Hace algunos meses, un niño autista se perdió en el Pirineo. Cuando ya habían transcurrido varios días de búsqueda infructuosa, el alcalde del pueblo manifestó que estaba considerando la posibilidad de pedir ayuda al Ejército, porque este disponía de unidades de montaña en la zona que están especializadas en tareas de este tipo. Se hizo necesario reconocer la impotencia de los equipos de búsqueda para recurrir a las Fuerzas armadas, como si éstas fueran algo ajeno y lejano.
Igualmente en el Pirineo, hemos reconocido durante años que los terroristas de ETA cruzaban los pasaos de montaña para ir y venir de sus santuarios en Francia y en rarísimas ocasiones se recurrió a las referidas Fuerzas armadas para controlar una vasta extensión de terreno donde se hacían necesarias numerosas unidades terrestres y aéreas.
Parece como si existiera un cierto complejo en utilizar a una institución del Estado que cuesta mucho dinero sostener y que está preparada para servir al conjunto de los ciudadanos. Sólo después de las numerosas misiones de paz que se están llevando a cabo en todo el mundo, ha cambiado algo la sensibilidad de nuestros gobiernos que parecen tener un cierto miedo a servirse de los ejércitos en cuantos casos lo requiera la situación. Nuestros soldados, no sólo deben apagar fuegos o ayudar en las inundaciones, también pueden colaborar en muchos casos en los que resultan realmente imprescindibles.
Cuando el pasado verano, en la fiesta nacional francesa, la Policía desfiló junto a las diferentes unidades del Ejército galo por primera vez, los miles de asistentes aplaudieron con entusiasmo. El hecho era todo un símbolo. Ante la ola de atentados de integristas argelinos, el Ejército y la Policía habían colaborado estrechamente para erradicar de inmediato un problema que podía complicarse. La población soportó los controles con paciencia y decenas de activistas fueron detenidos. El desfile conjunto, el día de la Fiesta Nacional, sellaba esta colaboración.
En España es otra cosa. Una parte de la juventud rechaza su incorporación a filas y el Ejecutivo emplea al Ejército cuando a veces es demasiado tarde. Ha sido necesario que Ceuta soportara una algarada que pudo haber sido más trágica de los que fue, que un Policía Nacional fuera herido de gravedad, que varios inmigrantes resultaran agredidos cuando era innecesario, que la ciudad bajara a su más bajos índices de popularidad en toda España, que la Guardia Civil se mostrara impotente para controlar el flujo de inmigrantes, que éstos se acerquen al millar entre Ceuta y Melilla y que se puedan repetir los incidentes con la llegada del invierno, para que se utilicen los medios disponibles para garantizar las fronteras exteriores.
Igualmente, el único sitio de España donde las aguas territoriales son violadas con cierta frecuencia es Ceuta y, sin embargo, ninguna unidad de nuestra Armada tiene su base aquí ni dichas aguas territoriales están protegidas debidamente. No sólo lanchas marroquíes, también planeadoras y motos acuáticas se ríen de los helicópteros y de las embarcaciones oficiales, mientras nuestra Marina de guerra patrulla por aguas tranquilas.
Es necesario comprender la decisión de que el Ejército patrulle y ponga a disposición de la “benemérita” los civiles que intenten cruzarla indebidamente. El principio de autoridad es mucho más eficaz que los muros y las carreteras que ya han producido graves daños ecológicos a nuestro territorio. Porque detrás de las obras de ingeniería tiene que haber profesionales con órdenes concretas y, en caso contrario, de nada sirven los sensores, las alambradas, las carreteras y los muros.
Este artículo se publicó en El Faro de Ceuta el 12 de octubre de 1996
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