Brahim Dahmach cumpliría 25 años este mes de julio. Debería celebrarlo en algún lugar de la Península junto a más amigos marroquíes. Ni tan siquiera pudo planearlo. Su cuerpo fue uno de los 23 cadáveres recuperados por la Guardia Civil el 5 de noviembre de 2018 en las costas de Barbate.
Este fin de semana un ataúd con sus restos cruzó la frontera del Tarajal, que separa Ceuta de Marruecos, con el objetivo de conseguir que se cumpliera la voluntad familiar: que fuera enterrado en su lugar de residencia cerca de Kenitra. Llegar hasta allí ha sido complicado, ha dejado atrás múltiples gestiones a todos los niveles para conseguir algo a priori sencillo: que sus seres queridos pudieran rezarle y despedirse del joven Brahim. Un chico soltero, que buscó a bordo de una patera una oportunidad.
Cuando la Guardia Civil sacó su cadáver del mar se iniciaron los trabajos de identificación, con la implicación de la Funeraria SFA, con sede en Los Barrios. Su responsable, Martín Zamora, cuenta a El Faro que se logró identificar a Brahim a través de una fotografía pero el Juzgado de Chiclana necesitaba algo más. El cadáver fue enterrado en el cementerio mientras sus huellas eran remitidas al Laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil, en Madrid, para su reconstrucción. El resultado era el esperado: se trataba de Brahim Dahmach, sin dudas. Un informe oficial ha permitido la exhumación inmediata del cuerpo y su traslado desde Algeciras a Ceuta para, al igual que se ha hecho ya con otros 20 cadáveres de marroquíes muertos en esta tragedia, proceder a su traslado a Marruecos para su entierro en las tierras de las que procedían, en su mayoría de Kenitra.
Allí, en su pueblo, sus padres y familiares directos pudieron rezarle, darle el último adiós, despedirle. Cumplir en definitiva con un rito de mucha importancia para esas otras víctimas de las tragedias migratorias: las que se quedan en los países de origen sin saber a ciencia cierta dónde están sus familiares.
Las historias de la tragedia de Barbate no terminan aquí. Quedan cinco cuerpos en Chiclana y otros tantos dramas de familiares que reclaman que sean enterrados en sus zonas de origen. La burocracia se complica cuando hay fronteras de por medio y las familias no obtienen permiso para cruzar a España y poder realizarse las pruebas de ADN ni tampoco reciben la visita de funcionarios que puedan tomar esas muestras en el vecino país.
Hay dramas de familias que no saben si los fallecidos que siguen en la Península son sus hijos o no. Partieron de su país en patera y nunca más respondieron, ¿pero cómo saber que son los que se encuentran bajo tierra? Es la mayor de las incertidumbres, de los dramas. Martín Zamora traslada la inquietud de estas familias a las que nadie pone solución, después de uno de los dramas más graves ocurridos en el ámbito migratorio y del que ahora, casi cuatro meses después, nadie parece acordarse.
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