Opinión

El domingo de Pentecostés

Son las 7:20 h del sagrado domingo de Pentecostés. Hace unos minutos he presenciado el amanecer en las inmediaciones del santuario de San José. Para estar a principios de junio hace algo de frío motivado por el aliento de céfiro. He llegado justo a tiempo para contemplar la salida del sol.

El Estrecho de Gibraltar está despejado, pero una lengua de fuego –que me ha traído el recuerdo del Espíritu Santo- cubre a Ceuta. La estampa resulta estremecedora y difícil de describir con palabras. Es una lengua que pertenece al espíritu creador, Sophia, que nos habla en esta mañana en la que también se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Relacionado con este evento, esta noche he tenido un sueño extraño e inquietante. Buscaba de forma desesperada a un niño perteneciente a mi familia. Preguntaba por él a todo el mundo que me encontraba. Una mujer, al escuchar mi descripción del niño, me dijo que en una calle cercana sabía que retenían a un niño con unas características similares. Al llegar al punto indicado ya estaba allí la policía y pude entrar con ellos. Tal y como nos habían dicho, tenían retenido a un grupo de niños en el maletero de un coche. Uno de ellos se parecía a mi familiar, pero no era él. Yo me puse a llorar sin consuelo. De regreso a casa observé que una máquina excavadora estaba derribando árboles en una densa arboleda que había crecido sobre una colina. Le llamé la atención a gritos al maquinista, que se giró, me miró y me ignoró de forma descarada. Tanto fue así que un árbol casi me cae encima. Lo evitó las ramas del árbol bajo el que busqué refugio. Acto seguido mi mirada se dirigió a un descomunal árbol con un tronco tan ancho que parecía una casa. El tronco no tenía corteza y mostraba una tonalidad rojiza similar a la caoba. Toda su superficie mostraba huellas de hachazos y motosierras. Se ve que habían intentado cortarlo, pero no lo habían logrado. Entonces me di cuenta que las máquinas excavadoras estaban sacando a la superficie las enormes raíces con la clara intención de matar el árbol.

…Levanto la mirada de la libreta y observo la presencia de nubes con forma de ángeles que se acercan a Ceuta. Puede que porten el Santo Grial y lo lleven al templo sagrado erigido sobre las siete colinas que dieron nombre a Ceuta. Está pronosticado que el tercer templo surgirá en la “confluencia de los dos mares” que delante mía. Los ángeles custodian la paloma blanca del Espíritu Santo.

Al avanzar unos metros por la pista de la Lastra obtengo una visión general del Estrecho de Gibraltar. Unas nubes oscuras se ciernen sobre el Atlante Dormido y cruzan el brazo de mar que separa África de Europa. La oscuridad de estas nubes contrasta con el intenso resplandor blanco que envuelve Ceuta. No soy el único que contempló esta imagen. Una paloma se ha posado cerca de mí y mira en la misma dirección a la que apunta mi mirada.

El sol ha alcanzado cierta altura y empiezo a notar con alivio su candor mientras me dirijo al santuario del valle de San José. La naturaleza, por efecto de los rayos solares, exhala sus fragancias. Las plantas que más abundan son las flores blancas de las zanahorias y las moradas de los tréboles, de las víboras y de los cardos. Cuando quiero darme cuenta me encuentro con el acceso al santuario. Me recibe el incesante zumbido de las abejas. A la capilla de Fray Leopoldo no le faltan claveles rojos.

Un mirlo se cruza en el camino por el que me adentro en el espacio sagrado donde se celebra un concierto de música interpretado por un coro formado por una amplia variedad de aves. La naturaleza está exultante en estos primeros días de junio.

Un hermoso picapinos se ha posado junto al árbol que ha crecido junto a la alberca construida a pocos metros del manantial. Aún queda algo de agua por lo que acuden muchos pájaros a beber y refrescarse. No es fácil fotografiarlos. Se mueven a gran velocidad saltando de una rama a otra. Después de unos minutos intentando captar una fotografía de las aves desisto de mi propósito y me vuelvo a sentar para escribir.

Pienso que en este instante que estos ratos en la naturaleza son una forma de reencontrarme con lo que soy y siento. Mi voz interior es más nítida cuando regreso a una naturaleza que me acoge con cariño. Aquí uno puede sentir con claridad la fuerza de la vida y su extraordinaria diversidad de formas, colores, sonidos, olores y tactos. En el ambiente se aprecia la armonía y ritmo de unos acontecimientos que discurren a una velocidad mucho más lenta que en la denominada civilización. Aquí cada una de las especies cumple su función con eficacia y precisión. La nuestra es percibir el espíritu del lugar, sentirlo y meditar sobre él y transformar estas percepciones, emociones y pensamientos en palabras capaces de expandir y alimentar el alma.

Mi mente me devuelve al sueño de la pasada noche. Intento interpretarlo para extraer su significado. Se trata del tipo de experiencias oníricas que C.G. Jung llamó “sueños grandes” al proceder de los substratos más profundos del inconsciente colectivo. Tal y como he explicado con anterioridad, en la primera parte del sueño visitaba un centro comercial en cuyo centro se conservaba un profundo pozo en el que se podía distinguir con nitidez los distintos niveles arqueológicos que se perdían en una profundidad abismal. Luego vino el encuentro con un hermano que me alertó sobre el extravío de un sobrino y mi desesperada búsqueda para dar con él. En la tercera y última parte del sueño contemplé la destrucción del bosque sagrado y el intento de acabar con un árbol de un porte imponente.

Yendo a la interpretación del sueño, puede que los estratos arqueológicos integrados en el centro comercial simbolicen los estratos más profundos del inconsciente colectivo que en nuestro tiempo se encuentran inmersos en una sociedad consumista en lo que todo se banaliza. Alguien ha secuestrado el futuro de un sobrino, lo que me causa una gran desazón. La sucesión de las escenas me hace pensar que los secuestradores son los mismos responsables de la destrucción del bosque sagrado. Mi intento de impedir un terrible daño a la naturaleza, algo que en la vida real llevo haciendo desde hace más veinte años, casi me cuesta la vida. Por fortuna, la propia naturaleza se ha preocupado de protegerme, como en el sueño hace el árbol que extiende sus ramas para evitar que un árbol me aplaste. Estos árboles protegían también al árbol de la vida que cumple la función de Axis Mundi conectando el inframundo, el plano terrenal y el celestial. Su grosor es enorme, lo que le ha permitido resistir todos los hachazos y cortes de motosierras. Sin embargo, los que quieren acabar con él ha ideado un diabólico plan para acabar con el árbol de la vida consistente en dejar al aire sus impresionantes raíces para cortarlas y matarlo. El futuro de la generación de mi sobrino está ligado a la protección y conservación del árbol de la vida. En el sueño me siento impotente para liberar a mi sobrino y salvar al árbol de la vida del intento de asesinato, de ahí mi inconsolable llanto. Desconozco si conseguiré recuperar el futuro de mi sobrino y de todos los niños y niñas de su generación, pero este sueño me está indicando que debo seguir intentando salvar al árbol de la vida y parar la destrucción de la naturaleza más cercana. Puede que la visión de la paloma del Espíritu Santo sobre Ceuta sea un buen presagio para lograr mi propósito.

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