Categorías: Colaboraciones

El anónimo “cofrade” digital

Me considero un impávido defensor de la total transparencia en las redes sociales, de actuar siempre a cara descubierta, con nuestro nombre real, y nunca oculto tras la ventaja del anónimo avatar.

El uso de seudónimos en las redes puede ser una manera efectiva de “esconder” la cara con la máscara del permanente carnaval cibernético, y de esa forma llevar a cabo comportamientos irregulares con connotaciones negativas. Quienes usan ese anonimato tiene un perfil psicológico muy definido; son recelosos, inseguros, temerosos de la comunicación directa, cara a cara y bidireccional. Nunca se atreven a dar señal de vida nominal. En realidad solo critican públicamente lo que escriben sus admiradores secretos, a los que se consideran siempre inferiores social, profesional, cultural, y sobre todo intelectualmente. Sienten recelo de aquellos con nombre propio y apellidos, a los que nunca se atrevería mirarles a la cara, y decirles lo que piensan realmente. Se escudan en el cobarde anonimato, en el arte de tirar la piedra y esconder la mano. No saben que su medroso encriptamiento nominal descalifica sus espurios argumentos, que solo se basan en el escudo del ocultismo, la influencia mediática, la ausencia de autocensura, la ignominia, y la intolerancia.
Por todo ello, tengo la “costumbre” de no contestar a los desconocidos, sobre todo si se esconden bajo el pusilánime seudónimo del ANONIMATO. Es por una evidente cuestión de simetría: si yo soy visible a los demás, me gusta identificar a los que se dirigen a mí. En las redes, este estatus de equidad es decisivo. Aun así, sigo sin tener miedo a nada ni a nadie, por muy “invisible” que él sea. Voy siempre con el orgullo de mi identidad como basamento para la defensa pública de mis ideas y opiniones. Sin embargo, usted, señor “desconocido”, bajo el seudónimo de “COFRADE” mantiene el carnaval de su anonimato durante todo el año en la edición digital de este periódico. Solo tengo que darle cuentas a Dios de mis actos, pero, por la “amistad” que estigmatizó mi pasado, voy a hacerle algunas reflexiones públicas a sus triviales comentarios anónimos.
Los que me critican como usted, desde el cobarde anonimato digital, en el fondo, son admiradores secretos con el rostro cubierto por el antifaz de la envidia, que no pueden soportar que otros me admiren y me respeten por lo que soy, y por lo que he conseguido en mi vida. Siempre escribo sin seudónimos. Voy siempre con la verdad por delante. ¿Y usted? Todas las respuestas a sus absurdas y lascivas preguntas están escritas en los artículos anteriormente publicados. Parece que usted tiene un "entendimiento selectivo", solo comprende lo que quiere entender e ignora lo que no le conviene o interesa. Por favor, deje de utilizar la hipocresía como arma ante la inteligencia, olvide su patética ironía, pues solo pone en evidencia, ante el hombre su incompetencia, y ante Dios su escasa valía. Primero debe saber, que los verdaderos cofrades, solo buscamos puntualmente el ocultismo social cuando vestimos la túnica nazarena durante la estación de penitencia. ¿No sabe usted diferenciar aún un rosario de la aurora de una estación de penitencia? ¿No conoce usted el derecho canónico que regula la legalidad eclesiástica? Los cofrades somos solidarios en el desigual reparto de las riquezas, pero usted debería de protestar oficialmente por la injusticia en el reparto de las neuronas.
Señor “desconocido”, también debería saber que lo peor de los “nuevos ángeles iluminados” que ocasionalmente desembarcan en nuestras costas, no son sus neófitas ideas, ni siquiera su política de hechos consumados. Lo más deplorable son sus incondicionales seguidores, que como usted, le nutren, le amparan, le animan, le aplauden y le consienten todo, sin ningún tipo de restricción o medida. Lo peor de la prepotencia, con independencia de su color y condición, no es el infame destilado de su soberbia, sino la hipocresía de los que no la quieren ver, y la pereza de los que se la permiten y consienten. Ese ángel de las excelsas alas altaneras es el que a usted, “se le ha ido de las manos”.
¿Cómo se atreve a acusarme de “jugar a las cofradías”? ¿Quiere que publique las fotos donde aparece jugando con mi hijo de 9 años a los “pasitos de Semana Santa” en el suelo de mi casa de Sevilla? ¿Cuándo va usted a madurar, anónimo cofrade? Digo madurar y no mutar. Algunas personas pueden cambiar con el tiempo, por sequía de la fuente de su hipocresía, o por desbordamiento del cauce de su envidia. Otras no cambian, solo demuestran ser lo que antes ocultaban con el antifaz de su fariseísmo. ¿Cuál es su caso? Sólo el tiempo es el único juez terrenal que nos valora, y el eterno avalista que da sentido y aquilata la hipoteca de los hechos de nuestras vidas. Nunca me doblegaré ante el rodillo de algunas minorías oligárquicas del entorno que usted defiende y adora incondicionalmente, y a los hechos me remito. La verdad no siempre es del color púrpura que usted lleva por bandera.
