Opinión

Doña Sofía, una esposa abnegada, madre entregada y soberana ejemplar

Lo autografiado en este texto, forma parte del rastro identificativo de una gran Reina, donde difícilmente se puede soslayar el temperamento de forjarse en la adversidad; más aún, cuando están a flor de piel el compromiso con la nobleza, el apego a la verdad y la espontaneidad por encima de todo. Con similar argumentación, historiadores, investigadores y analistas han coincidido en afirmar, que en coyunturas de inestabilidad política como las acaecidas en España, Su Majestad Don Juan Carlos, ha sido el inspirador y alentador en el devenir del constitucionalismo y la manera de ser para alcanzar la democracia que hoy transita sin descanso; si bien, no se debería desmerecer y menos aún deslucir, la figura emblemática de la Soberana. Junto a S.M. el Rey, siempre ha estado acompañándole su leal y fiel compañera. Una mujer imponente de la que se podría subrayar indefinidamente cualidades como el primor, el saber estar o la conducta virtuosa, tanto en lo personal como en lo público. Con íntegra vocación de continuar sirviendo a España por encima de todo, que es tanto como reivindicarse que es una Reina para la eternidad. Y, que lo es, porque, como alaba S.M., los reyes lo son hasta la muerte. Hoy, es una Reina muy querida, apreciada y me atrevería a definir, ensalzada, porque en el fondo, varias generaciones de españoles han sido testigos de un hecho sin precedentes, atravesar el pórtico de la Transición para tomar la senda de las libertades y derechos hasta entonces cautivos, que sin complejos ha preservado y defendido. Por consiguiente, ahí ha estado la consorte de S.M. el Rey, reforzando su dedicación y lealtad al monarca, con ese apoyo irrevocable, decisivo e inalterable en instantes del pasado demasiado convulsos, como los que hubo de atravesar España. Indudablemente, el prólogo que precede a este pasaje se refiere al comedimiento, pureza e integridad moral que han sido las máximas que han imperado en su persona; además, de su papel político y, así, continuando con el lenguaje alegórico de los tratadistas políticos del mundo contemporáneo, como gobernantes y sociedad en general, encontrarán su correlato en un ser humano con tareas reales que ha tenido presente la magnitud del cumplimiento del deber y el servicio a los demás, obrando y experimentado las contrariedades de toda una vida con mesura y decoro. Indicios que nos acercan a Su Majestad Doña Sofía, cuyo nombre secular Doña Sofía Margarita Victoria Federica, aquel 22 de noviembre del año 1975 le hicieron convertirse en Reina consorte de España bajo el nombre de Doña Sofía de Grecia y Dinamarca, que, en días como éste, merece ser calificada con todo tipo de elogios en la historia reciente de España, por su encomiable trabajo en la iniciativa de la concordia y la vitalidad puesta en escena en favor de los valores democráticos. Por lo tanto, el encargo conjugado en los acontecimientos pasados junto a S.M. el Rey Don Juan Carlos, ha sido incuestionable; porque, a ambos, les correspondió reconducir tiempos verdaderamente dificultosos con importantes determinaciones que tomar y la consabida instauración de la democracia en los primeros decenios, con la que ingresaríamos en el siglo XXI. Pero, tampoco, a nadie se le escapa que el retrato de Doña Sofía es ensalzado como referente por sus valores, creyendo en ellos hasta llevarlos a la práctica lo largo de su reinado; siendo para la ciudadanía, esa Reina que bajo el corazón que late al compás de los sentimientos patrios de España, existe una mujer ideal que reproduce el modelo a seguir. Por eso, el carácter de ejemplificar los más altos valores como la libertad, unidos a la justicia, la igualdad y el pluralismo político, que son, en definitiva, el espíritu de convivencia en su más pura y limpia expresión, no pueden quedar inexpugnables en S.M. la Reina