No puedo asegurar lo que hubiera dicho el pasado 28 de noviembre en mi turno de palabra en el acto de presentación del libro de Paco Sánchez sobre Sánchez-Prado. Ya forma parte de la pequeña historia-ficción personal que todos tenemos. El caso es que si no me hice presente allí fue por “causas ajenas a mi voluntad”. Desde luego, si estaba en el lugar y a la hora, por deferencia agradecida del autor que tuvo a bien incluirme en el libro, con un breve texto prologar.
Dentro de ese de deseo que todo historiador manifiesta, sea en voz alta o baja, de regresar al lugar y tiempo de los hechos que estudia, lo que en ocasiones menciono a los estudiantes como “introducirse en el túnel de tiempo”, desde luego una ficción, hubiera estado el recorrido topográfico por Ceuta, a la búsqueda de los afectos. La lectura de las páginas dedicadas a ubicar a don Antonio, me trajeron el aroma perdido y nunca hallado de las familias y la vecindad que dieron lugar a mi existencia. Su casa en la calle Teniente Arrabal, con su empinada cuesta, me lleva a la finca de los Lladó, destino obligado para las tardes de “visitas”. El inmueble de Teniente Pacheco (Pasaje Gironés), donde se ubicó el local de la masonería a la que perteneció Sánchez- Prado, me trae el recuerdo de la casa de mis abuelos paternos y de la gente que allí la habitaba. Las varias menciones a la Plaza de África, me hacen volar por aquel dédalo de calles, entre la que se encontraba la de Obispo Barragán, asiento de mis bisabuelos maternos, con la inmediatez de la muy familiar calle “Larga” (la Rua Direita de la colonización portuguesa). La última casa que habitó nuestro personaje, frente a la iglesia de los Remedios (calle Soberanía Nacional, hoy calle Real), creo haberla visto en pié en mi infancia, y no tanto, con su galería acristalada exterior, a un tiro de piedra del paraíso de los juguetes (Casa de Serafín). La calle Alfáu, con su arquitectura tan armónica, en donde atendió a sus enfermos, forma parte de mi paisaje infantil por cercanía a la casa en que nací. En fin, mucho más se podría añadir de mi introspección siguiendo los pasos del Alcalde y la activa memoria personal.
Los hechos acerca de los procesos históricos y sucesos particulares, que afectaron al personaje y a la etapa de la República y años siguientes, encuentra en el libro de Paco Sánchez mucha más información e interpretación de lo que aquí pudiera añadirse. Es decir, hay que leerlo y disfrutarlo sin mediadores, aunque lo narrado sea una de las tragedias más hondas de nuestra historia contemporánea. Por tanto, me evado de tal función (es suficiente con un historiador, dos son demasiados) en beneficio de la posibilidad de unir por fino hilo a los dos Sánchez de esta historia. Es plausible, y en este caso se cumple, que un historiador vaya en busca del personaje a estudiar, mucho más allá de hacer un trabajo intelectual de tipo profesional, con la finalidad de conseguir méritos para su prosperidad académica o administrativa. Para Francisco Sánchez Montoya el objetivo historiográfico le venía que ni pintado, es decir, hubiera sido difícil encontrar otro autor capaz de adentrarse en las diversas facetas que representa el biografiado, y, sobre todo, la sensibilidad que se hace necesaria en esta clase de trabajos.
Además, hay otra cuestión que completa el significado de tan importante obra. Según el conocido título de Luigi Pirandello Seis personajes en busca de autor, tengo muy claro que ese largo silencio historiográfico sobre el Alcalde-Diputado (aparte los condicionamientos adversos de la política en la larga noche de la dictadura franquista) tuvo lugar porque esta figura del pasado y del presente de Ceuta quedaba a la espera de la hábil pluma que supiera contarlo para rescate definitivo de su memoria.
Quizá era esto lo que hubiera dicho en esa plácida noche del otoño caballa, pero, “quién sabe”… Gracias a Paco por devolver Sánchez- Prado a estas generaciones que sabíamos de él a través del mito entrañable, como hombre de carne, hueso, ideología y acción.