Anónimo cofrade, no juegue usted con la armadura y la espada de Aquiles, no intente ser aquel estradiote guerrero defensor de la soberbia del nuevo Agamenón de la capa morada. Recuerde, lo que le puede pasar a aquel que, como el joven Patroclo, se oculta bajo la armadura ajena del seudónimo. Búsquese un rival de su “talla”. Usted es demasiado vulnerable, como persona y sobre todo como profesional. Su vida ha estado cercana a la mía. Tiene demasiados tendones de Aquiles donde cualquier “Paris” puede, sin errar, disparar sus flechas. Que pronto ha olvidado las numerosas veladas en las que usted disfrutó sentado conmigo en mi mesa. Ahora no quiere que el mundo cofrade le “relacione” conmigo. No le interesa recordar mi amistad ni mi hospitalidad, esas repetidas veces que fue invitado a mi casa en régimen de pensión completa. ¿Ha borrado de su memoria también los entrañables momentos cofrades que vivimos juntos, siendo mi huésped en Sevilla? ¿Ha olvidado incluso todo lo que usted decía en privado contra aquel extraño “ángel” que le había “caído del cielo”, y que ahora defiende públicamente a capa y espada? Esto sí que es “ver para creer” ¿No le parece? Creo que tengo mejor “memoria histórica” que usted. ¿Quiere que lo cuente todo aquí? ¿Se apunta a ese espectáculo periodístico sin máscaras? Tenga cuidado anónimo cofrade, no venere usted al “ángel” por su condición, sino por sus hechos y cualidades, no se equivoque en su percepción, que aunque el sol todos los días sale, no todo lo que reluce son bondades, y un ángel caído a Dios traicionó, y de su nombre solo se conocen maldades. Usted, al igual que Judas, también vendió muchos años de “amistad” por algo más de 30 monedas de plata. Lo hizo por razones de mayor densidad plumbífera, pero de menor riqueza que la plata. Entre otras, por cuatro años de “tranquilidad”, sin perturbaciones con el ministerio sacerdotal, sin aquellas amistades incómodas o peligrosas que podrían dañar su inminente, ascendente y prestigiosa “carrera social”. Sin embargo, «en el pecado lleva su penitencia». Mientras tanto, me sentaré paciente en la orilla del río de la vida, y sin duda, veré flotando el “cadáver” de mis “enemigos” pasar.
¿No sabe usted que no es de buen católico juzgar la categoría cristiana de los demás? ¿Por qué lo hace en sus anónimos comentarios digitales? ¿Lo hace usted de motu propio o por sugerencia de su “ángel de la guarda”? «Dios os juzgará de la misma manera que vosotros juzguéis a los demás; y con la misma vara con que midáis, seréis medido» (Mt 7,2) ¿No sabe que “cofrade” somos todos los cristianos que deseamos participar en cenáculos abiertos de lo más sagrado que Dios nos ha dado: la búsqueda continua de la verdad genuina, y su manifestación pública mediante la comunicación nominal, inteligente, y racional que nos separa y distingue de la bestia, y de su comportamiento visceral y radical? A usted, mi enigmático cofrade, no parece que le interese el intercambio abierto y completo de opiniones públicas, justas, válidas en su contexto y forma, entendidas bidireccionalmente, admitidas por nominales receptores comprensivos y correctamente informados, que respetan las ideas y vivencias del que, libremente, expresa su opinión. ¿No le sirven como respuesta a sus fútiles preguntas los 68 “me gusta” de la publicación digital de mi penúltimo pero no póstumo artículo? ¿No le vale las más de 300 lecturas digitales? Señor desconocido, si usted quiere la PAZ trabaje por y para la justicia, si ama la justicia busque la verdad. Solo el que conoce y es cómplice de la verdad, y la oculta deliberadamente como usted, puede sentirse incómodo y ofendido por ella cuando se descubre y sale a la luz pública en mis artículos. ¿Lo entiende ya apocado cofrade del anonimato?
¿Piensa usted salir alguna vez de su “ropero digital”? ¿No está incómodo ahí? Y digo ropero y no armario, que aunque son sinónimos semánticos, no así contextuales. ¿De qué tiene miedo? ¿No cree que su oculta ropa de nazareno desprende demasiado olor a naftalina? ¿Por qué se esconde tras el antifaz en el ropero como si estuviera todo el año en el “pasaje del silencio” público? ¿Por qué no firma sus comentarios? ¿Acaso siente vergüenza de sus ilustres apellidos? Sin embargo no parece que tenga ese sentimiento cuando hace continuamente el ridículo en sus nefastas y repetidas intervenciones públicas. Algunas en directo, tan recientes como osadas, no solo en la oratoria, sino también en la irrespetuosa e inadecuada indumentaria para el contexto temporal y espacial del acto público. Supongo que todo vale para alcanzar sus objetivos personales a través de las cofradías. Usted, si que “juega” con ellas. Me da la sensación que utiliza el mundo de las Hermandades para promocionarse socialmente y laboralmente, para buscar, en el futuro más inmediato, y por la “vía fácil para una dudosa competencia”, un puesto de trabajo seguro en el “ayuntamiento de turno” a través del poder fáctico de sus “poderosas amistades”.