Doña Sofía. Quién, anhelando ser digna del espíritu que encaja sustancialmente aquello que proclama nuestra Constitución, continúa inmersa de lleno en sus trabajos para abanderarlo. Su llegada al mundo podría infundirse que fue muy deseada, porque la Grecia crispada que la vio nacer, vivió con emoción este agradable suceso; así, el día dos de noviembre de 1938, Su Alteza la Princesa Federica de Hannover (1917-1981) dio a luz a su primer hijo en el barrio residencial de Psijicó, a penas, a escasos kilómetros de Atenas. Por aquel entonces, S.A. el Príncipe Pablo (1901-1964), futuro Rey de los Helenos como Don Pablo I de Grecia y esposo de Federica que más tarde se convertiría en Reina, permanecía expectante hasta que se le comunicó que había sido una niña. De esta forma, aquella criatura recién nacida entallaba raíces en la Orden de Caballeros Teutónicos, Zares de Rusia, Emperadores de Alemania, Reyes de Dinamarca o de Inglaterra, según se quiera interpretar. Numerosísimos atenienses se aproximaron en aquellas primeras horas de jolgorios y regocijos, para dar la enhorabuena a los progenitores de la pequeña, quiénes invocaron a Sus Altezas que la recién nacida se llamara Sofía. Curiosamente, el mismo nombre que había ostentado años atrás su abuela la Reina consorte de Grecia, Doña Sofía de Prusia (1870-1932) tras su boda con Constantino I. Semanas después, Doña Sofía era bautizada en el Salón de Gala del Palacio Real ateniense con el nombre de Sofía Margarita Victoria Federica, Princesa de Grecia y de Dinamarca. Una niña preciosa, rubia y con el pelo ondulado, como detallaban quiénes la observaron; e igualmente, muy parecida a sus patriarcas y hermanos, Constantino e Irene. Abandonada la etapa de la niñez y alcanzado el periodo de la adolescencia, Doña Sofía es trasladada a un colegio situado al Sur de Alemania que administraba el hermano de su madre, el Príncipe Don Jorge Guillermo de Hannover (1915-2006). En el internado Schule Schloss Salem estudió el idioma alemán, a pesar de dominar con finura la lengua griega e inglesa. Posteriormente, continuó sus enseñanzas en Atenas y consecutivamente en Cambridge, formándose en puericultura, bellas artes y arqueología. Llegando a ejercer labores de enfermería en la maternidad de Atenas, fundada por su madre la Reina Doña Federica. El contexto y escenario en los que gradualmente Doña Sofía se iría reencontrando, no serían fáciles, porque, en los años iniciales del reinado de sus padres, Grecia estaba sumida en la penuria y zarandeada por la Guerra Civil enardecida por los comunistas griegos, que no titubeaban a la hora de perpetrar todo tipo de atentados para aplicar su dictadura roja. Con estas premisas brevemente expuestas, el día 8 de junio de 1961 en la localidad de York, Doña Sofía acudía al enlace matrimonial de los duques de Kent, donde caprichosamente el formulismo de la ceremonia hizo situarla junto al hijo de Don Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) y Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans (1910-2000), padres de Don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Lo cierto es, que, en fechas siguientes como las que sucintamente se citan, el compromiso del Príncipe de España Don Juan Carlos con la Princesa Doña Sofía, se hicieron manifiesto. Como, de la misma manera, no tardaría en ser un verdadero obstáculo, porque Doña Sofía pertenecía a la iglesia ortodoxa y el Patriarca de esta misma comunidad, no era partidario que la hija de un Rey griego tomara en matrimonio a un seguidor católico. Idénticamente sucedió con Don Juan Carlos, porque, los partidarios de la religión católica, en concreto, quiénes se pronunciaron desde Roma, rebatían y rechazaban por doquier, que se formalizara un doble rito para cristalizar el enlace. Los plazos se antepusieron, las reuniones frustradas se rendían a los silencios de las realezas y el nerviosismo e intranquilidad