El Partido Popular en Ceuta llegó a instaurar un auténtico régimen. Vivíamos en una peculiar autocracia refrendada continuadamente por las urnas.
El poder del Partido Popular, emanado de la eclosión psicológica que supuso el episodio del islote Perejil, se fue extendiendo imparablemente a todos los ámbitos de vida pública hasta ejercer un control absoluto. La ciudadanía llegó a tener la convicción de que cualquier posibilidad de prosperar en la vida (un puesto de trabajo, un negocio…) pasaba inexorablemente por una rendición de pleitesía al Partido Popular en forma de voto perpetuo. Todo se podía comprar, incluida la voluntad y la dignidad de las personas. Y lo que se resistía, se silenciaba. Los atisbos disidencia eran castigados con el ostracismo o directamente laminados. La participación (esencial en democracia) se trocó en sumisión. Y el desánimo devino en indiferencia. En este escenario la derecha campaba a sus anchas, y aplicaba inmisericordemente su política, injusta por naturaleza. Así, durante este periodo, se han empleado cantidades millonarias de fondos públicos en fomentar la desigualdad. La mitad de la población ha sido condenada al paro. La juventud siente que le han robado el futuro. Las barriadas mascullan su lacerante abandono con amargura y resignación. Y la pobreza se instala en infinidad de hogares ante un irritante escepticismo.
Derribar un régimen, ya sea el bipartidismo en España, la autocracia de Vivas en Ceuta, o cualquier otro, es una operación sumamente difícil. Es una lucha tremendamente desigual. Y siempre parece perdida de antemano. Acabar con una dictadura requiere muchísima entereza moral, paciencia a raudales, gran determinación e inquebrantable fe en la victoria. Pero, sobre todo, mucha ilusión. La ilusión de la gente es un caudal de energía incontenible cuando se activa. Así ha sucedido el domingo en nuestro país. Una explosión de ilusión ha sacudido los cimientos del poder establecido. Es sólo el principio de un largo e incierto camino. Pero maravilloso, apasionante y esperanzador.
En menor medida y de otro modo menos deslumbrante; pero en Ceuta también se ha logrado resquebrajar el muro que se presumía impenetrable. El omnipotente PP ha visto mermada sensiblemente su representatividad, quedando por debajo del simbólico cincuenta por ciento. Por primera vez en quince años. Señal inequívoca del cambio. Ceuta pide a gritos un cambio radical en la forma de gestionar su vida pública en todas sus vertientes. Es inaplazable. El crédito del PP se ha agotado. Ahora es tiempo de fraternidad. De solidaridad intergeneracional. De cooperación. De unidad. Todos los que creemos en una Ceuta diferente, sin exclusiones, tenemos el deber de impulsar este cambio. Caballas, en compañía de otros, asume ese reto. Podemos.
El ejemplo de Primavera Europea nos debe servir de estímulo. Una formación política nueva e innovadora, sin medios de ningún tipo (privada del poder la televisión, sin dinero, sin plataformas institucionales…), ha logrado representación en el Parlamento Europeo. Su única fuerza ha sido la ilusión de gente que se aferra a la utopía como motor, y está dispuesta a sacrificarse sólo por sus ideas. Ése es el camino para derrotar a los poderosos. Contagiar entusiasmo y sumar personas para la causa.
Estamos alumbrando un nuevo tiempo. Y no debemos fallar. En las próximas elecciones municipales debe ganar la igualdad. Para ello, y parafraseando a Mario Benedetti, vamos a defender la ilusión como una trinchera, como un destino, como una certeza, como una bandera, como un principio y como un derecho.