Hace unos días recibí un interesante informe sobre las consecuencias del turismo de masas en relación a la contaminación planetaria y al cambio climático. Su autor es un investigador en ciencias exactas que trabaja en la Universidad de La Laguna y al que envíe un mensaje agradeciendo su amable consideración al darme a conocer su informe. No obstante, le indiqué que sus conclusiones sobre el cambio climático no me parecían acertadas. Desde aquí espero que este artículo le ayude a entender mi posicionamiento y las razones esgrimidas para preferir hablar de Cambio Global.
Mi respuesta tuvo su efecto inmediato en el autor del informe que me pidió unos días para poder elaborar una respuesta apropiada. En vista de su interés me permití indicarle que en un par de días le enviaría un artículo de prensa que estaba preparando donde resumía mi aprensión por el mantra del cambio climático y mi adhesión al concepto de cambio global. En primer lugar, no seré quién niegue los perniciosos efectos de la contaminación atmosférica sobre el llamado efecto invernadero y su repercusiones sobre el clima en general desde la revolución industrial, pero sí conviene matizar nuestra influencia y centrarla en relación a nuestra posición en el sistema solar. Es hartamente conocido que, gracias a que el planeta tierra no es una esfera perfecta ni tampoco un cuerpo rígido, experimenta variaciones en el eje de rotación y esta desviación del eje respecto a la vertical recibe el nombre de oblicuidad. De hecho, al parecer de los astrónomos, es la Luna el principal agente regulador climático de la Tierra, ya que mantiene estabilizado la inclinación del eje terrestre.
La influencia del sol es efectivamente otro de los factores claves que explican la estabilidad de nuestro balance climático, unido a la capacidad de albedo (debido a las masas rocosas, la superficie de agua, hielos, vapor de agua y polvo en suspensión) o reflejo solar (70% absorbida y 30% devuelta). De hecho, es posible que ciertas anomalías solares pudieran provocar calentamientos excesivos o por el contrario una nueva edad de hielo, efectos combinados con pequeñas variaciones en la inclinación del eje terrestre.
Los gases de efecto invernadero juegan también un papel clave, y desde que se produjo el maravilloso desarrollo de la biosfera tal y como la conocemos, en base al uso del oxígeno para la obtención de energía, el famoso anhídrido carbónico y otros gases como el metano y el vapor de agua han posibilitado un planeta térmicamente habitable. Desde la revolución industrial se ha producido un aumento de estos gases en la que nuestra especie tiene un papel destacado al quemar ingentes cantidades de combustibles fósiles.
Sin embargo, también conviene aclarar que no han sido las únicas etapas geológicas en las que se han producido elevadas concentraciones de este tipo de gases. Nuestra atolondrada especie está jugando con el clima al igual que lo hace con los recursos, sin atender a que ha sido precisamente el clima el gran asesino planetario y el que ha provocado cinco grandes extinciones masivas con anterioridad, y desde hace millones de años.
Solo basta leer algo sobre las circunstancias climáticas del resto de planetas de nuestro sistema solar para entender que no es buena idea actuar como aprendices de brujo con nuestro propio clima (véase el excelente ensayo divulgativo de Castilla Cañamero al respecto).
Las continuadas variaciones climáticas acontecidas en una etapa muy reciente de nuestra historia geológica como el Pleistoceno son indicativas de lo mucho que ignoramos en relación al clima (J. Meco posee una nutrida y variada bibliografía en relación a estos cambios centrado en el norte de África) y lo delicado de mantener su equilibrio, por lo que estoy plenamente de acuerdo con la limitación de las emanaciones de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, me gustaría poner énfasis en relativizar nuestra contribución al cambio climático, a la luz de las cinco grandes extinciones en masa sufridas en el planeta tierra de la que nos ilustra el registro fósil. En la mayoría de ellas, si no en todas, se han producido regresiones y trasgresiones marinas que significan subidas y bajadas del nivel del mar y por lo tanto pérdida y condensación de los hielos en varias ocasiones. Hay que tener en cuenta que el hielo en los polos es un fenómeno relativamente nuevo en nuestro planeta, mucho más caliente durante la mayor parte de su historia o al menos de la historia de la vida.
