Yo diría que es una especie de icono más de la ciudad, al menos para bastantes ceutíes. El Cristo de los Afligidos, más popularmente conocido como el Cristo del Puente, sigue generando una tradicional devoción. Al pasar por delante de su hornacina, unos se santiguan, otros inclinan respetuosamente su cabeza en señal de reverencia. Los hay que se detienen a orar devotamente, al tiempo que cada vez son más los que siguen su camino, indiferentes, al hilo de la progresiva pérdida de religiosidad del país.
La remodelación que se hizo de su emplazamiento cuando en el lugar se recreó, en cierto modo, la antigua entrada a Ceuta, posibilitó esa especie de capilla actual con la idea de darle al Cristo un ambiente de mayor solemnidad y recogimiento, especialmente para quienes se detienen ante su venerada imagen.
Acertada iniciativa, ciertamente, mas algunos mantenemos vivo el recuerdo de aquella hornacina a pleno descubierto y a ras de muralla, siempre repleta de frescos ramos de flores de novias, con sus dos artísticos reclinatorios de piedra delante desaparecidos hace muchísimos años, sus faroles y la ilustrativa lápida de San Juan de Dios a la derecha. Difícilmente el Cristo pasaba desapercibido entonces ante quienes, a pie o en los vehículos, transitaban por el lugar, al tiempo que permitía dejar al descubierto a quienes pudieran tratar de atentar contra el piadoso lugar, como creo ha podido suceder ahora. Cabe tal sospecha después de que, días atrás, el cristal que protege a la imagen apareciese fracturado desde su base, seccionado por dos líneas en forma de uve. Baste al lector observar la fotografía, especialmente en su montaje inferior, en la que se detalla el daño.
¿Estamos ante un exponente más del conocido vandalismo que azota a la ciudad? Uno cree que, por su grosor, ese vidrio difícilmente pudo romperse por casualidad. Es más, eran bien visibles en el punto de origen de la quebradura dos impactos circulares que conducen a la sospecha de que alguien, maliciosamente, trató de romper el vidrio valiéndose para ello de una piedra o de otro objeto contundente.
Pero que no cunda la alarma entre los devotos y la gente de bien de este pueblo. Las imágenes son del pasado jueves. Veinticuatro horas después, cuando volví al lugar, el cristal ya había sido sustituido. Cabe felicitar por su actuación a quien corresponda. Dados los daños que sufría el vidrio, su desplome habría dejado el Cristo a merced de los vándalos de turno. Y en este momento no puedo por menos que acordarme con indignación de lo que sucedió con la virgen que durante tantos años presidió el cruce del Sarchal.
No estamos ante una imagen de gran valor artístico, pero sí, insisto, de un profundo sentir devocional. Antaño existió la tradición de llevar al crucificado, pocas fechas antes de Semana Santa y en ceremoniosa procesión, hasta la Catedral, de la que era devuelto, días después y con la misma solemnidad, hasta su sitio. De autor desconocido, su antigüedad podría remontarse a unos dos siglos. No hay constancia de que esta talla hubiera reemplazado a otra imagen anterior, tras las tres ocasiones en las que el crucificado fue cambiado de sitio.
A decir del Cronista Oficial de la Ciudad, José Luís Barceló, se trata de una de esas ‘imágenes de puerta’ que se acostumbraban a colocar a la entrada de las ciudades al objeto de que, quienes entrasen o saliesen, viajeros y soldados principalmente, pudieran encomendarse a ellas. De ahí que casi siempre estuviera en el puente al que vino a dar su nombre. Originariamente se ubicó en la capilla por la que desfilaban los condenados a muerte, muy próxima al lugar sobre el que se asentó el anterior Hospital Civil y donde estuvieron las ermitas de San Marcos, junto a las desaparecidas Balsas. En otros momentos también llegó a presidir el Postigo de San Rafael, camino cubierto que iba parejo a la fachada norte de las murallas de la ciudad.
En 2002, cuando se acometieron las obras del Baluarte de los Mallorquines, la imagen fue trasladada a la iglesia de África. Dado el mal estado que ofrecía su policromía y la sujeción de los brazos, se encomendó su restauración a Manuel Fernández Magán, en Granada. Por fin, el 22 de junio de 2004, retornó a su lugar actual.
Ojala todo haya sido algo fortuito con el consiguiente susto para quienes, con más o menos frecuencia, solemos detenernos ante el piadoso lugar. Insisto, muy oportuna esa rápida intervención.
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