desgastaron a unos y otros, haciendo trasegar a los límites de lo imposible; pero, la habilidosa mediación de Su Santidad el Papa Juan XXIII enderezó una situación que parecía no vislumbrar un remedio, admitiéndose definitivamente la celebración de dos ceremonias por culto, que hermanaría aparentemente el conflicto. No en vano, la futura pareja portaba en sus venas la Sangre Real de todos los linajes y estirpes que colmaban las realezas del viejo continente, desde la Edad Media. Porque, Don Juan Carlos, procedía de las Dinastías Borbón y Habsburgo con consanguineidad en la británica y Doña Sofía, como se ha dicho, de las Casas Reales centroeuropeas, rusa e inglesa. Entretejida la jornada aguardada con las vicisitudes referidas, no era para menos que las avenidas, calzadas y arterias de Atenas se ataviaran inconfundiblemente para una solemnidad que acogió a cientos de miles de personas, pudiéndose distinguir a unas cinco mil venidas de España para alentar y sostener a la Familia Real Española. Debiéndose tener en cuenta, las numerosas tentativas malogradas del régimen franquista, que no consiguió ensombrecer un homenaje que a los ojos de todos se había transformado en una fiesta monárquica; aunque, los rotativos de la época titulasen: “Boda de la hija del Rey Pablo de Grecia”, sin hacer la más mínima referencia a la familia de Don Juan Carlos. Finalmente, la alianza se realizó el 14 de mayo de 1962, con dos ceremonias que escrupulosamente acogieron hasta el último detalle la tradición litúrgica y espiritual del rito ortodoxo y católico, respectivamente. Mientras, Doña Sofía había aprendido la lengua española y con suma reserva, en vísperas más tarde del casamiento se convirtió al catolicismo, desistiendo a los derechos dinásticos griegos. Su recalada en tierras hispanas no sería ni mucho menos sencilla, quizás, afloraban los intervalos más arduos y fragosos, porque, la sociedad y los periódicos hacían de la suya. Incitando en más de una ocasión a la provocación, al diseminarse el murmullo que el padre de Doña Sofía era masón, y como tal, la supuesta reina no podía ocupar el trono de España con el Príncipe Don Juan Carlos. Del mismo modo, a Doña Sofía le resultó incómodo darse a conocer en un estado, donde la argucia de la dictadura militar se pronunciaba insistentemente en su contra, principalmente, los movimientos falangistas. Y, por si fuera poco, la izquierda entreveía a los Reyes como la continuidad del régimen que habían pretendido desbaratar; de ahí, que les boicoteasen la mayoría de los actos. De ello se desprende, que en las postrimerías de los años setenta, tras cuatro décadas de dictadura que habían fracturado la tradición monárquica, S.M. el Rey Don Juan Carlos encarnaba una Corona instituida que debía echar anclas en la legitimidad constitucional, aunque, de igual forma, lo hubo de hacer en la carismática y la de ejecución, pero, no tanto, en la histórica. Me refiero, a una Monarquía robusta, flamante y airosa en la que la Carta Magna consagraba las funciones propias del Jefe de Estado, pero no hacía mención a la consorte. Por ello, Doña Sofía tuvo que improvisar e ingeniárselas, en más de una vez. Sin lugar a dudas, para Doña Sofía, la Reina madre Federica, era algo así como un espejo en el que poder mirarse; asimismo, constan similitudes en el respaldo determinante que ofreció al Rey padre Pablo I, con el que mismamente dedicó Sofía a Don Juan Carlos, durante el período histórico que comprendió el franquismo. Claramente, hasta que la Monarquía no quedó consolidada, todo se centralizó en vigorizar el ícono institucional del Rey, quedando la Reina relegada a un segundo plano. Ni tan siquiera emitía discursos, potenciándose las habladurías erróneas sobre el escaso dominio del castellano. Paulatinamente, los prejuicios y conjeturas sobre la Reina terminaron desbaratándose y la hechura de Doña Sofía comenzó