Opinión

Dos años después, ninguno de los bandos ha ganado, pero tampoco ha perdido

Hace poco más de dos años, Vladímir Vladímirovich Putin (1952-71 años) consumó sus intimidaciones y finalmente sus tropas irrumpieron en Ucrania. Lo que daba la sensación de ser una operación fulminante, terminó por convertirse en una guerra de trincheras con un frente estancado.
De hecho, si se realiza sucintamente una comparativa en cuanto a las conquistas y retrocesos de los bandos, según el estudio proporcionado por el Institute for the Study of War, en los últimos meses únicamente ha variado un 0,4% del país ucraniano en favor de Rusia.
Adelantándome a lo que posteriormente fundamentaré, en las primeras semanas de lo que el Kremlin denominó una “operación militar especial”, el ejército ruso consiguió prosperar con presteza y situarse a las puertas de Kiev. Y es que, en apenas un mes lograron conquistar hasta el 22% de Ucrania -englobando el Dombás y la península de Crimea, correspondiente al 7% de la superficie y que con anterioridad ya controlaba a la guerra desatada-, aunque se trataba de un dominio laxo y sin apuntalar, que no contaba en el territorio ocupado con ninguna ciudad a excepción de Jersón.
Ni que decir tiene, que en cuestión de horas, Putin había augurado una puesta en escena clamorosa en la capital que dejaría desacomodada a Europa. Nada más lejos de este contexto, la firmeza y entereza ucraniana pronto acreditó ser más entusiasta de lo que se esperaba, lo que junto al refuerzo occidental en forma de armas y logística consiguió hacer patinar la primera ofensiva rusa.
Inmediatamente, Moscú hubo de ingeniárselas con una caravana de vehículos armados de unos sesenta kilómetros de extensión desde Bielorrusia hacia Kiev, pero esta colisionó reiteradamente con la tenacidad ucraniana y el desorden militar ruso y se contuvo a unos treinta kilómetros de la capital.
Por aquel entonces, la empecinada defensa ucraniana apremió a las tropas asaltantes a replegarse, renunciar al norte del país y rehacer sus líneas de ataques desde el este para detener la hemorragia de vidas humanas catapultadas. Según la British Broadcasting Corporation (BBC), sólo en los tres primeros meses del conflicto, Rusia ya había perdido más de 3.300 soldados. Lo cierto es, que aunque en los siguientes meses las tropas rusas avanzaron posiciones, Ucrania logró aglutinar fuerzas suficientes como para encaminarse al ataque. La contraofensiva atinada en el sur y este, puede considerarse de todo un éxito y los ucranianos rescataron el 2,7% de su territorio en cuatro meses, ganando terreno hasta el río Dniéper y haciéndose con el control de Jersón.
Algo más de un año más tarde, ese prosigue siendo el último avance territorial en la guerra de Ucrania: Rusia rehízo parte de su hegemonía en los óblasts de Donetsk, Lugansk y Zaporiyia, pero el frente escasamente se desplazó algunos cientos de kilómetros. Por otro lado, Kiev impulsó una contraofensiva a mediados de 2023 con la que suponía haría permutar el trazado de la guerra, que se venía preparando durante meses y se había aplazado por motivos de las condiciones meteorológicas.
A pesar de ello, el parsimonioso e inapreciable progreso de las fuerzas ucranianas -que se encontró con una consistente infraestructura defensiva rusa- confirmó a todas luces que la resistencia había visto extraviado el componente sorpresa, que sí jugó a su favor en la contraofensiva anterior y que la guerra había entrado en un curso de desgaste y de duración y resolución indeterminadas. En tanto, la comunidad internacional dio por ejecutada la operación con un recuento geográfico de apenas 303 kilómetros cuadrados a favor de Ucrania.
Hoy por hoy, Rusia vuelve a amortizar la iniciativa y ha conseguido arrebatar las ciudades de Márinka y Avdíivka, pero su control continúa atascado en el 17% desde las postrimerías de 2022. Con lo cual, esta guerra sin avances y con una línea de frente inmovilizada, entrevé un panorama cada vez más indefinido.
