Opinión

Diversidad cultural, Patrimonio, convivencia y política

La diversidad cultural es un patrimonio que hay que preservar y respetar, ello es una condición básica para avanzar en la convivencia; desde la política hay mucho camino por recorrer.

El respeto a la diversidad cultural, al patrimonio y a la convivencia, implica mucho más que habitar unos mismos espacios, adornar nuestras calles en Semana Santa o Ramadán o decidir qué fiestas (casi siempre religiosas) incluimos en nuestro calendario, es, fundamentalmente, avanzar hacia una ciudad con más justicia social, con mayores oportunidades para sus ciudadanos y con una mejor distribución de recursos, al margen de en qué barrio vivamos, cómo nos llamemos o cómo (si lo hacemos) recemos.

En un trabajo clásico, Edward T. Hall (1976), nos decía que, al igual que el 90% de un iceberg se encuentra por debajo del agua y no se ve, el 90% de la cultura queda fuera de la percepción consciente, denominándose “cultura profunda”. Efectivamente, la cultura de una persona, su identidad, integra numerosos aspectos, factores y variables, no debemos categorizarla o clasificarla a partir de una sola categoría, minimizando otras; Vargas Llosa (Premio Nobel de literatura y Premio Convivencia de Ceuta), con su talento literario, lo ejemplifica muy bien en uno de sus muchos artículos (“Y el hombre… ¿dónde estaba?”) poniéndose a sí mismo como ejemplo:

… Yo soy un buen ejemplo de ese crucigrama de pertenencias y rechazos que constituyen la identidad de un individuo, para mí la única aceptable: peruano, latinoamericano, español, europeo, escritor, periodista, agnóstico en materia religiosa y liberal y demócrata en política, individualista, heterosexual, adversario de dictadores y constructivistas sociales … defensor del aborto, del matrimonio gay, del Estado laico, de la legalización de las drogas, de la enseñanza de la religión en las escuelas, del mercado y la empresa privada, con debilidades por el anarquismo, el erotismo, el fetichismo, la buena literatura y el mal cine, de mucho sexo y tiroteo…..

Al margen de la mayor o menor sintonía con las categorías que utiliza Vargas Llosa para definirse a sí mismo, lo importante de su mensaje es que cada persona tiene derecho a decidir lo que quiere ser, sin imposiciones. En nuestra ciudad tendemos a categorizar o clasificar culturalmente a las personas a través de la religión que profesa (o se supone que profesa), lo hacemos a partir de sus apellidos, indumentaria o lengua materna, así, es habitual hablar, tanto en el lenguaje coloquial como en el político-institucional, de “cristianos y musulmanes”, por referirnos a dos grupos mayoritarios, enfatizando, por tanto, una variable cultural (la religión) y obviando (o minimizando), como señala Vargas Llosa, que un ser humano es muchas cosas a la vez y sólo a él (o a ella), corresponde dar mayor o menor importancia a las que estime oportuno, respetando su privacidad e intimidad. Destacar el componente religioso para clasificar culturalmente a una persona, o a un colectivo, implica contemplar la cultura desde una perspectiva teocrática, ello, además de una simplificación científica, entendemos que es un error que ayuda poco a profundizar en la convivencia, enfatizando el “nosotros” de el “ellos”, de esta cuestión nos habló muy bien Ryszard Kapuscinski (Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades) en su libro “Encuentro con el otro” o Amin Maalouf en “Identidades asesinas”.

Creemos que una concepción de cultura, respetuosa con la diversidad, con el patrimonio (material e inmaterial) y, por tanto, favorecedora de convivencia, debe contemplar y respetar los numerosos y diversos componentes que integran lo que una persona quiera ser, la cultura se refiere a la manera de ser de una determinada comunidad humana, de sus integrantes, a sus creaciones, sus valores, sus costumbres y sus comportamientos , por supuesto, también sus creencias; la cultura sería el conjunto de significados, compartidos en mayor o menor medida, que nos permiten dar sentido a los acontecimientos, a los fenómenos, a las conductas propias y de los demás, integra nuestras expectativas, intereses, motivaciones y formas de ver el mundo, que compartimos con otras personas, que construimos a través del proceso de socialización, de la relación de cada persona con el medio en el que se desarrolla. La cultura es un todo integrado en el que cada uno de sus elementos se explica en relación a los restantes; algunos son fácilmente detectables y observables, otros más abstractos y difíciles de observar, entre los primeros estarían la gastronomía, el folclore, la música, el arte, la literatura o la vestimenta, los segundos son más profundos, están en la parte oculta del iceberg, condicionando nuestra manera de ser y de comportarnos (percepciones, visiones, actitudes, comportamientos, relaciones, experiencias, creencias, sentimientos...). De ello podemos deducir que una cultura no es algo homogéneo ni monolítico, sino heterogéneo y dinámico, abierto a cambios que corresponde a cada una de las personas gestionar. Son muchos los trabajos, desde distintas perspectivas, que nos hablan de ello (J. Besalú, G. Malgesini, J. Lluch, T. Aguado, M. Azurmendi o A. Cortina). En nuestra ciudad, durante una serie de años, desde el Instituto de Estudios Ceutíes, se desarrollaron congresos, y otras actividades, que ilustraron muy bien sobre estas cuestiones.

