Ayer me dio una confesión un buen amigo. David es una persona que le gusta el mundo de lo paranormal y me contó un sueño precioso. Arrancaba con un arcoiris de grandes dimensiones donde me quedé pasmado por la belleza. Pero mis fueros interiores me decían que tenía que acercarme aún más y seguí en dirección hacia ese fenómeno meteorológico. Dicen que está ligado a lugares donde debe de haber en su parte más profunda algún tipo de tesoro. Yo creo que no fue entonces obsesión sino que le guío la ambición. Por ese motivo él, como un zombi, fue hacia aquel punto geográfico. Quería saber y a la vez aliviarse de la curiosidad. Fue una jornada muy agotadora pero valió la pena.
Llegó hasta una cueva donde tenía que ir un poco agachado pero en su interior encontró un tesoro. Consistía en un cofre. Lo sacó como pudo de allí e hizo una llamada telefónica. Pesaba mucho y él no podía llevárselo sólo. Por eso lo arrastró e hizo un agujero con sus propias manos y con ayuda de palos que encontró. Y posteriormente lo enterró para que nadie pudiera quitárselo. Le entró la vena de la codicia y la desconfianza. Por aquellos días no había el adelanto de los teléfonos móviles y tuvo que buscar una cabina telefónica y llamó a un buen amigo que era yo. Me contó su historia y como era elemental lo primero que le dije si sabía lo que tenía en su interior. Él me confesó que lo único que pensó en esos instantes era dar seguridad a ese cofre que pesaba muchísimo y que sólo se le ocurrió arrastrarlo a un lugar donde él creyó que era seguro. Dando toda la seguridad con su inteligente decisión de hacer un agujero y enterrar el citado objeto.
Él se guió por su intuición. Mucho peso y un cofre cerrado equivalía a que tenía que contener algo muy importante y como es lógico valioso. Tanto él como yo estábamos con la imaginación desbordada. Yo creí haber encontrado la solución a mi vida. Y dar por terminado todas las broncas que mi abuela me daba casi a diario cuando me disponía a salir con mis amigos: “Piensa en tu porvenir y ponte a estudiar”. Era una ocasión única para demostrarle que había tiempo para todo. Cogí el coche de mi padre y una pala que se la pedí al vecino y me dispuse a ir al lugar de reunión que me había dado mi amigo. Allí desenterramos el cofre y como le había pasado a mi amigo ni lo pensamos lo metimos en el utilitario y nos marchamos del lugar.
Durante el camino especulamos sobre lo que podría contener, pero lo primordial era de romper la cerradura pero en un lugar seguro donde nadie pudiera ver la escena. Decidimos ir a la parte trasera del Faro, en el Monte Hacho, lugar más tranquilo era imposible y allí sacamos el susodicho baúl y le metimos unos pocos de palazos hasta romper la caja por su parte superior y ver que había armas del año del ‘catapún’. Fue muy decepcionante nuestro hallazgo pero creímos que podíamos sacar algún partido monetario al asunto. Nos pusimos en funcionamiento. Preguntamos a mucha gente y la verdad que se veía mucho color. Había que limpiar profundamente la mercancía y tener mucha fe. Y conseguimos un comprador. Nos dio por todo el lote un buen dinero. Con él yo particularmente me compré, con mi parte, una moto de segunda mano pero era mi ilusión. Pero todo fue un sueño. Aunque dicen que de ilusiones vive la gente.