Con estos mimbres, la paz parece ahora más lejana que nunca, tras lo acontecido hace más de dos años en Ucrania. Ni Rusia es capaz de imponerse al ejército ucraniano para acabar el conflicto, ni Kiev posee los medios precisos para desalojar al ocupante de su territorio. Ante este contrapeso de fuerzas concéntricas, el frente parece haberse compensado y el laberinto bélico no es más que una guerra de trincheras de difícil salida. Si bien, los habitantes ucranianos defienden aún más, si cabe, esa resistencia abanderando su insignia amarilla y azul que actualmente es el mejor complemento que aviva el ascendente nacionalismo.
El apoyo a la guerra contra Rusia sigue inalterable, no tanto por la cantidad de individuos prestos a sacrificar su vida por ello. El tercer año de conflicto arranca en Ucrania en medio de una cruzada interna contra la calificada ‘fatiga de la guerra’. Tanto es así, que no se habla de otra cuestión que no sea sobre el proyecto de ley que aspira adaptar las condiciones para ser citado a filas.

"Dos años más tarde, las tropas de Kiev afrontan en este momento un paisaje desafiante, atrincheradas y sobrepasadas en cantidad y armamento por su contrincante"

En contraste a los primeros movimientos de la guerra, los voluntarios disminuyen cuantitativamente y los heridos y extintos hacen que las fuerzas ucranianas busquen incansablemente soldados que enviar al frente. Incluso esto representa retener cuentas bancarias o apoderarse del permiso de conducir a aquellos que lo objeten. Obviamente, saber los guarismos de víctimas no es fácil, ya que es empleado como forma de hacer propaganda e insuflar nuevos bríos en las tropas.
Según la Federación Rusa, el ejército ucraniano ronda entre los 383.000 soldados fallecidos y heridos. Mientras que Ucrania establece la suma de soldados muertos y heridos del bando ruso en torno a los 372.000.
En los últimos meses los bombardeos del Kremlin se han recrudecido, al tiempo que Kiev replica con arremetidas en territorio ruso y contra su flota. Este es tal vez, uno de los botines más notorios para los ucranianos, ya que un estado sin armada está logrando acometer plataformas navales e imposibilitando la normal actividad y desenvolvimiento de la flora rusa en el Mar Negro.
Con todo, Rusia parece haber tomado parcialmente la delantera. Tras numerosos meses sin avances, recientemente informó de la toma de Avdíivka, a pocos kilómetros de Donetsk. La caída de esta ciudad ha comprometido a las tropas ucranianas a reagruparse en otras líneas defensivas, al objeto de truncar que las fuerzas rusas prosperen en ese sector del frente.
Digamos metafóricamente, que a los contendientes ya no les quedan piezas para realizar un supuesto jaque mate, aunque podrían comerse algún peón, pero de ahí no sobrepasan sus expectativas. Con la vista puesta en el horizonte, no se distinguen pistas de que esta guerra pueda acabar en un corto plazo de tiempo y los especialistas vaticinan un conflicto ilimitado que podría otorgar el triunfo a Ucrania. O lo que es lo mismo, no se aprecian demasiados resquicios de que uno de los bandos venza al otro. Lo que existe más bien es una pugna de resistencia en la que habitualmente vence el actor que mejor sabe defenderse.
Otra de las opiniones que justifican los analistas es que las guerras de agresión en pocas ocasiones concluyen a favor del asaltante, si no se rematan pronto, porque los colectivos que respaldan a dicho ejército, en este caso al pueblo ruso, se hastían de que una enorme parte del presupuesto estatal se dilapide en proyectiles y artillería, sin que origine ningún bienestar social. Aun así, la saturación de esta ciudadanía está aún distante de convertirse en una amenaza existente para Putin que precipite el desenlace de la guerra. Es difícil que el mandatario tenga alguna respuesta interna, porque es un estado autoritario y los ejes del poder radican en el presidente o su órbita más próxima. A día de hoy, Putin reconoce esta batalla como un conflicto puramente existencial, porque hace mención a un desafío directo contra las formas de ser de los rusos, del espíritu soviético y del puesto que merece a nivel global. Generalmente, la ciudadanía rusa no entra en disputa con estas impresiones y aunque no aliente de manera vehemente la guerra que se libra, desde luego no se enfrenta a ella.
