su escala humana, la belleza de los balcones de hierro forjado, los sutiles detalles decorativos, el uso de la línea curva, la perfecta dialéctica entre armonía y originalidad. Tal y como podemos apreciar en la calle Alfau –o más bien lo que queda de ella–, ningún edificio es exactamente igual. Cada uno tiene su personalidad, pero se guardan de distorsionar el conjunto y huyen de los principios rupturistas de la arquitectura de hoy día. La arquitectura, como cualquier otro tipo de arte, es fiel reflejo de la sociedad en la que surge. En una época en la que predomina el individualismo, la uniformidad, el pensamiento único, no es de extrañar que los edificios reflejen nuestra desintegración social y psicológica.
La ruptura que buscan algunos de los nuevos edificios que se están construyendo en Ceuta no se limita al plano espacial o estético, sino que también afecta al marco temporal. Nuestra desmedida fe en el progreso y en la expansión económica es incompatible con el establecimiento de límites internos o externos. En el contexto del progreso mecánico vigente, existe una sola dimensión de tiempo, el presente. Llevado por esta idea, la arquitectura busca un cambio continuo para evitar que el presente caduque demasiado, y en consecuencia, busca desesperadamente la novedad y el cambio constante. Esta visión choca frontalmente con una concepción orgánica acumulativa, donde, como comentaba Mumford, “el pasado está todavía presente en el futuro, y que el futuro como potencialidad ya está presente en el pasado”. Al olvidar esta idea, ya desde el siglo XIX, se desecharon los viejos edificios confiando en que nada se perdería que “los nuevos tiempos” no pudieran reemplazar o mejorar. Debido a este antitradicionalismo la arquitectura actual ha sido privada de reconocer su continuidad esencial con el pasado o de construir sus propias tradiciones. Según Mumford, “al borrar el pasado, el culto de la máquina, para su desgracia, destruyó de forma subrepticia su propio futuro, y dejó sólo un presente subdimensionado, catalogado como cualquier inversión especulativa en construcciones, para ser reemplazada muy pronto”.
El método que muchos arquitectos eligen para establecer su particular huida del pasado y su desesperado anclaje en un presente perpetuo y a la vez efímero es dar rienda suelta a su irrefrenable deseo de ser originales. Para ello despliegan todo el arsenal tecnológico con el que cuentan y hacen gala de una destreza técnica y una audacia estética incomparable con otros tiempos. Sin embargo, todo es, nunca mejor dicho, pura fachada. Este aparente proceso creador carece de propósito y contenido interior por lo que la consecuencia inevitable es el dominio del caos, como el que refleja la arquitectura y el urbanismo ceutí.
La alternativa al desorden y al caos actual pasa la instauración de un nuevo orden, un orden orgánico basado, como relata Mumford, “en la variedad, complejidad y equilibrio”. Este orden “produce continuidad a través del cambio, estabilidad a través de la adaptación, armonía a través del encuentro de un terreno para conflictos, oportunidades y un limitado desorden, en transformaciones, siempre más complejas”. Las fuentes para este renovado orden, presente a lo largo de muchos siglos de la historia de la arquitectura, son: la naturaleza, los procesos acumulativos de la historia y de la cultura y la psiquis humana. Esta última fuente es universal y es tan fácil de hallar como dedicar un poco tiempo y atención a escuchar las necesidades del alma humana. En cuanto a las otras dos fuentes en Ceuta tienen un caudal inmenso e inagotable, capaz de satisfacer a todos aquellos que deseen beber de ellas. La naturaleza, en especial el mar, puede ser una fuente prodigiosa para todos aquellos arquitectos que quieran encontrar inspiración a la hora de diseñar sus obras. ¡Y qué decir de la historia! Una ciudad con más de 2.000 años de historia ha dejado bienes tangibles e intangibles de una potencia extraordinaria que puede servir a todo tipo de creador artístico para llevar a su particular mundo interior y devolvernos obras arquitectónicas que le den a la imagen de nuestra ciudad cierto grado de continuidad, estabilidad y armonía. Debemos, en definitiva, atrapar el ego que anda suelto por la ciudad, –cuyas obras, como la imagen de la Casa de Colores incluso decoran el autobús turístico oficial–, reducirlo a su adecuado tamaño y devolverlo al lugar de donde nunca tenía que haber salido.