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El dilema del crecimiento

Tal y como describe Tim Jackson en la conocida obra “Prosperidad sin crecimiento.Economía para un planeta finito”, la sociedad “se enfrenta a un profundo dilema. Resistirse al crecimiento es arriesgarse al colapso económico y social. Apostar por el crecimiento ilimitado implica poner en peligro los ecosistemas de los que dependemos para nuestra supervivencia a largo plazo”. El capitalismo sólo contempla dos posibles escenarios: la expansión o el colapso. Si apostamos por la expansión estamos abocados a un imparable consumo de recursos no renovables y la profundización de las desigualdades sociales. La otra alternativa, el decrecimiento, al menos bajo las presentes condiciones, conlleva un rápido descenso en los índices de consumo, el incremento de las tasas de desempleo, la caída de la competividad y la entrada en una imparable espiral de recesión. ¿Estamos ante un dilema irresoluble?. No necesariamente. Hay alternativas, aunque tenemos que reconocer que no resultan sencillas ni carentes de sacrificios. Básicamente, hay dos posibilidades: una revolución o emprender una transformación social y del propio hombre. La primera opción no está exenta de graves riesgos. Si destruimos la estructura social y económica sin tener una alternativa que puede funcionar de manera adecuada nos enfrentaríamos a un panorama de profundos conflictos internos y externos. Más bien necesitamos una estrategia consensuada en el ámbito mundial y en el seno de la propia sociedad.
Según Tim Jackson, tres son los pilares en los que se debe sustentar la transformación social, económica y política que haría posible salir con éxito del dilema del crecimiento: establecer los límites; recomponer el modelo económico; y cambiar la lógica social. Cada uno de estos enunciados se puede declinar en varios objetivos concretos. Comenzando por el apartado de establecimiento de límites, es necesario “identificar claros topes a la explotación de los recursos y a las emisiones, y establecer metas de reducción de acuerdo a estos topes”. Esta medida tiene que venir acompañada de una reforma fiscal para la sostenibilidad que grave el uso de los recursos o las emisiones de carbono que serían compensadas por reducciones en los impuestos al trabajo. Cierran este apartado las políticas de apoyo a la transición ecológica en los países en desarrollo.
Respecto a la recomposición del modelo económico ésta pasa, según Jackson, por “el desarrollo de una macroeconomía ecológica; la inversión en empleo, activos e infraestructuras; el incremento de la prudencia financiera y fiscal; y la corrección de la contabilidad nacional”. De estos puntos merece la pena desglosar algunos objetivos concretos: la rehabilitación ambiental del parque de edificios; el desarrollo de las energías renovables; la renovación de las infraestructuras de distribución de agua y energía; la apuesta por el transporte público; la dotación de nuevos espacios públicos y equipamiento culturales; y el mantenimiento y protección de los ecosistemas.
El último bloque de propuestas tendentes a la transición a una economía sostenible abarca los imprescindibles cambios en la lógica social imperante, basada en un desaforado consumismo. Tim Jackson cita cinco recomendaciones básicas: en primer lugar una revisión de las políticas laborales que incluye un reparto del trabajo disponible, mediante una reducción de la jornada laboral. En segundo lugar, reducir las desigualdades sociales que limitan las expectativas de vida de un sector cada vez más amplio de la sociedad. Una tercera recomendación consiste en una evaluación de las aptitudes y florecimiento que pueden conducir a “una esperanza de vida saludable, la participación educativa, la confianza, la resilencia comunitaria y la participación en la vida de la sociedad”. Relacionado con este punto, se alude a la necesidad de fortalecer el capital social a través de una serie de acciones concretas entre las que Jackson incluye: “crear y proteger espacios públicos compartidos; favorecer las iniciativas por la sostenibilidad basadas en la comunidad: reducir la movilidad geográfica de la mano de obra; proporcionar capacitación para el empleo verde; brindar mayor acceso al aprendizaje a lo largo de toda la vida; conceder a las comunidades locales mayor responsabilidad en la planificación, y proteger los medios públicos de difusión, los museos, las bibliotecas públicas, los parques y los espacios públicos”. Algunas iniciativas, como las Ciudades en Transición, tienen como principios rectores los puntos anteriormente enunciados y están difundiéndose con rapidez por muchos países, incluyendo España.
Reglón aparte merece el último cambio propuesto en el pensamiento colectivo, quizá el más difícil de lograr: el desmantelamiento de  la cultura consumista. Son poderosas las fuerzas que mantienen e impulsan el consumismo. Se trata de un afán compartido por gobiernos, empresas y medios de comunicación que dependen en buena parte para su rentabilidad empresarial de la publicidad institucional o privada. Por ello, Jackson considera obvia la necesidad de establecer regulaciones más estrictas a los medios de comunicación comerciales. Para que esto fuera viable desde el punto económico se plantea una participación directa de los estados en el mantenimiento de los medios de comunicación. Nosotros tenemos ciertas reservas sobre la bondad de esta idea. Una posible alternativa podría ser el apoyo ciudadano, mediante su suscripción, a periódicos independientes como “Le Monde Diplomatique”. Con una periodicidad mensual y un precio sensiblemente superior al diario tradicional, este tipo de prensa escrita ofrece una información crítica y reflexiva sobre los asuntos que preocupan a la ciudadanía más comprometida.
Una medida no menos importante para combatir el consumismo en los países desarrollados pasa por acabar con la práctica de la obsolescencia programada. Resulta intolerable que las empresas diseñen sus productos con una durabilidad muy limitada para favorecer la rápida y continua reposición de unos bienes que, bajo otros principios reguladores, podrían durar décadas. Como consecuencia de estas prácticas se ha fomentado una sociedad del usar y tirar que hace inviable cualquier política de gestión de residuos, además de suponer un derroche insostenible de recursos no renovables.
La mayor parte de las propuestas descritas con anterioridad son de sobra conocidas, pero hasta ahora han tenido un desarrollo terriblemente lento. El principal problema es que siempre han estado supeditadas al imperativo del crecimiento económico. Lo que ha faltado hasta ahora es la suficiente voluntad política para propiciar estos cambios que se han convertido en una necesidad, tanto financiera como ecológica. Permanecer anclados en las turbias y revueltas aguas del capitalismo nos está hundiendo en la miseria social y económica, al mismo tiempo que esquilmamos los escasos recursos planetarios. La salida no es fácil, pero permanecer en un barco que se dirige a toda velocidad hacia el abismo tampoco parece un buen plan. Aprovechemos este periodo de calma chicha, al menos en España, para reflexionar sobre el rumbo que queremos tomar en el futuro.
No podemos resistirnos a hacer una breve mención a la realidad ceutí. Si en algún sitio supone un auténtico disparate hablar de crecimiento económico, según el modelo actual, es en nuestra querida y marinera ciudad de Ceuta. ¿Cómo pretenden crecer desde el punto económico sobre la base de un territorio que ha superado con creces su capacidad de carga poblacional y ecológica?. Hasta que no hayamos conseguido un equilibrio entre población y territorio no será posible hablar de un modelo económico alternativo para nuestra ciudad.

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