generalizadamente a agrandarse; porque, asegurada la democracia, la razón de ser de la Monarquía dejaba de girar sobre la utilidad, para tener primacía la ejemplaridad. La serenidad y exquisitez puestos a prueba en el servicio o la atracción y el cariño por los demás, pero, sobre todo, la madurez sobre quien era y a quien iba a representar en adelante, le hicieron merecedora del afecto de todo un Reino como España. “Toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy, como hijo y como Rey, quiero dedicarte”. Con estas bellas palabras S.M. el Rey Don Felipe VI, conmovió no solo a su madre, sino a España el día de su coronación. El anhelo de esposa abnegada, madre entregada y soberana ejemplar, no le ha imposibilitado intervenir durante estos períodos con empeño y generosidad, tanto en su lado institucional como en el aspecto condescendiente, porque ha sido y prosigue siendo el molde de la Monarquía Española. Atendidos celosamente sus hijos Don Felipe y Doña Cristina y Doña Elena; concluida escrupulosamente la misión de ser fiel colaboradora de S.M. el Rey, asistiéndole en la agenda oficial y decidida a desenvolverse como elemento de cohesión de su familia, S.M. la Reina Doña Sofía ha aceptado su nuevo rol como Reina madre, sin acortar para nada el ritmo de sus ocupaciones; sobre todo, en lo que atañe a iniciativas sociales, culturales y humanitarias muy emparentadas con su trayectoria. Concibiendo la Realeza como un bien incalculable, un apasionamiento por darse a los demás y a los suyos y ser valiosa a la sociedad, algo con lo que se ha familiarizado en su extenso caminar y que, como Reina madre, sigue haciendo con los que menos poseen. Porque, con su presencia y aval, ellos y ellas consiguen más visibilidad, asistencia y promoción social. Subrayando la tesis de la libertad, la justicia y la convivencia, el amparo por los más desfavorecidos y el desafío por la tolerancia y el respeto a los derechos humanos. Puntos de inflexión de toda una vida ofrendada como la de S.M. la Reina Doña Sofía, que ha adquirido un nuevo brío al alojarse en un trazado secundario y ceder su puesto a los nuevos Reyes. Sintiéndose plenamente satisfecha de confirmar que Don Felipe ha incorporado los valores, que ella misma tanto se esforzó por infundirle. Evidencia que la Reina madre encuentra junto a su hijo el Rey Don Felipe VI, en ese amor y cariño mutuo que no pueden ocultar una gran pasión, como el respeto, la complicidad y la familiaridad de la Casa Real, entre madre e hijo y Reina madre y Rey. Tanto hija, como hermana, esposa, sobrina, nieta y madre de Reyes, Doña Sofía ha sabido con su impronta reinar desde la humildad en los distintos contornos de su existencia, al menos a su manera. Una Reina que ha perdurado como columna de la Casa Real, porque, con sabiduría, ha logrado obrar simultáneamente como madre y Reina, tal vez, cuando su familia no pasaba por los mejores instantes. Para ello, se ha empleado a fondo con sensatez, honestidad y moderación; una mujer, cuya divisa es la prudencia, salvaguardando con honor los límites de la calidad humana. Posiblemente, el mayor deleite subjetivo de Doña Sofía se halle en el afianzamiento de aquella Monarquía inconsistente que compartió en sus comienzos, pero, que hoy, está bien apuntalada con su hijo a la cabeza. Naturalmente, concurre otro éxito menos palpable, más extendido y profundamente sensible, que bien podría amortizar cada uno de los padecimientos e infortunios por los que ha debido pasar S.M. Ellos hablan por sí mismos: la admiración, la estima y la seducción que nos deleita y que en buena medida la Reina Doña Sofía ha conquistado. Si Sofía significa en griego sabiduría, nuestra Reina se dignifica como el paradigma de la magnificencia y la humanidad, porque siempre permanecerá con letras de oro en el frontispicio de la Historia de España.

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