Usted, señor desconocido, nunca le ha interesado oponerse ni frontal ni lateralmente a las fuerzas torrenciales de las autoridades eclesiásticas. Es siempre mejor navegar a favor de la corriente del río, y viajar con ellas a lejanos lugares sagrados. ¿No le parece? Conoce usted muy bien la política de las anónimas palmeras de la plaza de África. Éstas nunca se oponen al vendaval, no luchan contra las adversidades del levante invernal, lo dejan pasar, cada una lo esquiva y lo sobrelleva a su manera, con las armas que la naturaleza le ha dado. Y así, cuando pasa la borrasca, cada una permanece en su lugar, de eso se trata. También hay que reconocer que esa táctica de la palmera no está siempre al alcance de todas las conciencias, ni en todas las circunstancias de la vida. No todos tenemos el talante de la palmera ni sus razones ocultas, “anónimo cofrade”. Ambos tenéis en común la estructura especial del tronco, distinto del resto de los “árboles”. Ambos no desarrolláis la madera de los clásicos anillos que aquilatan sus años. La vuestra solo tiene conductos filamentosos de fibras de celulosa de textura y apariencia “suave”, que la hace mucho más flexible que un árbol, lo que le permite doblarse sin problemas en cualquier tipo de tormenta huracanada. Así, no es de extrañar que, después de cualquier morado vendaval, si queda algún árbol en pie, lo más probable es que sean las palmeras de la plaza de África. Como estos hábiles vegetales, usted, incognito cofrade, se deja acariciar, acunar, balancear y hasta azotar ocasionalmente si fuera necesario por la furia y la soberbia del viento invernal de levante, y cuando alcanzan su máxima curvatura, se doblega humildemente ante la inercia del más fuerte. Pero tenga cuidado con su esencia tan especial, pues el tronco de esta palmera es muy sensible al picudo rojo, y sus larvas, como el parásito de la envidia humana, la corroen por dentro hasta devorarla. Pueden pasar años sin que se perciban signos exteriores de los daños internos del picudo. Solo el corte y la destrucción de la zona podrida podrían acabar con ella. Pero creo que usted, a estas alturas, lo mismo que no puede detener mi pluma, tampoco puede frenar la expansión interior de esa envidia roja, que le nubla la vista y le corroe el alma.
Sin embargo, el picudo rojo de la envidia no ataca a los árboles de preciosa madera como el ébano o la caoba. Pero algunos vientos huracanados, que llegan a mover las campanas de la catedral, pueden arrancar de raíz a estos grandes árboles, orgullosos del tamaño de sus troncos, de la naturaleza noble de su madera y de sus profundas raíces, que no supieron cómo defenderse, siempre rígidos en sus posiciones pretéritas. Ese es el error de los que, como yo, estamos orgullosos de nuestra identidad, expresamos públicamente con ella lo que pensamos, bajo la libertad que permite un estado de derechos, en el amparo de la ley, y en la vigilia de nuestras conciencias.
Soy consecuente en la dificultad de conseguir algo positivo con una oposición honesta a los cambios del medio, y a las embestidas desafortunadas del nuestro entorno social y cultural, sobre todo si se tiñen de color púrpura. Imagino que eso se aprende a base de “jarabe de palo”, aunque algunos, como usted, “cofrade misterioso”, y las palmeras africanas tienen esa cualidad innata. Sin embargo, los cofrades con identidad y entidad propia somos más ingenuos, creemos a veces en la nobleza del alma de nuestra madera, y de vez en cuando, sentimos una necesidad irreversible de situarnos en el ojo del huracán, de chocar frontalmente con la punta del iceberg de la injusticia, para demostrar al mundo el poderío de la razón que navega en el barco de la aromática y exquisita madera de nuestra armada invencible, en vez de intentar esquivarlo como hizo el Titanic, que aún así también se hundió. Otros han aprendido hábilmente a torear con arte, a verlos venir desde lejos, a lucir en la plaza sus verdes dátiles inmaduros con ayuda del suave viento de poniente del estío, y a doblegarse con elegancia ante el viento de levante del invierno. ¿No es así “anónimo cofrade”?
Dice usted en sus comentarios que soy “habilidoso con la prosa”. Parece que, por mi estilo y tono abrasivo, lo ha “sufrido en silencio como las hemorroides”, y en reiteradas ocasiones,. Pero como decía Groucho Marx: «todo en la vida es comparado con qué». Si actúa usted como patrón de referencia de la prosa, debo ser como mínimo, Francisco Umbral.
Ya puede usted guardar el diccionario y cerrar el Google, cofrade “desconocido”. Para entender el mensaje final del artículo no los va a necesitar. «No tema al enemigo que te hiere con su espada anónimo cofrade, pues sus heridas las seca el tiempo y las cura el olvido. No tema tampoco al enemigo habilidoso con la dialéctica que te daña con la lujuria de sus palabras, pues el vendaval del viento con el tiempo se las lleva. Pero cuídese siempre del enemigo que es diestro con la pluma porque lo que escribe públicamente de usted, escrito queda…»

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