Opinión

Don Juan Carlos I, la semblanza del primer embajador de la democracia

Lo que aquí se pretende rubricar, forma parte de la figura de un Monarca que, con ejemplaridad personal, ha sabido fomentar la impronta del diálogo y el pluralismo dentro del marco constitucional, que, junto a su reinado, ya es un símbolo de nuestra Historia como un legado extraordinario.

Un hombre que personificaba a toda una generación de ciudadanos que logró lo inalcanzable: colmar los agravios de una dictadura para que sus hijos disfrutaran uno de los países más libres del mundo. Para ello, tuvo que sorprender a propios y extraños desde la legalidad vigente, al inspirar una transición pacífica de la represión a la democracia.

Liderando en muchos sentidos un cambio político intachable.

Naturalmente, no han sido pocos los especialistas en reconocer que, en los últimos cuarenta años, la tendencia de la economía española, como la estabilidad y la apertura de cara al exterior, que indudablemente internacionalizaron el tejido empresarial, hoy es un hecho irrefutable que se trata de una etapa de grandes logros políticos y de transformación económica y social.

Una fase ascendente en su conjunto, hasta dejar ubicada a España en un plano del todo homologable a las grandes potencias del resto de Europa. Y todo, gracias al buen hacer del primer titular de la monarquía parlamentaria, a pesar de los inconvenientes e impedimentos que en este momento se quieran trazar en el horizonte.

Pero, tampoco ha quedado en el tintero y con ello postergado, los que sostienen que es preciso sondear fehacientemente en su retrato, porque, quizás, tras el paso de los años y viniendo de largos períodos de aislamiento e irrelevancia, muchas de sus intervenciones con trascendencia de Estado, han podido quedar injustamente indefinidas en su razón de ser por algún error personal, condicionado directa o indirectamente por la práctica de una praxis no adecuada.

Incuestionablemente, el preámbulo que antecede a este pasaje se refiere a la contribución resolutiva del primer emisario de los valores democráticos y de la proyección exterior de España, durante sus casi cuatro décadas en el trono.

Señas de identidad que reverentemente nos aproximan a Su Majestad Don Juan Carlos, cuyo nombre secular Don Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, aquel 22 de noviembre del año 1975 le hicieron convertirse en el Rey de España bajo el nombre de Don Juan Carlos I, que, en días como éste, merece una consideración que resulta de justicia reivindicar.

S.M. habiéndose mostrado ante el Pueblo como el defensor innato del sistema democrático y garante de la Carta Magna, audazmente supo percibir que desde un poder moderador era posible ejercer por el bien de todos.

Debiendo asumir un encargo controvertido y como sucesor del franquismo, supo operar eficientemente en tan complicada función, arbitrando y moderando la vida política y ejerciendo de interlocutor entre los agentes sociales, hasta convertirse en la correa de transmisión y encauzar a España en los años más propicios de su transitar.

Con este talante durante treinta y nueve años y con ochenta años de edad, hasta ahora nunca alcanzada por un Rey de España, S.M. ha desempeñado el sexto reinado más amplio desde 1746, teniendo en cuenta que la dinastía de los Borbón reinante en España allá por el año 1700, volvía a retornar tras un paréntesis de cuarenta y cuatro años, desde que en 1931 fuera proclamada la Segunda República.

Hoy, la deuda de este Estado social y democrático de Derecho con Don Juan Carlos es tan inmensa, como infinita es su hoja de servicios. Porque, el afianzamiento democrático vigente no se podría concebir ahora, sin la actuación diligente de S.M. en la normalización de las políticas y en quiénes pretendieron socavar las instituciones democráticas.

Esta misma base sobre la que se cimentó Don Juan Carlos, no pudo ser otra que la del consenso que tanto se encarece actualmente y que nos ha trasladado a realidades de verdadero entorpecimiento.

Cuando tan solo hace pocos días se ha conmemorado un lustro desde su abdicación, S.M. ha asumido una de las decisiones más dolorosas desde el agradecimiento y reconocimiento de lo intensamente vivido como monarca.

