Para cualquier ser humano el camino de su vida ha de ser cuidado con el máximo cariño. Es lo que tenemos, el legado máximo que podemos recibir. Es. de hecho, la grande y verdadera riqueza que cada persona posee. No importan otras riquezas, de esas que circulan de mano en mano o a la que otros muchos aspiran. Está por encima de cualquier otro valor y de ella nos hemos de ocupar con el máximo esmero, cosa que no siempre hacemos y es una verdadera pena porque nos privamos a nosotros mismos del inmenso valor de la vida.
Sólo en algunos momentos especiales nos damos cuenta de ese inmenso valor de la vida, pues normalmente vivimos ocupados en resolver una serie de cuestiones que son importantes para nuestra subsistencia material. Es fácil confundir la verdad de la vida con esas variadísimas ocupaciones, que pueden llegar a ser muy importantes pero que no son, en realidad, lo que es el don de la vida, el sentimiento profundo del alma de cada persona, que se empieza a notar desde muy temprana edad; quizás cuando, de niños, le negamos un caramelo a un amigo. Platón señaló a la Humanidad una norma de conducta que no siempre cumplimos. Él señaló algo que parece fácil, pero que no se cumple adecuadamente; cada cual le pone medida, olvidando que en las cuestiones que se refieren a la verdad de la vida no hay más medida que la plenitud de la verdad Él dijo: “No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad” y sabemos bien que ese camino no lo recorremos más que cuando nos interesa, en lugar de transitarlo continuamente llevados del amor hacia la Humanidad. A veces surgen tragedias como el terremoto de Nepal y todas las gentes se conmueven a la vista de las fotografías y relatos que nos llegan. No es para menos, ya que se trata de una tragedia inmensa, pero sin ánimo alguno de comparar ¿cuantas tragedias tenemos a nuestro lado cada día y no les prestamos la atención debida? Así dejamos crecer la hierba en ese camino que conduce al necesitado. Nuestra vida tiene como fundamento el amor a la verdad. En cuanto abrimos los ojos, al nacer, la verdad del amor materno se nos presenta vivamente. Hemos de nacer, muchas veces al día, para ver el camino de la verdad que todos debemos recorrer con toda ilusión y entrega hacia quienes necesitan algo de cualquiera de nosotros - de toda la gente del mundo - aunque sólo sea una mirada afectuosa. Ese es el camino de tu vida y de la mía; para eso hemos nacido, para llevar paz y amor a todas las gentes, sin distinción alguna. No dejes crecer la hierba eb ese camino. Hay mucha gente que te necesita. Ayúdale a vivir, recorriendo juntos el camino de tu vida que se ha unido al de esa otra persona.