Hace unos días ofrecimos una rueda de prensa en la sede del Museo del Mar para dar a conocer los resultados de las investigaciones sobre el arribazón de algas que hemos padecido este verano. Para nosotros no era un problema nuevo. Desde hace un año veníamos observando una colonización masiva de este tipo de alga en los fondos marinos de Ceuta. Lo que pasó el verano pasado simplemente es la visualización en la playa de un proceso ecológico patente en el substrato marino. Desde la aparición de esta cantidad masiva de una determinada especie de alga en el litoral ceutí comentamos que era imprescindible llevar a cabo un análisis científico de este fenómeno natural. Pero nadie nos hizo caso, para no variar. La única preocupación de las autoridades y de los partidos de la oposición era eliminar cuanto antes las algas con el objetivo de evitar las críticas de los bañistas. Siguiendo esta inquietud desplegaron en pocos días una gran cantidad de máquinas excavadoras para retirar las algas y parte de la arena, ya que con este tipo de medios mecánicos no es posible separar “el grano del trigo”.
Desde Septem Nostra nos interesamos por el destino de este desmesurado volumen de algas marinas. Llegamos a poner de manera pública y privada que dejaran parte de estas algas para incrementar la cantidad de yodo presente en el arenal, tal y como luego supimos que están haciendo en Valencia. Pero no, aquí no. En Ceuta la consigna era eliminar el problema de raíz, sin pensar ni meditar nada sobre las causas, las consecuencias y el mejor proceder a la hora de tratar los restos de las algas. Coincidió en el tiempo que leyéramos una obra poco conocida de Henry David Thoreau, Cape Cod. Este es el nombre de una península marina, similar en su morfología a Ceuta, pero situada en las costas de Massachusetts. Allí fueron de expedición Thoreau y su amigo Channing para conocer este litoral con la doble visión científica y poética que caracteriza a la obra de Thoreau. Su primer paseo fue en octubre de 1848. En aquella ocasión, observaron “una aglomeración que alcanzaba varios pies de alturas. En el centro mismo de la multitud que rodeaba los restos había unos hombres con carretillas ocupados en recoger las algas que la tormenta había arrojado y llevarlas fuera del alcance de las olas…Se ahogase quien se ahogase, no olvidaban que aquellas algas marinas eran un valioso fertilizante”. Una vez recogida de la playa, las algas eran extendidas para secarlas y luego utilizarlas para alimentar sus tierras.
Como hemos comentado hace un instante, Thoreau sumaba en su persona el alma de un curioso naturalista con el de un fabuloso poeta. No es de extrañarnos, pues, que además de interesarse por la biología de este tipo de fauna marina escribiera que “las distintas especies de algas nos parecieron una creación de fábula, una invención adecuada para adornar la carroza de Neptuno, o un capricho de Proteo. Todo cuanto se dice del mar suena a fabuloso en la mente de un habitante del interior, y todo lo que es producto suyo posee una cierta cualidad fabulosa, como si perteneciese a otro planeta, desde un alga marina a un cuento de marinero, o historia increíble”. Orgullosos herederos y continuadores de esta manera de contemplar el mundo que nos ha legado Thoreau, aún mantenemos viva la llama que nuestro profesor de Ciencias Naturales en el Colegio de San Agustín, Jesús Ramírez, encendió en nuestros corazones. Buena parte de la responsabilidad en la decisión de convertirnos en biólogo marino o conservacionista, respectivamente, recae en aquella actividad que Jesús Ramírez nos mandó de realizar un algario marino. Cuando esté terminado nuestro trabajo invitaremos a nuestro querido profesor a visitar el algario que estamos realizando en el Museo del Mar.
Cuando paseamos por el litoral de Ceuta no vemos en las algas marinas un incordio para el baño o la toma del sol, sino un tesoro para el curioso investigador y el amante sincero de la naturaleza. No son simples residuos arrojados por el mar, comparables a las botellas y otros plásticos que nos devuelven las olas. Las algas son fuente de conocimiento y, en otros tiempos, fuente también de vida y alimento. Todo en la naturaleza tiene su lugar y un papel que cumplir. Nosotros los humanos también lo tenemos. Somos unos seres dotados de aguda percepción, emociones transcendentes, capacidad creativa y posibilidad de acción regenerativa en la naturaleza. No estamos aquí simplemente para sobrevivir, -comiendo y bebiendo para mantener nuestros cuerpos al servicio de trabajos rutinarios-, sino para contemplar la belleza de la naturaleza y aprender sus leyes sagradas. Cuando nos desviamos de nuestro papel asignado por el cosmos y nos creemos dioses empiezan los problemas.
