Categorías: Opinión

El amigo marroquí

Adalberto tenía un amigo desde la escuela primaria, hijo de un teniente de Regulares. Se llamaba Abselam y, en aquellos tiempos de Franco, cuando su padre venía a recogerlo al colegio, todos los niños se quedaban fascinados por el uniforme color garbanzo, el tarbouch, los zaragüelles o la llamativa faja en la cintura. Un día de noviembre de 1957, Abselam se despidió de todos sus amigos porque  iba a vivir a Marruecos. Explicó que éste país, al alcanzar la independencia, contó con su padre para el nuevo ejército y, tras pasar por la Academia Militar en España, se incorporó al destino llevándose a la familia. Entre sus compañeros de curso, ninguno entendió mucho todo aquello, pero lo cierto es que partieron para una ciudad del sur de la que Adalberto nunca recordó el nombre.
Pasado el tiempo, Abselam regresó a Ceuta para ver a algunos familiares que conservaba en el Pasaje Recreo y ambos reanudaron la vieja amistad que siempre estuvo presidida por la confianza que comunica el contacto desde la infancia. A partir de entonces se encontraban periódicamente, bien en Ceuta o en Marruecos, hablando de mil cosas distintas. Adalberto se dedicaba a sus negocios y el amigo marroquí, después de estudiar medicina en Rabat, ocupaba un cargo en la sanidad de su país o al menos presumía de ello.
Una agradable mañana ya en 2014, ambos se reunieron en Tetuán para visitar de nuevo la Medina y algunas casas de estilo andalusí que aparecían en un libro editado en España y que Adalberto regaló a su amigo. A medio día, fueron a un restaurante en la carretera a  medio camino de Ceuta, donde ya estuvieron otras veces. Durante la comida, Abselam preguntó por la situación económica en España y el ceutí tuvo que reconocer que la crisis tenía paralizados los negocios, no había créditos y la gente perdió la confianza en el futuro. No obstante, le fastidiaba admitir esto porque siempre compadeció al marroquí por el retraso de su país y ahora casi le estaba consolando a él.
De hablar de España en general saltaron a Ceuta y, con la brocheta de mero recién servida, Abselam preguntó por la situación en la frontera. Adalberto tuvo que reconocer otra vez que la situación estaba muy mal y que él mismo tenía que sufrir largas esperas en el lado español para cruzar de una parte a otra y observaba como a los coches marroquíes y europeos les pasaba lo mismo.
•De eso quería hablarte –dijo Abselam- . En Marruecos se podrían  tomar medidas de estricto control que retrasarían el paso de vehículos y peatones, con objeto de frenar la competencia de Ceuta, pero no va a ser necesario porque vosotros nos estáis haciendo el trabajo. Es como si los retrasos en la frontera de Gibraltar los provocaran los llanitos. Kafkiano.
Adalberto se indignó. Hasta ese momento no sabía que su amigo se preocupara de la economía y los problemas de su anterior pueblo.
•¿Y a ti qué te importa eso, Abselam? – preguntó el español algo enfadado porque, aunque estaba de acuerdo en que se frenaba el desarrollo de Ceuta desde dentro, le molestó profundamente que se lo dijera su amigo.
•Mira, Berto, –así lo llamaba el marroquí desde pequeño y ya era tarde para cambiar- en Marruecos, Ceuta es sinónimo de cosas baratas y de marcas con las que nuestras mujeres sobre todo, sueñan. Además el ambiente es distinto porque la ciudad tiene un toque europeo. Mientras que el negocio era de lo que llamáis porteadores, nadie se preocupó, porque eso daba de comer a muchas familias en el norte. Pero cuando Ceuta se fue convirtiendo en un destino de las clases medias y altas de Marruecos y comenzaron a desembarcar grandes marcas, no entiendo las pegas que se ponen en la frontera española de Ceuta…..
Adalberto le interrumpió aún más indignado, porque nunca pensó que su amigo del alma le iba a hacer una descripción tan exacta de la situación.
