Categorías: Opinión

Eduardo

Lo conocí en torno a 1980, allá en el Despacho Auxiliar de la Renfe, en plena Plaza Vieja, adonde yo acudía prácticamente todas las semanas para recoger los billetes del expreso Algeciras-Madrid, pues el ser Diputado por Ceuta me obligaba a viajar con esa frecuencia. Se llamaba Eduardo Vargas, y siempre me atendía con una afabilidad, una corrección y una simpatía que me hicieron sentirme su amigo. En 1993  volví a ser elegido, esta vez como Senador, y de nuevo tuve que hacer uso de la Renfe y de los siempre atentos servicios de Eduardo. Luego vino el helicóptero, y mis visitas a la Plaza Vieja se hicieron menos frecuentes. Pero seguí conservando el cariño a tan buena persona.
En los últimos años, cuando los domingos, y a hora temprana, me tocaba sacar al perro, solíamos encontrarnos por las calles Isabel Cabral, o Agustina de Aragón, o Real. Creo que él iba por el periódico. Nos parábamos a charlar un ratito, suficiente para intercambiarnos una sonrisa y renovar nuestro mutuo afecto.
Pero donde llegué a descubrir los grandes valores que atesoraba Eduardo fue en las Cruces de Mayo de Cáritas Parroquial de Los Remedios, cuando en el ya desaparecido patio de dicha Iglesia se entregaba en cuerpo y alma, dándolo todo de forma absolutamente desinteresada  en favor de los humildes, de los pobres. Allí me demostró cómo tiene que ser un buen cristiano. Pienso que seremos miles los ceutíes que, habiendo acudido a dicha Cruz de Mayo para tomar un aperitivo o para comer, tuvimos la suerte de oír su fuerte voz gritando una y otra vez por el micrófono aquello de: “¡Bote, usted irá al Cielo, señor!” (o “señora”) cuando alguien entregaba una propina, la cual engrosaba un bote cuya recaudación iba destinada a cubrir algunas de las muchas necesidades que Cáritas se esfuerza en atender.
Recuerdo que al acercarme al mostrador para pagarle la cuenta, añadiendo unos cuantos duros (antes) o euros (en los últimos años) como propina, siempre le pedía por favor que no lo vocease, pero apenas me daba media vuelta mi oído se resentía ante su grito, multiplicado por los altavoces, de “¡Bote, usted irá al Cielo, señor!”.
Eduardo fue premiado con el escudo de oro de Cáritas Parroquial de Los Remedios, en un más que merecido reconocimiento a su entrega y dedicación.
Ya no hay ni patio de la iglesia de Los Remedios, ni Cruz de Mayo de Cáritas Parroquial y, lo que es más triste aún, ni Eduardo, que se nos ha ido hace tan solo unos días. Pero nos queda el consuelo de poderle decir con todo el corazón, porque supo ganárselo durante su vida en  este mundo: “¡Usted ya está en el Cielo, señor!”.

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