Don Juan Carlos, ha decidido abandonar la agenda oficial de modo definitivo, medida que lleva aparejada que ya no colaborará en actos institucionales como representante de la Casa Real. Comunicando su voluntad al Rey Don Felipe VI, mediante una carta cargada de lealtad, en la que desglosa la semblanza de su reinado y el papel conjugado en estos últimos años desde que le cediera el trono.

Su abdicación, ha sido la última seña de grandeza y altura de miras, porque es propio de los grandes dirigentes asentar los intereses generales del Pueblo, por encima de los propios.

Si su cesión sellaría el punto y final a toda una trayectoria consagrada al servicio de los españoles en las que aceptó una reforma democrática, hoy, Don Juan Carlos, ha sabido comprender a la perfección el instante histórico para proseguir trazando las líneas maestras que la Corona presta a España para darle un nuevo brío, dejando paso a su heredero, más en consonancia con los nuevos tiempos que compiten y así confluir a otro período colmado de ilusión.

Consecuentemente, Don Juan Carlos ha sido certero en la designación de la ocasión, por el apoyo que le concita la Institución. Con un “Majestad, querido Felipe”, comienza literalmente la misiva con el que concluyentemente se hace a un lado, al menos, en lo que institucionalmente se resume. Al pie de la letra continúa diciendo: “Desde mi abdicación (…), he venido desarrollando actividades institucionales con el mismo afán de servicio a España y a la Corona que inspiró mi reinado. Ahora, cuando han transcurrido casi cinco años desde aquella fecha, creo que ha llegado el momento de pasar una nueva página en mi vida y de completar mi retirada de la vida pública”.

Resaltando S.M., que es un designio que ha “venido madurando” desde que alcanzó los ochenta años de edad y, que, “reafirmó con motivo de la inolvidable conmemoración del 40 Aniversario de nuestra Constitución en las Cortes Generales”.

Dignamente, las frases de Don Juan Carlos, desprenden ese “sentimiento de permanente gratitud hacia el pueblo español” y, por último, declara “con una firme y meditada convicción, hoy te expreso mi voluntad y deseo de dar este paso y dejar de desarrollar actividades institucionales”. Haciendo hincapié, que es una decisión que asume “desde el gran cariño y orgullo de padre que por ti siento”, terminando el mensaje con “un grandísimo abrazo de tu padre”.

Llegados hasta este punto, es necesario situarnos en el entresijo de la política española del siglo XX e inicios del XXI y en los mimbres que imprimió la autobiografía de S.M., en una época interpretada como decisiva y perentoria.

Don Juan Carlos, hijo de Don Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) que, a su vez, era primogénito del Rey Don Alfonso XIII (1886-1941), hubo de atravesar una niñez para nada sencilla. Nacido en Roma en el contexto del exilio donde su familia hubo de guarecerse tras la irrupción de la Segunda República, se educó en unas circunstancias de endurecimiento emocional. Cuestión, que le marcó en su construcción mental y, por ende, en los entornos de liderazgo que a la larga tuvo que contraer.

Apartado de sus progenitores por decisión de don Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) y don Juan, a la edad de diez años vino a España para ser enseñado bajo la rigurosa vigilancia del Régimen franquista. Conocedor el dictador, que aquel joven en un futuro probablemente sería Rey, tenía más que asumido que a su muerte el franquismo sucumbiría. Eso sí, lo más tardíamente creíble, porque Franco, fue poseedor del destino de los españoles durante treinta y nueve años.

Posteriormente, el 22 de julio de 1969, las Cortes Generales allanan el camino para que Don Juan Carlos con el título de Rey, sea quién ha de suceder al caudillo en la Jefatura del Estado. Escasos años más tarde, entre 1974 y 1975 respectivamente, como consecuencia de los padecimientos de Franco, acepta de manera transitoria la Autoridad Suprema del Estado y, pronto, es proclamado Soberano de España.