Otra de las derivaciones yuxtapuestas de la guerra de Ucrania que subsisten son las sanciones contra Rusia. La Unión Europea (UE), Estados Unidos, Suiza o Canadá, entre algunos, aplicaron duros castigos contra personajes públicos y empresas rusas. Simultáneamente, se suscribió un veto parcial al petróleo y el gas ruso y se sancionó al transporte marítimo de Moscú.
En otras palabras: en atención a los datos proporcionados por Atlantic Council, el total de sanciones se elevan a 14.539: de ellas, 10.173 han sido encaminadas contra personas; 4.089 contra instituciones o sociedades; 177 contra medios de transporte marítimo y 100 contra la industria aeronáutica. Pero estas medidas, según precisa la organización estadounidense, han tenido consecuencias diferenciales, ya que en muchas ocasiones Rusia ha logrado encauzar favorablemente su petróleo y gas en otros mercados, o facturar con ellos hacia Occidente por medio de terceros países. No obstante, otras fórmulas como las enfocadas a socavar el volumen de producción aeronáutica, que ya comenzaron a manejarse por Estados Unidos desde 2014, sí que han presumido un quebranto específico en el potencial industrial de Moscú.
A resultas de todo ello, la UE ha gastado más de 85.000 millones de euros en el conflicto, refiriéndome a todo tipo de ayudas, incluyendo la militar y tiene apartados otros 50.000 millones. En cambio, Estados Unidos ha destinado 70.000 millones y tiene otros 55.000 irresueltos en una dificultosa admisión en el Congreso para su uso en Ucrania, tanto para sujetar las finanzas de este país como para obtener armamento.
Por eso, la guerra no se ha descrito precisamente por el cierre de filas sin grietas del primer año de combate. En Estados Unidos aumenta la cantidad de quienes demandan que se salde de una vez la ayuda multimillonaria a Kiev. Asimismo, la guerra lanzada por Israel en Gaza, en los últimos tiempos atrae más la atención de los políticos, muchos de los cuales advierten que no se pueden mantener dos conflictos a la par, cuando además el principal adversario de Estados Unidos, esto es China, se vale de estas circunstancias para encarar el hegemonismo norteamericano en Asia y el Pacífico.
En Europa, poco más o menos, nadie piensa objetivamente en un triunfo ucraniano en la guerra y las alocuciones que continúan proponiendo sus políticos en Bruselas chirrían cada vez más vacías. Las administraciones llaman a la solidaridad con Ucrania, aunque a fin de cuentas el patrimonio destinado en defensa se oriente más para el rearme europeo, que para adquirir granadas de artillería y misiles para quién con premura lo necesita. En tanto, en el Sur Global, la guerra de Ucrania ha diseminado un germen de susceptibilidad muchísimo mayor ante el doble rasero occidental. O séase, se aplican sanciones a Moscú, como las que divulgó la UE, pero se sigue introduciendo gas ruso en el Viejo Continente. Ejemplo de ello son los casi 40 millones de metros cúbicos de gas diarios por medio de Ucrania.
Conjuntamente, la guerra ha inducido a la diversificación de los negocios rusos de hidrocarburos y en este momento China e India son los clientes de más calado. Y las sanciones internacionales poco o nada pueden hacer. No es de sorprender que los recelos se amplíen entre los aliados de Ucrania, con Estados Unidos a la cabeza y su presidente Joe Biden (1942-81 años), contemplando cómo se le ladean sus intenciones y el nuevo plan de ayuda para Ucrania se encuentre paralizado en el Congreso por la desaprobación republicana a continuar sufragando una guerra sin perspectivas. Un simple indicativo de este arrebato lo mostró Biden, cuando en una cena de recaudación de fondos para su campaña electoral, calificó a Putin de “loco hijo de puta”.
En verdad, es comprensible la modulación empleada por Biden, al valorar que no las tiene consigo, viendo el posible resultado electoral de los comicios ante su casual contendiente republicano, Donald Trump (1946-77 años).

