El banquero

La figura del banquero no ha tenido casi nunca buena prensa. Se le suele representar como un individuo orondo, bien vestido, con un puro en la boca o entre los dedos, con la cadena del reloj de bolsillo bien visible y con un grueso anillo brillándole en uno de esos dedos. Algunos lucen un sombrero de copa. El banquero es la imagen de lo que se ha dado en llamar capitalismo puro y duro. Todas las miradas se han centrado en él para culparle de la crisis actual. Las instituciones que gobiernan los banqueros –los bancos– se han revelado insaciables en su afán por ganar dinero a costa de la ruina de los ciudadanos de los diferentes países. No pocos de ellos han llegado a convertirse en inmobiliarias debido a que las casas de quienes no han podido pagar los préstamos han pasado a sus manos. Es tal el encanallamiento que el ciudadano tiene con los bancos que el famoso exjugador de futbol francés Eric Cantona ha animado a todo el mundo a retirar el dinero para colapsarlos. De este modo hace un llamado a la rebelión contra los bancos a los que considera culpables de la crisis que nos corroe. “El sistema está edificado sobre el poder de los bancos. Por lo tanto puede ser destruido a través de los bancos”, dice el exjugador del Manchester United. Su llamamiento ha tenido eco pues miles de ciudadanos de todo el mundo se han dado cita en las redes sociales y, al parecer, han concretado el día en que retirarán su dinero. El 7 de diciembre, creo.
“Lo que es bueno para los bancos es bueno para el país”, declara un banquero corrupto en la memorable película del año 1939 “La diligencia” (Stagecoach), del genial John Ford. En la película, el codicioso banquero, mientras dice la citada sentencia, se dispone a largarse del pueblo a bordo de la diligencia llevándose cuanto dinero puede arramblar. No sé si John Ford se las tuvo tiesas en su vida con los banqueros para financiar sus películas, pero lo cierto es que en “La diligencia”, ese miserable y mezquino banquero es la imagen y la metáfora del banquero, quizá, según John Ford.  
Parece mentira que un milagro económico llamado Irlanda se vea en la tesitura en que se halla. ¿Qué ha pasado pues? Pues que la fiebre especuladora de bancos y promotores inmobiliarios fuera de todo control, en connivencia con los políticos de turno, ha dado con Irlanda en una situación de la que saldrá como muy pronto dentro de una década. Los bancos irlandeses  –¡ay, los bancos!– se endeudaron hasta las pestañas pidiendo préstamos a bancos europeos que luego no han podido pagar. Todo estalló como una pompa de jabón, y los bancos irlandeses han tenido que hacer frente a una deudas que dan pavor. ¿Y después qué? Después, el despeñadero. El Gobierno irlandés en vez de exigir que los bancos que hicieron los préstamos se hicieran cargo de la deuda, o, al menos, compartirla, pues no, se hizo cargo –el Gobierno– de las deudas de los bancos, de tal manera que el ciudadano irlandés es el ‘pagano’ del desaguisado, viendo como se le recortan los sueldos, se congelan las pensiones y todo se va al garete hasta dentro de una década. Y eso con suerte. La UE ha salido al rescate de la economía irlandesa con una cantidad cercana a los cien mil millones de euros que se habrá de pagar a un interés del 6.7% y durante nueve años. En otras palabras, “las pérdidas privadas” se han convertido por arte de magia en “obligaciones públicas”.
Pero recuerde, amable lector, que, según el corrupto banquero de “La diligencia”, “lo que es bueno para los bancos es bueno para el país”. Frase lapidaria donde las halla.