Sucintamente, hay que hacer referencia a los años 1975 y 1977, con evidentes síntomas políticos y sociales más que agitados, cuando Don Juan Carlos, ha de conducir con destreza el paso de la dictadura a la democracia. Contando con la ayuda de don Adolfo Suárez González (1932-2014) y don Torcuato Fernández-Miranda y Hevia (1915-1980), que ejercieron una labor encomiable; o, igualmente, la aprobación por referéndum el 15 de diciembre de 1976 de la Ley para la Reforma Política, que preparó la senda de una etapa constituyente; e, innegablemente, la fecha aciaga del 23 y 24 de febrero de 1981, como el acontecimiento que más impacto acumuló en el exterior durante el último cuarto del siglo pasado, cuando S.M. hubo de intervenir para impedir la intentona golpista a cargo de un grupo de militares y guardias civiles.

Esta acción que es digna de ser aplaudida y elogiada por el Rey, permanece en el recuerdo de aquel televisor en blanco y negro retransmitido por TVE 1, como la imagen que contrastó un punto de inflexión en la evolución de la transición, apuntalando decisivamente el pórtico de la democracia y el emblema que progresivamente adquirió el monarca dentro y fuera del territorio español.

Por consiguiente, sería incoherente contradecir, que Don Juan Carlos ha sido el generador que ha forjado magistralmente el establecimiento de la democracia, tal como la conocemos en nuestros días, empeñándose con ella hasta las últimas consecuencias, ante una deriva golpista que trató por todos los medios de aniquilarla.

Paradójicamente, el fallecimiento del Generalísimo y el conato malogrado del Golpe de Estado, tuvieron efectos valiosísimos para la hechura del Rey, porque el protagonismo que fue alcanzando le llevaron a ostentar una repercusión mundial.

Por otra parte, este proceder enfatizó su rasgo como defensor incansable y no únicamente como propulsor de los valores superiores del ordenamiento jurídico, sino, también, en beneficio de su popularidad internacional; sin obviar, que a sus ojos se iba ratificando el acomodamiento de unas Fuerzas Armadas incrustadas en el esfuerzo impertérrito de misiones destacadas en el exterior, que tan exigentes fueron potenciándose y revitalizándose en unos ejércitos prestos a modernizarse. Lógica, que tan solo la pertenencia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, acrónimo (OTAN), podría facilitar y, así es, como definitivamente se alcanzó en 1982.

De cara a los estados de nuestro contorno, Don Juan Carlos, se ha convertido en el principal interlocutor de un entendimiento bilateral, fundamentado en el respeto y la concordia y los principios democráticos. Todo, en un continente como el europeo contemplado como un espacio común para el despliegue de nuevas líneas de cooperación.

De ahí, que S.M. se manifestara como un admirador europeísta e inspirador de la entrada de España en la Unión; empeño, que conjuntamente compartían los grupos políticos y que paulatinamente entrevió el ideal unánime del Pueblo. La templanza de Don Juan Carlos, unida a la adhesión, demostraron que la Corona estaba capacitada para impregnarse de la sensibilidad de una comunidad, o lo que es igual, con la historia de una población humana como el Reino de España.

Esto es lo que le ha permitido a S.M. encarnar al Estado que ha dirigido y reproducir la sociedad que ejemplificó, porque, en el fondo, Don Juan Carlos ha sido un líder transformador, muy próximo a las gentes y con muchísima sagacidad política; pero, sobre todo, hábil para inaugurar un nuevo curso en la historia grande de España y regir su progreso.

Su argumentación en relación con el viejo continente, se ha distinguido por la intuición en el reencuentro entre España y las democracias europeas, que, análogamente, ha optimizado la incongruencia histórica que había conllevado su aislamiento del proceso de integración desde la dictadura.

Cómo antes se ha citado, el hecho que fuese Don Juan Carlos quién a partir de 1975 desempeñara la Jefatura del Estado, allanó la superación de importantes discrepancias habidas con algunas de las repúblicas europeas de especial relevancia, tales, como, Portugal e Italia.

