Definitivamente, nuestro territorio no tiene la suerte que merece y sufre constantemente un goteo de pequeños atentados y mordidas aquí y allá que hacen que cada vez este más deteriorado. Sobre todo se está perdiendo la idiosincrasia territorial, que influye de diversas maneras en nuestra representación mental de Ceuta. Ya hemos conocido pérdidas significativas de edificios emblemáticos de nuestra ciudad, algunos fueron hurtados intencionadamente al catálogo que los protegía. El mamarracheo de las edificaciones han afeado bastante nuestro casco antiguo, muchos edificios están condenados al abandono crónico para que sean presa de los especuladores más babosos y cortoplacistas. Pese a todo, Ceuta, al igual que otras muchas ciudades españolas y europeas, se las apaña para continuar aguantando y soportando todos estos desmanes y no sucumbir a su liquidación absoluta.
Si se continúa con esta situación festiva y preponderante de la obra civil se podría llegar a una sustitución casi absoluta de la ciudad por otra prefabricada. Como un gran decorado, hueco de sentido histórico e idiosincrasia. En fin, vano e insulso como son las obras civiles que muchos enarbolan como principal motor del progreso económico. La aceleración de los tiempos es evidente y los cambios se suceden tan rápido que no podemos crear las estructuras mentales que nos asientan en nuestro territorio ni fijar puntos de referencia para orientarnos en la siempre difícil senda de la existencia en sociedad.
Los hitos referenciales son muy relevantes para reconocer nuestro territorio y también para poder reconocernos como sociedad. Necesitamos una mínima estabilidad urbanística y territorial, pero a pesar de lo costoso de las obras públicas las ciudades son cada vez más líquidas y cambiantes. Todo lo cual contrasta en una ciudad que, como Ceuta, ha sido bastante inmovilista en cuanto a sufrir cambios frecuentes en su geografía urbana, al menos durante bastantes décadas. Los grandes cambios históricos de la ciudad han sido ampliamente comentados por nosotros en varios informes y artículos de opinión, además hay varios libros de historia que ilustran los principales acontecimientos históricos que han propiciado la aceleración en la transformación del paisaje de Ceuta.
A toda esta concepción simple y economicista del territorio se une el carácter despótico que caracteriza a los proyectos de obras en las ciudades españolas, explicado bien por el analista Federico Aguilera Klink. Quizá lo más grave y descorazonador es la falta de transparencia que impulsa a la Administración a no ceder nada a favor de un mínimo debate público, salvo que las leyes obliguen a su cumplimiento. En la misma magnitud lo es también la falta de participación ciudadana, que de alguna manera avala el modelo de funcionamiento político-administrativo imperante en nuestra ciudad.
Nosotros, en medio de todos estos acontecimientos, nos sentimos como los aguafiestas de turno que solo esperan que exista, al menos, una minoría que pueda llegar a plantearse alguno de nuestros postulados y si le parecen útiles en algún sentido para la mejora social y el bien común. El despotismo es en nuestra sociedad caballa, muy militarista hasta hace pocos años bajo un régimen dictatorial, se asemeja mucho a una regla epigenética labrada a través de muchos cientos de miles de años de existencia como especie, pero en el ámbito social. La semejanza está en la impregnación social y educativa, en el modelamiento de aprendizaje al que estamos todos sometidos que ha llegado a penetrar en la médula del tejido social, pero no en la profunda interiorización que requiere la verdadera regla epigenética. En definitiva, que es algo generado a través del miedo y la represión pero que es reversible, aunque durará muchas décadas y dependerá de nuestra capacidad de autoeducación. Es la representación del caciquismo y el aldeanismo unidos en el despotismo más recalcitrante, para imponer unos criterios no consensuados ni discutidos a su sociedad, pero sí utilizando los recursos económicos de todos. Todo ello, al margen de los modelos establecidos que todavía tienden a separar a la sociedad de la política y de la Administración y a temer ser señalados por verter opiniones sobre determinados aspectos relacionados con el desarrollo democrático, los partidos políticos...
La autoeducación creemos que debe ser un buen antídoto contra el miedo y la falta de participación social en estos asuntos que estamos comentando, pero no parece que esté al alcance de todos pues esto requiere libertad de pensamiento y desarrollar un visión crítica del modelo socioeconómico establecido con la finalidad de participar e intentar mejorar las sociedades humanas en las que se desarrollan ciudadanos como oposición a simples habitantes de ciudad.
Pues en esto estamos. La semana pasada comentamos la nueva obra planificada para la remodelación de la Marina Española, porque no hay exposición pública ni se desea contar con la opinión de los ciudadanos. Las prisas por las necesidades judiciales son una mera excusa pues sabemos la lentitud de la Administración para casi todo. Aquí continúa prevaleciendo el criterio despótico para evitar los procedimientos de participación ciudadana que sólo traen quebraderos de cabeza a los simplificadores de la realidad y además es el atajo administrativo más directo para llegar a tiempo a la inauguración electoralista del nuevo proyectito del gran meritócrata señor Vivas y su Gobierno de improductivos consejeros, con muy pocas excepciones.
También y como ciudadanos continuamos intentando comprender por qué se nos ha de imponer un modelo que oculta a los pocos parterres y zonas con tierra que tenemos en nuestra pequeña jungla urbana. Esta campaña contra la tierra y las pequeñas zonas ajardinadas con tierra constituye lo último en simplificación brutal. Como no hay presupuesto para su mantenimiento, como si antes lo hubieran tenido, se eliminan bajo una capa de cemento que es más limpio, total para que queremos la tierra si está llena de bichos y malas hierbas. La Plaza Mina y muchas zonas de las barriadas antes han sido ocultadas sin piedad y ahora el paseo frente al monumento del Llano Amarillo está corriendo la misma suerte. El espacio de tierra y hierba que rodeaba a los tarajales era “claramente perjudicial e insostenible” por su “elevado coste” y requería de una intervención de la pequeña obra civil. Los jardines y los pequeños espacios que ocupan los parterres con plantas, árboles o hierba son espacios del territorio real de Ceuta (una humilde pero digna expresión de naturaleza domesticada a pequeña escala) y no los horrendos macetones que compráis para horterizar que no embellecer las calles. Si sumamos todos estos pequeños atentados cotidianos las pequeñas pérdidas aquí y allá se van sumando y se convierten en un goteo infame que está transformando nuestra realidad territorial más natural dentro del entorno urbano. ¿Por qué no podéis ser un poco más bellos moral e interiormente, y cuidar mejor el territorio?; ¿por qué pensáis que podéis decidir esto o aquello sin contar con los demás sino sólo con vuestros burócratas y expertos afines?; no os planteáis que muchos de vosotros no estáis preparados para tomar decisiones.
Para nosotros está claro que para entender hay que desarrollar ciertas sensibilidades, si éstas no se tienen ni se desean alcanzar nos encontramos con una sociedad ceutí controlada por catetos ostentosos que solo desean automóviles ostentosos, tener las mollas a buen recaudo y ropa, mucha ropa para llenar los armarios y quizá también sus vacuas vidas.