Parece increíble que en pleno siglo XXI un edificio tan emblemático como la catedral de Notre Dame pueda consumirse en horas a causa de un incendio que ha conmocionado, no sólo a los ciudadanos de París, sino a gran parte del planeta. Nueve siglos de historia pasto de las llamas ante la tristeza e impotencia de los que veían como el monumento más visitado de Europa se reducía a cenizas.
Un grupo de ceutíes que estaban de viaje en la capital francesa relatan el dolor y la incertidumbre que vivían locales y turistas al ver la inmensa columna de humo, visible a varios kilómetros. Mucha confusión, ya que después de los atentados sucedidos en noviembre de 2015, el primer pensamiento que vino a la mente de los parisinos es que la ciudad volvía a ser objetivo del terrorismo. Un pensamiento comprensible después de la masacre de aquella ocasión.
Ya no sólo había que lidiar con el estupor de ver la emblemática catedral ardiendo en plena Semana Santa, sino el temor de creer que este hecho podía ser obra de radicales.
La primera hipótesis es que el incendio se pudo deber a los trabajos de remodelación de este edificio que se construyó entre 1163 y 1345 y que tuvo que ser reformada en el siglo XIX, también, por un incendio que, en aquella ocasión, no alcanzó las dimensiones de lo que surgió en la tarde de ayer.
Una verdadera lástima y una pérdida incalculable en materia histórica y artística, porque además de los siglos de historia que escondían sus paredes, las innumerables obras de arte que engalanaban el edificio se han consumido junto con al estructura.
Por suerte no ha habido pérdidas humanas, pero sí hay que lamentar una gran pérdida del patrimonio cultural mundial.