Categorías: Opinión

Dispersando el humo por agotamiento

Estoy a favor de la ley antitabaco, no puedo negarlo. Pero si intento ir unos pasos más allá y procuro oscilar hacia una postura más objetiva que subjetiva, me temo que no puedo estar de acuerdo con la rigidez de este proyecto legislativo que no sólo se ha aplicado en este país. Cuando comercializas un producto debes ser consciente de que sus consumidores no han de ser jamás discriminados ni mucho menos criminalizados por comprarlo y consumirlo, puesto que se ha asegurado su legalidad, aprobada por los órganos de control del país. Establecer limitaciones sobre dónde se pueden consumir estos productos es lógico, pues de no ser así así las calles se convertirían en verdaderas zonas intransitables y caóticas, y en potenciales estercoleros por otra parte. Sin embargo, extralimitar los lugares donde pueden consumirse estos productos llevando a cabo una persecución cuasi enloquecida de todos aquellos que rompan esta desmedida restricción, es muy oscuro y bastante desacertado.
Si el objetivo es asfixiar hasta un estado de semiinconsciencia al producto y a sus consumidores de una manera tan agresiva, lo más sencillo y justo para acabar con lo que se abarca como un importantísimo problema es que dicho producto no se comercialice, no dando lugar a ningún tipo de discriminación. Pues concebir e impulsar una situación tan desquiciante y contradictoria como esta por una cuestión económica no sólo es desalentador sino también humillante para los ciudadanos de todos los países que se vean afectados por esta dubitativa práctica de tinte nacionalsocialista.
En este caso la medida cuenta con un respaldo importante de los ciudadanos gracias al rechazo social que existe con respecto al tabaco, tradicionalmente peor visto que una droga legal más letal como es el alcohol, cuyos efectos también alcanzan a terceros mediante la pérdida de control de la persona que se haya sobrepasado. Lo cual ocurre cada fin de semana en una elevadísima cantidad. Entre ellos (aunque progresivamente en menor medida) los conductores ebrios que, sorteando los controles por conocimiento o suerte, bullen en un lado y otro con una libertad aterradora. Pero el alcohol, claro, es demasiado popular como para arremeter contra él. Qué le vamos a hacer.

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