Son recuerdos de mi etapa en la residencia de estudiantes para hijos de militares. La flexibilidad de mis horarios como efebo del periodismo contrastaba con la disciplina marcial de los aspirantes a ingeniero. No era extraño que tuvieran que reforzar sus conocimientos de mecánica en la academia. En el último suspiro de la jornada me gustaba introducirme en la habitación de alguno de ellos para charlar y conocer los entresijos de tan noble ocupación. Era el café solo de las diez de la noche que nos habría de llevar hasta el momento mágico del sueño reparador. Tampoco me gustaba molestar mucho porque para ellos este repaso de última hora era necesario para fijar conceptos. En esta edad empezó mi admiración por los hijos de Arquímedes, y tengo que decir que, al final de los ochenta, todos ellos se entregaban con ilusión a sus estudios en la seguridad de que al término los contrataría alguna empresa. Según creo no había paro en el sector, y ya sabían que el salario mínimo sería de 180.000 pesetas (lo bastante como para hilar con un proyecto de vida autosuficiente). Veinticinco años ha. ¿Qué habrá sido de ellos? Seguro que alguno estará en Arabia o en el Panamá. Este tipo de sabiduría basada en el ingenio y en las matemáticas es la que nos hizo sacudirnos la esclavitud de una naturaleza inestable. El hombre vería las bondades del agua, del fuego, del aire y de la tierra; pero también su fuerza devastadora. De hecho, durante años, he madurado la idea de que en realidad la lucha del hombre habría de ser una: la hostilidad de la una contra el ingenio de nosotros. Si bien, como vértices de un triángulo perfecto, se desarrollaron otros dos sistemas de sabiduría. La filosofía intentaría dar forma a las esencias del ser humano, su porqué, su causa, su dirección y su camino. ¿Dónde se halla la felicidad? Los hijos de la filosofía, después de siglos averiguando los vínculos que unen al hombre, como ser pensante, y a la naturaleza, como sustentadora de sus necesidades, tomaron como cierta la humildad. La humildad es la mejor forma de destino y un estado donde los condicionantes del alma y del cuerpo encuentran su equilibrio. Entonces, dada la extensión de la planicie, la diversidad de los pueblos, y la escasez de recursos, apareció en consecuencia una tercera base del conocimiento, la política económica. Sin embargo, lo que estaba llamado a sumir a las naciones en una fuente de riqueza igualitaria se está destapando en una suerte de recelos de los unos hacia los otros, entorpeciendo el fin último de sustentación y erosionando el entendimiento. Echo en falta una superestructura que coordine las tres formas de sabiduría, que por separado sí han conseguido un gran nivel. En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas me parece una idea excepcional, pero a día de hoy no parece que goce de una autonomía suficiente como para orquestar una respuesta mundial. En definitiva, de esta sólo nos saca el cuerpo de ingenieros, y la formulación de un código ético que armonice la sabiduría económica con la sabiduría de los grandes pensadores.
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