Con nuestras dementes acciones hemos roto el equilibrio que permite el normal desenvolvimiento de la vida. Hemos contaminado los ríos y los mares, quemado los bosques, arruinado los suelos más fértiles, deformado los paisajes y hasta alterado el clima terrestre. Por si fuera poco hemos traído y llevado, de manera consciente o inconsciente, especies de un lugar a otro provocando graves alteraciones en los ecosistemas. Nuestra última gran proeza ha sido traer hasta las aguas del Estrecho una especie de alga caribeña. Por motivos que aún estamos analizando, si es que contamos con los medios necesarios, es determinar las causas de su asombrosa proliferación en un tipo de aguas inhabituales para ellas. No menos importante es conocer las consecuencias a corto, medio y largo plazo de la llegada de esta alga invasora al litoral del Estrecho de Gibraltar.
Dada la habitual manera mecanicista de pensar la pregunta que nos lanzó una periodista durante nuestra rueda de prensa fue: ¿Cómo podemos eliminar estas algas de nuestras costas? La respuesta fue dura y contundente. De ninguna manera. Así de claro. Los cambios que provocamos en la naturaleza son, en la mayoría de las ocasiones, irreversibles. Existe en la naturaleza una ley universal que conocemos como la entropía. Una de las aplicaciones prácticas de esta ley es la constatación efectiva de que es mucho más fácil provocar el desorden que devolver el orden perdido. Como dijo Séneca, de manera muy gráfica, “una era crea una ciudad, una hora la destruye”. Precisamente, por ese motivo, cuando hablamos del cambio climático se antepone la expresión “lucha y adaptación”. Una vez perdida la lucha para el evitar el cambio climático, o cualquier otro cambio global, lo único que podemos hacer es adaptarnos a un nuevo escenario. Siguiendo esta línea argumental es necesario decir algo que todo el mundo sabe: que no es posible vencer a algo que no conocemos. Podemos lanzar golpes al aire, como un boxeador sonado, pero al final terminaremos tumbados sobre la lona.
Si de algo sirve la ciencia y la historia es para hacernos una idea lo más cercana posible a la realidad de nuestro presente y anticiparnos, en la medida de lo posible, al futuro. La anticipación política es una cualidad poco cultivada por nuestros representantes políticos. Les resulta más cómodo vivir en un angosto cortoplacismo y en una trivialización de las prioridades, siendo la única y principal el mantenimiento en el poder. Dan la sensación de estar siempre desbordados por las circunstancias y zarandeados por el viento siempre cambiante de la opinión pública. Su prepotencia les lleva a refugiarse dentro de sus despachos para escapar de las críticas, sobre todo de aquellas que están bien fundamentadas y que, por tanto, les puede hacer daño y desvelar la fragilidad de su aparente poder. Hacen mal en comportarse como Gollum, el personaje del señor de los anillos. Creo que el poder político, es como el anillo de Gollum, que hace invisible a su poseedor. Ya sabemos los efectos secundarios de este anillo. Vuelve loco a su dueño y envenena su alma.
Desde luego, nosotros no deseamos para nada el anillo de Gollum. Ser visibles y enteramente humanos, con nuestras virtudes y defectos, es una premisa fundamental en nuestras vidas. No queremos imponer nada a nadie, ni que nadie nos imponga nada a nosotros. La libertad es un don al que no estamos dispuestos a renunciar, por eso colaboramos con todos, pero no nos casamos con nadie. Procuramos ser sinceros y fieles a la verdad. Sólo impone el que no puede convencer con argumentos verdaderos. Parapetarse detrás de los votos denota una actitud poco democrática. Los elegidos en unas elecciones políticas cuentan con una merecida legitimidad de representación, pero no de decisión. Las decisiones tienen que estar supeditadas a la ley, a la verdad, a la justicia y al respeto a los derechos fundamentales, entre los que se encuentra el derecho a la participación ciudadana bajo fórmulas distintas a los partidos políticos (artículo 23 de la Constitución Española), y al interés general. ¿Acaso la conservación de nuestros bienes naturales y culturales no es una razón de interés general?