La notoriedad de la causa democratizadora que acompasadamente S.M. personificó, dio origen a nuevas oportunidades en Latinoamérica, teniendo muy presente la necesidad de hacer valer los cambios inducidos en el Estado, para rediseñar los vínculos con países de lengua española, que en tiempos del franquismo habían estado estigmatizados por el paternalismo y una innegable añoranza imperial.

Hoy, la Corona de España es plenamente innovadora, porque camina con los instantes reales y sus miembros desean acomodarse a los requerimientos del momento; prueba de ello lo acredita, una parte del mensaje de Navidad pronunciado por Don Juan Carlos el día 24 de diciembre de 2011, en el que literalmente decía: “Los actuales son tiempos de gran exigencia. Nos esperan muchas dificultades, pero, también, nos respaldan sólidos valores que nos hacen sentirnos orgullosos de ser españoles, y un pasado reciente de superación que nos sirve de estímulo”.

Por eso, la Monarquía española es una Institución fuerte y bien dispuesta que se conserva próxima con el Pueblo, para seguir respetando las voluntades populares y la conseguida democracia que los españoles de bien tanto reclamaron.

De este modo, el Rey para los Gobiernos Autónomos, es sinónimo de la negociación y éste, para el Gobierno Central, ha sido el mejor aval para cuidar de la harmonía nacional y de las estructuras de arbitraje exploradas en la Constitución.

En favor de España, atrás quedan para nuestro Rey, la capacidad condescendiente de numerosas labores que le ha otorgado la Constitución, como la de su ilustre desempeño de representación del Estado, que le han reportado a viajar incansablemente por distintas latitudes del planeta, acorde con las políticas de exterior determinadas por los siete jefes de gobierno de distintas orientaciones políticas, con los que tuvo ocasión de convivir. Dando a tratar las reformas democráticas y activando la vivacidad de España en organismos y foros internacionales, e incluso, haciendo de valedor en los intereses económicos y alentando a las empresas españolas en el extranjero.

Y, cómo no, las visitas realizadas a las Comunidades Autónomas que adornan este Estado, además, de las singulares Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla que la embellecen; cada una de ellas, cristalizadas con un temperamento abierto que han definido las diversidades culturales y lingüísticas, así como, la descentralización política y administrativa y las idiosincrasias de las desiguales regiones, comarcas, provincias o lugares que la robustecen.

Evidencias, que han proporcionado la preservación del delicado equilibrio entre la unidad territorial de España y la pluralidad que ha trazado la Constitución.

De todo lo aquí expuesto, la silueta que tiene que ser engrandecida y propiamente elogiada, no puede ser otra que la del S.M. el Rey Don Juan Carlos I, porque, su verdadera instantánea empieza a plasmarse desde el preciso instante de su último anuncio.

Siendo justo afirmar, que el criterio llano de S.M. unido a la inteligencia emocional y enorme resiliencia ante situaciones adversas, le han hecho atesorar un acervo político que ha resultado ser excepcionalmente valioso para la instauración de un régimen afable, donde brillan las libertades y los derechos.

La aportación de nuestro Rey Don Juan Carlos a este florecimiento como Estado, Nación, País, Territorio, Patria o Pueblo, ha sido imponente; primero, como parte sistémica en la defensa de la legalidad; segundo, durante numerosísimos años como monarca constitucional. Siendo elogiado en repetidísimas ocasiones por haber fraguado la modernidad, la pluralidad y la paz e induciéndonos a un proyecto común llamado España.

Años después, se ha cumplido el objetivo de ser el Rey de todos los españoles, tal y como le había ilustrado sensatamente don Juan de Borbón. “Nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional”, con estas sabias palabras, S.M. asentaba las bases del que sería su reinado en la ceremonia de proclamación.

Mediados cuarenta y cuatro años, Don Juan Carlos I ha cosechado un merecido descanso en el que encuentre el reposo que no siempre obtuvo, habiendo entendido con delicadeza los sentimientos de la sociedad española y erigirse en el garante de ese encaje constituyente, donde siempre se le recordará como la insignia de la nueva España democrática y del orden y estabilidad.

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