"El destino de Ucrania pende de un hilo y la réplica global podría ser concluyente para concretar la suerte de una nación que pelea por su supervivencia en medio de las perplejidades de la guerra"

El expresidente, buen camarada de Rusia en tiempos pasados, es uno de los promotores de la salida norteamericana del conflicto bélico, donde el Pentágono y las entidades armamentísticas americanas son los mayores benefactores del ejército ucraniano. Trump ha llegado a indicar que cancelaría la guerra en menos de veinticuatro horas. En estos momentos, la determinación republicana de problematizar la millonaria asistencia de la Casa Blanca para Kiev ralentiza el combate.
Indiscutiblemente, sin ese aval económico es complicado que Ucrania aguante un año más. Sin soslayar de este escenario, que en Europa aumenta la suspicacia ante la trayectoria de la guerra, a pesar de los alegatos bélicos de muchos de sus líderes políticos, que zarandean a más no poder el espectro de una próxima acometida rusa sobre algún estado de la OTAN. No hay mejor evasiva para fundamentar lo anterior, como una mayor inversión en defensa.
Por ende, la burocracia europea es el mejor aliado de Moscú. Aunque la UE ha dado luz verde a otro paquete de ayuda a Ucrania valorado en 50.000 millones de euros, es a cuatro años vista y la mayor parte de esa suma no es para adquirir munición, drones, cañones y otras armas.
Como es sabido, Alemania que capitanea en Europa junto con los estados bálticos, hace una llamada a un rearme y ha dado su palabra de invertir más de 100.000 millones de euros en defensa. Si bien, hasta el momento el canciller Olaf Scholz (1958-65 años) se ha negado a proveer a Ucrania de los misiles de largo alcance Taurus, un arma que aunque no alteraría la marcha del conflicto, al menos produciría importantes daños en la retaguardia rusa, que es lo máximo que puede hacer en estos momentos, carente de munición y de hombres de reemplazo.
Y qué decir de la situación desconcertada de los refugiados, más de 10 millones de ucranianos se han visto forzados a dejar sus hogares desde el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. De ellos, más de 6,4 millones son refugiados en el extranjero.
Para ser más preciso en lo expuesto, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la cifra total de refugiados ucranianos se ha elevado casi un 5% entre la última etapa de 2022 y finales de 2023. De éstos, 6 millones de ucranianos han hallado acogida en países occidentales. Los principales estados en relación al número de personas admitidas, son Alemania (1,1 millones), Polonia (957.000) y la República Checa (376.000). Otros, que disponen de nexos familiares o cuentan con algún tipo de red de apoyo social han marchado más lejos. Además, 3,7 millones de ucranianos están desplazados dentro de su país.
Finalmente, el entorno con el que se desenmascara el tercer año de guerra en Ucrania está punteado por el reforzamiento ruso de la línea del frente, casi inaccesible, con infinidad de minas, trampas antitanque y búnkeres extendidos por más de mil kilómetros. A diferencia del ejército ucraniano, extenuado y a la defensiva y dando la cara ante la falta de proyectiles.
Rusia consigue avanzar a cuenta gotas en el campo de batalla, pero a costa de importantes bajas y pérdidas de equipos y aún está muy lejos de su propósito de apoderarse del Dombás. Ahora el principal caballo de batalla parece ser la vertiente política, con los ojos dirigidos a Washington y el cerco que mantienen los republicanos a la autorización de un ingente paquete de asistencia militar.
Y por si fuese poco, Avdíivka, es un triunfo con especial valor simbólico para Putin, que ante todo deseaba empuñar ante las próximas elecciones presidenciales. El actual presidente que lleva perpetuado en el poder veinticuatro años, comparece a las mismas sin ningún opositor relevante y revalidará su mandato.
Pero Putin está dispuesto a recrearse con aires triunfalistas y silenciar los rumores de la calle, porque una vez más esta realidad mueve a numerosos opositores y los descontentos afloran como sucedió en los preámbulos de la guerra, aunque en seguida fueran aplacados con la cárcel. En Rusia pocos ponen en tela de juicio de que la asechanza política es la mayor desde los tiempos de Iósif Stalin (1858-1953).
