El contexto de la enésima crisis

El boicoteo comercial y los actos de protesta de los últimos días protagonizados por grupos marroquíes ante la permisividad de sus fuerzas de seguridad en la frontera con Melilla no son sino la culminación de un proceso que viene de atrás y que hemos de situar en un contexto más amplio que muestra que las relaciones bilaterales se hacen cada vez más complejas. Todo ello hace aún más urgente que tales muestras supuestamente espontáneas de hostilidad acaben para evitar una escalada en la siempre nefasta canalización mediática de nuestras relaciones bilaterales.
El aprovechamiento de la frontera terrestre hispano-marroquí - que, recordémoslo, es la frontera económica Norte-Sur más visible y más dramática del mundo, más que la que establece Río Grande entre los EEUU y Méjico - es un recurso fácil cuando lo que se quiere es presionar dada la muy segura cobertura mediática del asunto. Es frontera inmediata entre Europa y África y entre Occidente y el mundo árabo-musulmán y a ella hacen también referencia los terroristas yihadistas salafistas cada vez con más frecuencia. Además, la frontera con Melilla es en términos instrumentales aún más útil dado que esta ciudad autónoma depende mucho más del "hinterland" marroquí que Ceuta y, por ello, un bloqueo selectivo desde el lado marroquí es mucho más eficaz como instrumento de presión. Pero las agresiones físicas y morales contra funcionarios españoles - que en realidad vienen de mucho más atrás en el tiempo -, los carteles refiriéndose a la "Melilla ocupada" y otras manifestaciones hostiles no son sino el reflejo de una progresiva inclusión por parte del poder marroquí de los territorios españoles del norte de África en el marco de una estrategia de mayor calado.
Ni el Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla ni la Coordinadora de Asociaciones Civiles de Nador son, como protagonistas principales de los actos hostiles de los últimos días, instrumentos de canalización de los impulsos espontáneos de la sociedad civil marroquí. Si bien es cierto que en los últimos años han surgido multitud de ONGs en nuestro vecino, reflejándose con ello una loable vitalidad social, las "cuestiones de Estado" siguen y seguirán siendo dinamizadas desde la cúpula del poder y, por tanto, la modulación de las presiones sobre España cuando se considera que son necesarias proceden de ella. El norte marroquí bulle, las infraestructuras mejoran y todo ello debe contextualizarse en una mayor atención real a la región en el marco de la recomposición territorial de Marruecos. La Corona marroquí quiere que su plan de autonomía para el Sáhara Occidental obtenga rápidamente las bendiciones de los principales actores de la Comunidad Internacional y necesita, tanto en términos políticos como técnicos, las de España. De hecho a Marruecos le indigna que no haya un posicionamiento oficial español más comprometido y pretende ahora establecer un símil, forzado sin duda, entre una opinión pública española mayoritariamente pro-saharaui y a la que el Gobierno de Madrid no puede coaccionar y una "opinión pública" marroquí que se manifiesta en Beni Enzar y a la que las autoridades marroquíes, respetuosas con la democracia, tampoco reprimen.
Por otro lado Marruecos parece haber llegado a la conclusión, y ello en el marco de su gran recomposición interna en términos territoriales, que el momento de manifestar de forma cada vez más visible - pero siempre modulada y nunca por los canales diplomáticos y jurídicos apropiados - su reivindicación de los territorios españoles ha llegado, y ahí se situaría la manifestada, en mayo en Rabat, ante el Parlamento, por el Primer Ministro marroquí. La instrumentalización por parte marroquí, bien visible desde 2009, de la Ley de Memoria Histórica española para ampliar aún más su lista de agravios, el seguimiento al detalle desde Rabat de los roces que vienen produciéndose, en particular a partir del pasado noviembre y hasta la actualidad, entre España y el Reino Unido en relación con Gibraltar, y la constatación de que ni España ni Marruecos pasan por sus mejores momentos en lo que a sus relaciones con Argelia respecta, constituyen tres realidades a inventariar a la hora de hacernos con una visión lo más amplia posible que contextualice la escalada de actos inamistosos en la frontera.
Elegir el agosto vacacional, en pleno Ramadán cuando las sensibilidades son mayores, en el momento en que aún no hay Embajadores ni en Madrid ni en Rabat a los que llamar a consultas y cuando las amenazas del terrorismo yihadista salafista son más intensas contra las ciudades autónomas españolas - curiosamente AQMI invitaba a principios del verano a crear situaciones en Ceuta y en Melilla que propicien reacciones desmedidas de las autoridades españolas para con ello lograr réditos propagandísticos con el efecto "flotilla de Gaza" - puede parecer un buen momento para que después, una vez vuelvan las aguas a su cauce probablemente en el contexto de la visita del día 23 del Ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba a Rabat, España redescubra la centralidad de Marruecos en su agenda bilateral. El problema es que presiones como ésta no hacen sino enrarecer la convivencia sobre el terreno, agitar a los medios de uno y otro país y, con ello, deteriorar la vecindad. No es baladí recordar que el tan manido "colchón de intereses" hispano-marroquí al que nuestra tradicionalmente cauta diplomacia se ha remitido en momentos de deterioro anteriores para recuperar la normalidad lo es cada vez menos, y que aunque tanto en términos de comercio y de inversión como de intercambios humanos (emigrantes y turistas) las relaciones siguen siendo destacables, actos vulgares de animosidad como los realizados desde el otro lado de nuestra frontera hacen un flaco favor al futuro de la vecindad.

(*) Carlos Echeverría es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED.