La búsqueda de acuerdos de expulsión con los países del África subsahariana es el clavo ardiendo al que se agarra el Gobierno para conseguir calmar las revueltas aguas de una inmigración que avanza más revuelta de lo habitual.
Las entradas de inmigrantes -que la Guardia Civil estima en una media de diez diarios (“algunos días no entra ninguno pero otros detectamos decenas”, señalan)-han conseguido desestabilizar cualquier previsión. Marruecos no colabora, ni controla la salida descarada de las balsas ni acepta las entregas que pudiera llevar a cabo la Benemérita. Así es desde hace meses y las estadísticas son preocupantes.
Se ha superado la barrera de los 300 subsaharianos llegados en balsas en sólo el pasado verano y ahí no queda la cosa. “Entran en balsas y ya incluso los argelinos que entran a nado se acercan hasta la lancha de la Guardia Civil porque saben que los vamos a recoger”, señala un agente del Cuerpo. El pasado septiembre se cerró con casi cien entradas de inmigrantes. Una cifra fuera de lo normal y que comparada con el año pasado causa impacto hasta el punto de que en un mes se han conseguido más entradas que en prácticamente todo un año.
En diez minutos un argelino es capaz de colarse a nado en Ceuta, bordeando el espigón del Tarajal. Otros optan por hacerlo a pie, cruzando la frontera con documentos falsos. Éstos últimos son los menos, pero los hay.
El CETI acoge a todos y ya ha llegado al límite de su capacidad, en parte aliviada con la salida de algunos grupos de riesgo o seleccionados por la dirección por su buen comportamiento o porque llevaban años en el Jaral. Ante este panorama las fuerzas de seguridad lo tienen claro y sus previsiones son fatalistas. “Si el Gobierno no cambia la ley o no mejora las relaciones con Marruecos la situación va a ir a peor y podemos volver a los tiempos de Calamocarro”, señala un agente de la Benemérita.
Las instalaciones del CETI no están preparadas para acoger esta presión. Y eso lo sabe la Delegación del Gobierno que busca, a la desesperada, canalizar la situación de riesgo que existe en Ceuta para que Madrid fuerce salidas que permitan traslados a sus países de los inmigrantes ya identificados. “El efecto llamada existe. Los subsaharianos saben que no se les puede expulsar, llegaron aquí pensando que iban a disponer de la tarjeta amarilla para pasar a la península de inmediato. Ahora han visto que eso no puede ser, pero siguen llegando”, advierte la Policía Nacional.
Ramón Cortes Márquez, teniente coronel de la Benemérita, señalaba a ‘El Faro’ como un logro la tranquilidad registrada en un perímetro cuyo nivel de entrada “ha sido cero” -señalaba- en lo que va de año. Pero queda por saber qué deparará este invierno. “Si la cosa sigue así, cuando el mar se ponga peligroso intentarán entrar por el perímetro”, advierte un agente de la Benemérita. Lo hagan o no, lo cierto es que el vallado cuyo mantenimiento económico se cifra en millones puede ser escenario de pequeños asaltos como ya se están registrando en Melilla, en donde regresa la figura de las embarazadas o las féminas con bebés que cruzan de esta forma para forzar su acogida en España.
“Saben que no se les puede expulsar”, indica. Y la traducción de esta frase no es otra que las entradas por el vallado sin capacidad de rechazo, siempre y cuando Marruecos adopte la misma actitud que está teniendo en el mar.
Las balsas parten con total descaro de la zona de la Ballenera. Los antiguos campamentos y asentamientos dispersos por Beliones han desaparecido. No es necesario que el inmigrante se oculte cuando no encuentra veto alguno para salir en balsa o cruzar los espigones enfundados en trajes de neopreno.
Ocultarse en el Monte Hacho, clave para colarse entre basuras:
Desde el Monte Hacho la vista hacia la planta de transferencia es inmejorable y para un inmigrante supone la plataforma idónea para conseguir ocultarse en alguno de los camiones de basura que a diario demabulan hacia el puerto, para embarcar rumbo a Algeciras. Es por ello que no resulta complicado toparse con argelinos que residen en el CETI y que buscan la hora de partida de los camiones para forzar una escapada, o con otros magrebíes no filiados por la Policía que se han ideado sus propias chozas o boquetes para convertirlos en campamento alternativo.
Los asentamientos de inmigrantes encuentran en el Hacho otro escenario distinto al del Jaral. Las cuantiosas chabolas que hay cerca del CETI pasan a las escasas que aparecen ya en el Hacho junto con las instalaciones militares abandonadas o los depósitos en los que se ocultan inmigrantes, preferentemente argelinos. Allí pasan horas y allí también algunos duermen. Buscan la forma de alcanzar el otro lado. Dos argelinos que manifiestan residir en el CETI narran a ‘El Faro’ que ellos están ahí, en pleno monte, por hacer deporte. Explicación dudosa cuando su camino, entre árboles y residuos urbanos, termina en las cercanías de la planta de transferencia. Señalando un viejo depósito que mira justo a esta planta, los argelinos indican que allí no duermen ellos, que quienes se apostan, a menudo, son los subsaharianos. “No más de cuatro”, señalan, justo 24 horas después de que algunos cameruneses del CETI con el general a la cabeza frecuentaran este lugar. ¿Para qué? Ninguna fuerza de seguridad consultada por este medio ha sabido dar una explicación. Pero su paseo por el Hacho no ha sido fruto de la casualidad.
Controlar la población de inmigrantes que consigue colarse en los camiones de basura es tarea compleja para la Policía, como lo es saber cuántos han podido esconderse en barcos o debajo de los camiones. En el CETI las estadísticas de ‘desaparecidos’ ayudan a hacerse una idea. Hay semanas en las que abandonan el campamento hasta una docena de subsaharianos y otros tantos argelinos. Se presume que han conseguido su meta. El puerto o las chabolas del Hacho les esperan.
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