En consecuencia, combatiendo con escasez de soldados, como de municiones y la incertidumbre sobre el apoyo occidental, Ucrania se halla apresada en un conflicto que ha tomado un vuelco aciago con el empuje ruso en el campo de batalla. Dos años más tarde de atribuirse una cuarta parte de la superficie ucraniana, las tropas de Kiev que festejaron una serie de éxitos en el primer año del conflicto, afrontan en este momento un paisaje desafiante, atrincheradas y sobrepasadas en cantidad y armamento por su contrincante.
Podría decirse, que después de los muchos desbarajuste y los deslices tácticos perpetrados en el prólogo de la invasión, el ejército ruso lleva virtualmente la iniciativa bélica, además de blindar sus ocupaciones en el este de Ucrania y ahogar la capacidad de ataque ucraniano. Tal y cómo se suceden los acontecimientos en su devenir que ha dejado a su paso un reguero de destrucción, como reza el título de esta disertación, ninguno de los bandos ha vencido, pero tampoco ha perdido. Como tampoco se vislumbra una hipotética rendición y las partes han consumido prácticamente los recursos humanos y materiales con los que comenzaron su transitar bélico. La contraofensiva ucraniana no obtuvo avances manifiestos y la toma de la ciudad de Avdíivka demuestra el paulatino poderío del ataque ruso.
La penuria de personal militar con una carencia del 25% en las brigadas ucranianas, la sitúa en un punto de inflexión vulnerable de cara a las acometidas rusas. A pesar de las tentativas de incorporación, el número obligado asciende entre los 450.000 y 500.000 nuevos reclutas, una labor descomunal que todavía no ha sido resuelta.
Al mismo tiempo, la disminución alarmante de municiones amenaza gravemente la capacidad de Ucrania para sujetar territorios y preservar a sus tropas. Aunque se ha acentuado la fabricación nacional de armas, el abastecimiento de munición es corto y los ofrecimientos de ayuda occidental no se han llevado a término íntegramente.
Como anteriormente he aludido, los números exactos de bajas militares se conservan en el máximo secretismo, pues ni Ucrania ni Rusia están dispuestos a dejar ver los datos reales y reiteran en limitar en cientos de miles de soldados contrarios abatidos en una guerra cuyas tornas han cambiado. La devastación humana tras el tiempo pasado es aún indefinida y la ONU estima que cerca de 10.600 civiles han fallecido desde que despuntó la invasión.
La falta de apoyo financiero y humanitario podría tener resultados demoledores para el conjunto poblacional. En la fachada económica la dependencia de Ucrania de la ayuda occidental es capital. Con un embotellamiento en el Congreso estadounidense para otro paquete e indiscutibles dicotomías en la UE, la generosidad parece haberse encogido.
Aunque la Unión suscribió otra iniciativa, se aguarda que estos fondos al menos secunden la reconstrucción y la economía, pero no la conflagración contra Rusia. El liderazgo ucraniano cuenta con la financiación de Washington para obtener armas, equipo militar y vigorizar sus defensas. Sin dicho respaldo, Ucrania es sabedora de la amenaza de no poder nutrir su ahínco bélico ni sustentar su economía hecha añicos.
En medio de esta visión umbrosa, la comunidad internacional vigila con inquietud el contexto que se vive en Ucrania. El invocado a la solidaridad y el apoyo occidental se tornan apremiantes, no sólo para la seguridad y consistencia de este país, sino igualmente para impedir una hecatombe humanitaria de proporciones dramáticas.
El destino de Ucrania pende de un hilo y la réplica global podría ser concluyente para concretar la suerte de una nación que pelea por su supervivencia en medio de las perplejidades de la guerra.
Con lo cual, el entresijo armado se presagia todavía difuso y con ineludibles pérdidas territoriales para Ucrania, en la que como no podía ser de otra manera, se ha deteriorado la confianza en un posible triunfo sobre Rusia y ha empeñado el futuro.

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