Las hermanas Adoratrices abrieron en 1994 de par en par las puertas de su casa de acogida en el Sardinero para dar abrigo a mujeres golpeadas por el entorno.
Maltratadas, madres solteras, quienes escapaban de familias desestructuradas u otras que huían del abismo de la prostitución. No era, ni mucho menos, la primera experiencia: la congregación ya mantenía otra vivienda con idéntico objetivo en Ceuta desde 1936, aquel lejano año en el que el país estaba a punto de desangrarse por la hemorragia social de la Guerra Civil. Décadas y décadas de lucha silenciosa de unas mujeres en favor de otras cientos.
Tanta dedicación debía tener recompensa y les ha llegado en forma de galardón. El Defensor del Pueblo y la Universidad de Alcalá anunciaron ayer la concesión del ‘IV Premio de Derechos Humanos Rey de España’ a las Adoratrices “por su labor en favor de las víctimas de trata y de la violencia de género”. Y una porción del título le corresponde, por derecho propio, a las hermanas de Ceuta, un eslabón en la cadena de 1.070 religiosas repartidas hoy a lo largo de 23 países de todo el planeta.
“Estamos muy contentas”, reconocía ayer, al mediodía, una de ellas desde las instalaciones del Sardinero, el mismo lugar en el que también se levanta el Colegio ‘Santa María Micaela’ que regentan. “Pero nuestra labor es callada y no queremos publicidad, porque lo nuestro es sólo vocación”, añaden a continuación. Aunque se resten protagonismo y pidan que no aparezcan sus nombres, por sus manos han pasado en los últimos años decenas de mujeres buscando un simple aliento. Casi 50 el año pasado, entre ellas 17 jóvenes con ocho niños. A todas les encontraron hueco, con estancias más o menos prolongadas, en alguna de las doce plazas con las que cuenta la vivienda. “Siempre haría falta más espacio, pero la casa es grande. De todos modos, nosotros no trabajamos con números, sino con personas que necesitan documentar a sus hijos, volver a los estudios, recuperar su vida, dejar la prostitución...”, relatan.
Los casos y los perfiles se multiplican. Por las habitaciones pasan mujeres del África subsahariana víctimas de las redes de explotación sexual, algunas con hijos a sus espaldas, o marroquíes que huyen de la calle. Pero también, alertan, muchachas de 18 a 21 años naturales de Ceuta con graves obstáculos familiares avivados por la crisis económica. “Este año hemos tenido tres madres solteras que no podían ni pagar el alquiler, y otra embarazada que no tenía dónde dormir. Ahora hay muchas más mujeres en las calles por maltrato o porque no pueden costear una vivienda. En esos casos tratamos de ubicarlas aquí, que estén el tiempo que necesiten, ser una familia para ellas. Ése es el trabajo de las Adoratrices a nivel mundial”, celebran.
Y a la vista de los resultados, lo logran. “En un porcentaje elevadísimo lo conseguimos. Rehacen sus vidas y siempre vuelven porque no las olvidamos. Cuando tienen necesidad, regresan, ya sea por alimentos o para ser acogidas de nuevo”. Y ese calor que desprenden las Adoratrices bien vale el premio recibido.
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