Colaboraciones

El debatido ‘Día de Ceuta’

El pasado dos de septiembre, como ya es tradicional-, se celebró el Día de Ceuta. Esa fecha fue la escogida por acuerdo unánime de la Asamblea de la Ciudad en sesión celebrada el uno de octubre de 1997, y se corresponde históricamente con el día en que Pedro de Meneses fue nombrado Gobernador de Ceuta por el rey Juan I de Portugal. Precisamente ese día, y no el de la reconquista, que tuvo lugar el veintiuno de agosto de 1415, porque así lo pidió el entonces Diputado, gran persona y siempre recordado Mustafa Mizzian, oponiéndose al veintiuno de agosto, dadas sus connotaciones bélicas.
Como ya es costumbre -aunque ahora con mayor repercusión en los medios informativos- “Caballas” ha vuelto a exponer su habitual protesta, al considerar que con esa fecha del dos de septiembre se está celebrando una “masacre”. Nada más incierto. En dicho día Pedro de Meneses –más tarde abuelo de Santa Beatriz de Silva- no estaba matando a nadie, sino jugando con el aleo, ese preciado bastón que hoy tiene en su mano la Virgen de África y con el cual, según afirmó Meneses a D. Juan I, “me basto para defender Ceuta de sus enemigos”. Una frase que, desde entonces, y como todo un símbolo, ha quedado prendida en el imaginario colectivo de los ceutíes.
No resulta adecuada ni justa la intención de borrar de la Historia de Ceuta a Portugal y a los portugueses. La toma de esta ciudad en 1415 no fue un episodio más de los que se colocan con letra pequeña en los libros, por cuanto marcó el inicio de la Edad Moderna, al constituir el primer acto de la expansión de los reinos occidentales por el mundo. Luego, en el mismo siglo XV, vinieron otros hechos tales como la conquista de Constantinopla o el descubrimiento de América, pero Portugal inició la citada expansión con la conquista de Ceuta, donde, por cierto, nos dejó un gran legado
La ahora llamada eufemísticamente “llegada de los portugueses a Ceuta” no se produjo el dos de septiembre de 1415, sino trece días antes. Aquella concreta fecha solamente conmemora el nombramiento de Pedro de Meneses como primer Capitán o Gobernador de esta ciudad, así como su manifestada voluntad de defenderla contra sus enemigos. Quiero creer que nadie, en Ceuta, estará a favor de tales potenciales enemigos, sean quienes sean.
Si de todas formas sigue sin agradar a “Caballas” esa concreta fecha –que, repito, no es la de la batalla- proponiendo a su vez, como más adecuada, el trece de febrero, día de la firma del Tratado de paz de Lisboa de 1668, al considerar que esa fecha es la que hizo española a Ceuta, caen en otro error, pues eso no sucedió así. Lo que dice textualmente dicho Tratado, al referirse a la mutua devolución de las plazas ocupadas, es que en tal devolución “no entra la ciudad de Ceuta, que ha de quedar en poder del Rey Católico por las razones que para ello se han tenido en cuenta”. Aunque la literalidad del texto no sea precisamente clarificadora, cabe deducir que lo pactado fue que Ceuta quedara, en el sentido de “permaneciera”, en poder del “rey Católico” (el de España), quien ya la poseía.
Aunque por Real Decreto de veintinueve de febrero de 1644 el rey Felipe IV hizo merced a la ciudad de Ceuta y a sus hijos de la naturaleza de los reinos de Castilla para que aquellos pudiesen obtener puestos y honores que hasta entonces les estaban vedados, si de lo que se trata es de fijar con ja mayor exactitud posible el momento en el que nuestra ciudad pasó ya a formar parte de España (pues a tal fin faltaba el requisito legal de un acuerdo de las Cortes) hay que recordar el “Manifiesto al reino de Castilla reunido en Cortes en el que se muestra la justicia con que la ciudad de Ceuta, desmembrada por leal de la corona portuguesa, pretende naturaleza en los reinos de Castilla”, fechado en octubre de 1655 y atribuido, en todo o en parte, al ceutí Diego de Almeida, monje benedictino y Predicador de Su Majestad, documento en el cual se lamentaba la incertidumbre existente acerca de la pertenencia de los ceutíes a uno u otro reino, pues en Portugal se les llamaba “perros castellanos” y en Castilla “perros portugueses”, todo ello a fin de solicitar el necesario acuerdo de las Cortes.
El treinta de abril de 1656, el rey D. Felipe IV se dirige de nuevo a los ceutíes para decirles, en síntesis, que era su intención y voluntad que la dicha ciudad se llamara e intitulara la Fidelísima Ciudad de Ceuta, haciéndola como tal por propia de sus reinos, para que fuese tenida y estimada por comprendida en ellos, y a sus hijos “que hoy son y en adelante fueren perpetuamente para siempre jamás” naturales de sus reinos, haciendo dicha merced por la fineza y amor con que esta ciudad se había demostrado, y atento a que el reino junto en Cortes, por acuerdo suyo de tres de marzo de este año, prestó su consentimiento para ello..
Los títulos de Noble y Leal son anteriores, otorgados por el mismo Rey Felipe IV en su calidad de ser también, como Felipe III, rey de Portugal. En cualquier caso, para confirmar que Ceuta era española faltaba el citado acuerdo de las Cortes. Su fecha, tres de marzo de 1656, podría ser otra de relevancia para conmemorar el Día de Ceuta, tan apropiada como la acordada por la Asamblea el día uno de octubre de 1997.
El dos de septiembre fue escogido precisamente al aceptarse la postura de Mizzian, razón por la cual se propuso a la Asamblea, obteniendo el apoyo y el voto favorable de aquel, según consta en la correspondiente acta de la sesión celebrada por dicho órgano el uno de octubre de 1997, bajo la presidencia de Jesús Fortes. Es más, el acuerdo no fue adoptado solamente por el PP, como ahora afirma ”Caballas”, sino por unanimidad de todos los partidos allí representados y de todos los Diputados de la Asamblea, entre ellos –como recordará la actual Delegada del Gobierno, Salvadora Mateos, por aquel entonces Consejera de Asistencia y Bienestar Social- los dos Diputados del “Partido Socialista del Pueblo de Ceuta” -que hoy integra, junto con la “Unión Demócrata Ceutí” (UDECE), la “Coalición Caballas”- Ramón Moreda y nada menos que Juan Luís Aróstegui. Memoria histórica de las buenas.
Como reza el viejo dicho, “cosas veredes que faran fablar las piedras”.

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