Del análisis de nuestras sociedades, y la ceutí no debemos considerarla una excepción, podemos concluir que las personas somos diferentes y que las diferencias constituyen la realidad y debemos considerarlas como algo que nos enriquece, que nos hace mejores, que nos acerca o aleja a unas de otras, sin que ello implique enfrentamiento. Los seres humanos somos diversos y plurales a partir de distintos factores y variables, junto a categorías tradicionalmente asumidas de diversidad cultural (etnia, lengua o religión), se hace cada vez más necesario tomar en consideración otros factores, tales como la edad (jóvenes, adultos o ancianos), el género (hombre-mujer-homosexualidad-heterosexualidad), el hábitat (centro ciudad-barrio), las formas de ocio, las discapacidades o las profesiones, y todo ello cada vez más influenciado por las tecnologías de la información y de la comunicación, la “cultura de las pantallas”, la globalización (en gran medida cultural) o los flujos migratorios.

Como hemos señalado más arriba, la religión tiene una influencia casi determinante en la clasificación cultural en nuestra ciudad, oscureciendo otros muchos aspectos; reiteramos que la importancia de las creencias en la configuración cultural de una persona sólo corresponde a ella misma, nunca a una especie de imposición exterior y colectiva; desde estas líneas defendemos que una buena manera de respetar la libertad religiosa de cada persona es dejando que ésta la viva en la intimidad, al margen de protagonismos político-institucionales; nuestros representantes, en cuanto tales, independientemente de sus creencias personales, deberían quedarse al margen de participar en celebraciones religiosas; en esa reforma pendiente de la Constitución de 1.978 se debería avanzar desde un estado aconfesional, que muchas veces no apreciamos a nuestro alrededor, hacia un estado laico, en el que la separación entre las distintas religiones y el estado, sea una realidad.

Una cuestión importante y aquí interviene la acción político-institucional, es que cada persona tenga la capacidad y las condiciones para vivir su diversidad cultural, también su religión, desde el respeto al diferente y desde el derecho a sus diferencias. Avanzar en la convivencia es trabajar, desde las distintas instituciones, fundamentalmente, en nuestro caso, desde la Ciudad Autónoma en colaboración con la administración general del estado, para que toda persona pueda desarrollar su proyecto de vida en las mejores condiciones socio-económicas y culturales posibles, priorizando programas y proyectos que reduzcan las tasas de paro, especialmente el juvenil, el absentismo escolar, el abandono escolar temprano, el fracaso educativo; es trabajar con colectivos en riesgo de exclusión social, es fomentar una educación intercultural que, arrancando desde la familia y la escuela, se irradie al entorno, que elimine prejuicios, tópicos y estereotipos, antesala de actitudes discriminatorias cuando no xenófobas. Es necesario priorizar la inversión en barriadas (frente a las macro obras del centro) en infraestructuras y profesionales (por ejemplo educadores sociales) que las dinamicen, y abran posibilidades de futuro, especialmente a una amplia juventud que tenemos en nuestra ciudad que pasa muchas horas al día apoyados en las esquinas, con un horizonte vital incierto. Es fundamental descentralizar la cultura, llevarla a los barrios, a través de la apertura de centros cívicos y de distintas actividades.

Avanzar en convivencia es desterrar del discurso político actitudes que fomenten el enfrentamiento, el repliegue identitario, los recelos, atrincherarse en planteamientos cerrados, excluyentes, el “nosotros” frente al “ellos”, considerar las diferencias como potenciales amenazas, huir de quienes pretenden imponer lo que debe ser sentirse ceutí y, por extensión, español, de quienes pretenden adueñarse de unas señas de identidad que debemos ir construyendo entre todas las personas que habitamos la ciudad y que cambia con el paso del tiempo; es, en definitiva, adoptar el diálogo, el respeto, la participación, la integración, el consenso y el acuerdo como camino y meta, sin cordones sanitarios ni líneas rojas, con los únicos límites de lo establecido en nuestro estado de derecho.

Una sociedad bien vertebrada social, económica, política y culturalmente, es una sociedad que convive, no coexiste, que aprecia, valora y respeta la diversidad como un patrimonio a preservar. Esperemos que las personas que salgan elegidas el 26 de mayo, nuestros representantes, estén a la altura de lo que la ciudad necesita.

Ramón Galindo, es profesor de la Universidad de Granada en Ceuta y miembro del Instituto de Estudios Ceutíes

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