La propia corriente del Golfo solo tiene un millón de años de vigencia, pues anteriormente las aguas cálidas caribeñas terminaban reuniéndose con el Pacífico. Por todo lo expuesto, no podemos sino relativizar, que no negar, nuestra contribución actual al cambio climático debido a las emisiones de efecto invernadero y que terminará con el agotamiento de los combustibles fósiles. Sin embargo, podríamos enfocar otros muchos impactos que provocamos y que tienen una gran influencia en los recursos y mucho mayor en el bienestar general.
A escala regional hemos modificado el clima, como bien apuntaba Alexander von Humboldt, a través de la desecación de zonas húmedas y de talas indiscriminadas de los bosques en muchas regiones de nuestro mundo. Hoy en día, muchos y variados estudios multidisciplinares sobre nuestro pasado reciente (Neolítico) muestran que los episodios climáticos cambiantes son una norma de nuestro planeta. Sin embargo, nuestra capacidad de influencia se ha extendido enormemente con la imparable y alocada demografía humana. El gran investigador Paul R. Ehrlich señalaba con acierto la gran amenaza que supone el actual aumento poblacional para el mantenimiento de los ecosistemas.
En su libro, la explosión demográfica nos señalaba a todos nosotros como el principal problema ecológico. Resulta curioso pensar que los mamíferos, y con ellos nuestra especie, se desarrollaron enormemente a partir de la última extinción, a finales del Cretácico y que ahora, gracias a las acumulaciones de fósiles convertidos en petróleo, gas y carbón, está colaborando abiertamente en provocar la sexta extinción.
Efectivamente como indican Leakey y Lewin (1997) la destrucción de hábitats y ecosistemas es una parte significativa de nuestra infame contribución a la defenestración de la biosfera. Por todo lo expuesto, me parece más pedagógico y necesario romper las barreras de humo que se levantan en torno al cambio climático y señalar al cambio global, cuyo principal motor es la demografía, como nuestro principal enemigo.
De esta forma, se entenderán mejor las cosas, podremos recabar mayor apoyo de personas cultas y de no pocos científicos recelosos de toda esta burocracia y mercadeo establecido en torno al negocio del cambio climático. Al menos no abonaremos conscientemente las insufribles elucubraciones de burócratas, políticos con negocios y mercachifles de la industria verde.
Personalmente, prefiero una industria basada en energías renovables, pero también sé que esto no será posible hasta que el combustible fósil se agote. Además, no deseo continuar participando, al menos conscientemente, en el circo capitalista y por ello no se pueden creer los alegatos del señor Al Gore vendiendo su preocupación por el cambio climático cuando fue un político que se opuso al Convenio de Diversidad Biológica celebrado en 1992, dando su apoyo a las empresas que destruyen la selva amazónica. No deseo ser un tonto útil en estas cuestiones, y mucho menos dedicando una parte importante de mi vida al estudio de las especies marinas, que suele incluir aspectos de su historia natural, geología histórica, distribución y clima. Todos son aspectos esenciales en mis investigaciones.
Me parece mucho más interesante explicar la infinita cadena de acontecimientos que provocamos con el incremento demográfico, y con ello toda la destrucción y el ruido que introducimos en los ecosistemas que nos quedan. El Cambio Global es un fenómeno complejo, relacionado con los propios ciclos climáticos pero, sobre todo, con la convergencia de estos fenómenos y nuestras propias intervenciones en la biosfera, que es hasta donde alcanza nuestra influencia.
Por todos estos motivos, la contaminación, la destrucción de hábitats y ecosistemas, las emanaciones excesivas de gases de efecto invernadero, la sobrepesca, la superpoblación y la gran dependencia del petróleo en directa convergencia a los escasamente comprendidos ciclos climáticos forman la base del Cambio Global que estamos provocando en nuestro más preciado tesoro, la Biosfera.
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