Es una frase hecha. Se dice de algo que “va a Misa” cuando se trata de una verdad incontrovertible. El diccionario de la Real Academia Española define tal expresión coloquial de “ir a Misa” como “ser indiscutiblemente verdadero”. Pues si es así, y con todos los respetos, me atrevo a afirmar que lo que ha fallado el Tribunal Constitucional no va a Misa. El Tribunal, o más propiamente, la mayoría de sus miembros (pues hay tres loables excepciones) que se ha permitido validar la supuesta constitucionalidad del uso de la palabra “matrimonio” para las uniones homosexuales mediante una peregrina interpretación del artículo 32.1 de la Constitución (“El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”), ello so pretexto de que hay que atender la realidad social.
Conviene dejar claro que el recurso planteado hace ya siete años por el PP no atacaba en modo alguno el hecho de que dos personas homosexuales pudieran unirse, ni tampoco que tal unión tuviese los mismos efectos jurídicos que el matrimonio tradicional entre el hombre y la mujer, pues únicamente pretendía que el término “matrimonio” solo pudiera definir la unión de dos personas de distinto sexo, tal y como se desprende claramente del antes citado artículo 32 de la Constitución y, por añadidura, de la propia literalidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No es cierto, por tanto, lo que se viene afirmando a través de diversos medios de opinión tras el fallo del Tribunal Constitucional, puesto que dicho recurso no pretendía en ningún caso privar de sus plenos efectos a la unión homosexual debidamente formalizada.
No niego que una parte del común de la sociedad española está empezando a ver como algo normal lo que hasta ahora no lo había sido. Pero pienso que a este creciente sector, el uso de la palabra “matrimonio” le resulta absolutamente indiferente. Se llame como se llame, lo que viene admitiéndose es que dos personas del mismo sexo convivan en pareja, y que tal unión esté legalizada. Sin embargo, para quienes tienen una mayor formación cultural, para aquellos que conocen las raíces de la institución matrimonial y su regulación a lo largo de los siglos, desde el Derecho Romano, inspirador de toda la legislación occidental, hasta las más modernas Constituciones, solo cabe concebir como “matrimonio” la unión entre un hombre y una mujer. No me estoy refiriendo a la formación en valores religiosos –que también- sino a la derivada de los principios jurídicos que al respecto vienen informando las leyes a nivel mundial.
Etimológicamente, el término “matrimonio” viene de dos palabras latinas: “matrix” y “munium”, que significan “madre” y “carga u oficio”. De ahí se deduce que viene a denominar lo que podría llamarse el oficio de la madre: la creación de una familia, en cuyo seno deben ser educados los hijos. Exige, pues, la existencia de una mujer, de la cual se supone en principio que, con la intervención del esposo, varón, podrá procrear. Cuando Zapatero se empeñó en modificar el Código Civil en el sentido de introducir en dicho cuerpo legal la idea de que el matrimonio tendrá iguales requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de distinto sexo, desvirtuando así el contenido del primer párrafo de su artículo 44, que habla del “hombre y la mujer”, tanto el Consejo de Estado como la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y asimismo la Española de la Lengua manifestaron su oposición a tal reforma, con base en toda clase de argumentos históricos y legales. De nada sirvió.
Por eso, en uso de la libertad de expresión que constitucionalmente me asiste -al menos mientras al Tribunal Constitucional no se le ocurra cambiarlo- me permito dejar constancia de mi personal desacuerdo con el hecho de que ocho miembros (que no Magistrados) del citado Tribunal vengan ahora a decirnos que ya no sirve lo previsto en el artículo 32.1 de nuestra Carta Magna, aprobada por los españoles hace treinta y tres años, porque en tan corto periodo los tiempos y la gente han evolucionado tanto que ahora no vale lo que venía rigiendo desde época inmemorial. Repito, pues, que a mi juicio, lo que ha urdido en este caso el Tribunal Constitucional no va a Misa, y mucho menos si se tiene en cuenta la opinión al respecto de los Obispos.
Quizás alguien haya podido pensar que esto ha sucedido porque uno de los citados ocho miembros es Gay. Hombre, no. Hay uno así apellidado, que no es lo mismo.
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