No recuerdo la última que me gustó alguno de los gestos de Novak Djokovic, tal vez porque nunca lo haya habido, con excepción de los aplausos que dispensa a sus contrincantes cuando estos le endosan un punto que lo merece. Su marcada tendencia a exhibir su inmadurez desde que llegó a la cumbre del tenis mundial es cada vez más aburrida e irritante, mucho peor ahora que corona la clasificación internacional y que, por ello, debería obrar en conciencia. Para qué escribir lo contrario: ver cómo el número uno del tenis profesional continúa imitando a sus compañeros, haciendo bromas fuera de contexto, queriendo acaparar más atención extradeportiva de la que pertenece a los que alcanzan la cúspide, y marcando ciertos gestos dentro de la pista me da vergüenza ajena.
Pero así como digo lo anterior también creo que de todos los defectos que conforman su persona, no es precisamente la cobardía la que destaca entre ellos, ni tampoco el juego sucio. Todas las recriminaciones que le han lanzado en las últimas semanas acusándole poco menos que de histrión por pedir asistencia fisioterapéutica no tienen en cuenta la agotadora temporada que está llevando a cabo Djokovic, y la repercusión que esta ha ido teniendo sobre su físico.
Es una circunstancia tan evidente que me resulta extraño que se haya dado esta situación, aun cuando todos conocemos el nivel del fanatismo deportivo repartido por este país.
No es precisamente el serbio quien suele recorrer la pista de punta a punta una y otra vez cual fondista después de pedir dicha asistencia en medio de un marcador adverso, como si las mágicas manos del especialista le hubieran reavivado la fatiga.
Es más, la degradación del físico de Nole ha quedado patente con la lesión que le impidió concluir el partido que le opuso ante el argentino Juan Martín del Potro en la Copa Davis hace unos días, es decir, poco después de la final del US Open que abrió la veda a todas las suspicacias acerca de aquel. Alrededor de un mes estará lejos de las pistas este “obsceno actor” para restablecer, o al menos calmar, sus lesiones.
A Novak Djokovic se le acusa con excesiva vehemencia de ser un fingidor y de utilizar tretas para aturdir a su contrincante pese a que su reciente lesión ha demostrado que eran ciertos sus dolores, mientras a otros jugadores que actúan de igual manera se les excusa permanentemente mediante argumentaciones basadas en molestias y supuestas lesiones que son, a todas luces, incompatibles con la fuerza que luego ostentan raqueta en mano sobre la superficie de turno. Saber perder es esencial, tanto para los jugadores como para sus seguidores, fiel reflejo de los primeros.
Roger Federer lo entendía y lo sigue entendiendo a la perfección.