Cualquiera que haya estudiado bachillerato recordará la figura de Descartes. Este autor se nos dice, fue el padre de la filosofía moderna. Entrar a debatir qué sea moderno y qué no, no tiene lugar en este artículo. Sigamos pues con Descartes. A todos – si nuestros profesores de filosofía lo han hecho bien- nos tiene que venir a la cabeza la palabra duda.
Descartes basa toda su filosofía en la duda. Una duda, que decimos es metódica. Descartes establece tres motivos para la duda: los sentidos nos engañan, puede existir un genio maligno que nos engañe y también la imposibilidad de distinguir entre el sueño y la vigilia. Este último aspecto muestra la influencia del barroco hispano. Pero tampoco pretendemos hacer una comparación entre la filosofía cartesiana y lo que nuestro barroco hispano puede aportar como filosofía. Traemos a Descartes aquí porque con él nos encontramos con una actitud que hoy por hoy no parece estar de moda. Obviamente hablo de la duda.
Desde que soy pequeño, he escuchado aquello de que, en el refranero, hay mucha verdad. No lo niego, pero también algunas cuestiones que no están del todo claro. No comparto del todo aquel refrán que dice “la duda ofende”. Si acudimos al diccionario – aquel libro encargado de regular los usos de las palabras (poco se insiste en esa función)- nos encontramos que en su segunda acepción define al verbo ofender como “Ir en contra de lo que se tiene comúnmente por bueno, correcto o agradable”. Quiero creer que cuando decimos que la duda ofende no se refiera a esto.
En tiempos tan acelerados, dejar de pisar el acelerador, esto es, parar un poco, reflexionar, tomar cierta distancia, en una palabra: dudar. Esta es la actitud fundamental. Esta es la reivindicación de Victoria Camps en su obra Elogio de la duda. Pero, sigamos con Descartes. Si nuestros profesores de filosofía lo han hecho bien, recordaremos a Descartes por esa duda metódica y por su famosa sentencia: “pienso, luego soy”, o sea, cogito, ergo sum.
Pues bien, este artículo reivindica a Descartes y a su sana duda, pero va más allá de él. ¿El motivo? Muy sencillo: No es que pensemos y luego seamos. Es que somos (un ser finito, mortal, un Da-sein, en terminología de Heidegger) y por eso pensamos. Sobre esta inversión del cartesianismo es sobre la que hoy tenemos que empezar a construir el castillo filosófico. Ese castillo que es necesario romper una y mil veces. Lo rompemos con la duda, con el sano escepticismo, el pilar básico de la filosofía cartesiana. Como trataré de demostrar en próximos artículos esta es la actitud fundamental del quehacer filosófico. Dudar y construir. Construir mientras vamos dudando.
Manuel Lendínez Álvarez
Graduado en Filosofía, apasionado por conocer
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