•Bueno Selam – y remachó el diminutivo quizás como venganza por lo de Berto- ¿tu qué tienes que ver en todo esto? ¿es que las familias no pueden venir libremente a conocer Ceuta, comprar y pasar el día aunque tengan que soportar esperas?
•Naturalmente, cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero ese comercio de calidad, esas grandes marcas, están afianzando la economía de Ceuta y no entiendo la política fronteriza española. Pero debo reconocer que vosotros mismos estáis solucionando nuestros problemas, incluso el de los porteadores, con tantas pegas, retenciones y controles.
•Bueno, pero eso no va a durar siempre, será algo coyuntural –contestó Adalberto ya algo molesto-
•¡Que va! –respondió Abselam-  las pegas son una realidad estable. Ni hay ofertas para pernoctar en Ceuta como a los que vienen de la Península, ni los aparcamientos están señalizados y los retrasos para entrar y salir son cada vez mayores, así es que no veo la coyuntura por ninguna parte. Es una situación que mantendrá el paro y aumentará vuestros problemas.
•¿Y por qué me dices todo esto? –preguntó Adalberto a su amigo-
•Quizás sea por una vieja y sincera amistad. Para que vuestra familia sea consciente de todo lo que está pasando y toméis las medidas que consideréis oportunas –Abselam incluso se permitió guiñar un ojo en plan cómplice-.
•Bueno, me han dicho que las pegas fronterizas se adoptan por seguridad  -Adalberto no creía en esta justificación pero la esgrimió ante su amigo porque estaba molesto, aunque observó como sonreía-. Y espero que no hagas más observaciones negativas sobre Ceuta, Selam.
•Una cosa más –añadió el marroquí, consciente de que su amigo le podía mandar a hacer puñetas- me refiero a la nueva cárcel –concluyó-
•¿Qué pasa con la nueva cárcel?–preguntó Adalberto con rapidez-
•Pues pasa que en Marruecos nos enteramos de todo por los periódicos de Ceuta y hemos sabido que os vuelven a convertir en un presidio. Os molestaba cuando se referían a nuestra ciudad –remarcó lo de nuestra ciudad- como los presidios del norte y ahora vosotros mismos regresáis a esa realidad del pasado.
Adalberto se calló unos segundos porque en su fuero interno era muy crítico con la construcción en Ceuta de una macro-cárcel aprobada durante el último gobierno socialista, pero le molestaba profundamente que su amigo le dijera las verdades del barquero. Miró fijamente a Abselam y le habló en un tono cortante, impropio en él.
•Mira, Selam, este tema lo dejamos para otro día.
•Como quieras, Berto. Lo del presidio para otro día. Pero ¿para terminar podría hacerte una consulta como especialista en Ceuta? –Abselam disfrutaba poniendo nervioso a su amigo-
•Dime lo que sea que me marcho –Adalberto casi rechinaba los dientes de nerviosismo pero quería terminar la entrevista cortésmente-
•Mira, me gustaría hacer camping con mi familia este verano. ¿Podría yo instalar una tienda de campaña debajo de la estatua del soldado con cañón en ese pradito que hay en la Carretera Nueva junto al puente?
Adalberto detectó la sorna que envolvía la pregunta del marroquí y quiso ser tajante.
•En Ceuta no se puede acampar en la vía pública. Te echarían enseguida de allí –sentenció el ceutí-.
•¿Y qué autoridad me echaría de allí? ¿La de la Plaza de los Reyes o la de la Plaza de África? porque este tema parece estar en duda.
Para Adalberto aquello fue el colmo, así que cambió la conversación y volvieron a hablar de los viejos tiempos, de los profesores que tuvieron en la infancia, de aquellos domingos en San Amaro, de los baños en la playa de la Peña… Después de fumar unos cigarrillos y de repetir los vasitos de te con patisserie marocaine como  llamaban ahora los pastelitos morunos, los dos amigos se abrazaron y uno tomó el camino hacia Ceuta y Abselam hacia el sur.
Cuando Adalberto llegó a la frontera española, volvió a encontrarse en un cuello de botella que avanzaba muy despacio y, como ya tenía cobertura de Movistar, decidió llamar a algunos amigos para entretenerse.

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