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Disipa, como el sol, las nubes a su paso

Durante el presente mes de julio y el pasado junio, se cumplió el 90 aniversario de los trágicos sucesos de Annual, en 1921. Ese año se produjo el derrumbamiento de la Comandancia de Melilla, la desbandada del ejército español y más de 10.000 bajas en menos de tres semanas. Como antecedentes, el 1 de junio cayó la posición de Abarrán y, al día siguiente, fueron atacadas, ésta vez sin éxito, las defensas de Sidi Dris en la costa; el 21 de julio los rifeños tomaron Igueriben al asalto, el 22 comenzó la retirada de Annual y el 9 de agosto se rindió Monte Arruit con sus defensores  asesinados después de entregar las armas.
En esos 19 días hubo de todo. Actos aislados de heroísmo, defensa a ultranza de posiciones y, sobre todo, una vergonzosa huida hacia Melilla que terminó en el desastre que posteriormente investigaría el general Picasso para exigir responsabilidades.
Entre los actos heroicos de aquellas fechas, cabe destacar las diversas acciones que llevó a cabo una de las pocas unidades que conservó la calma y se mantuvo cohesionada y con la disciplina habitual. En efecto, el Regimiento de Cazadores de Alcántara número 14, de Caballería, estaba formado por cinco escuadrones de sables y uno de ametralladoras con seis máquinas. Desde su llegada a Melilla desde Valencia en 1911, tomó parte en numerosas acciones y el día 23 de julio de ese año del desastre, rindió su último servicio en aquella campaña.
Cuando, abandonada Annual, la columna de heridos, fugitivos y unidades de protección se replegaban hacia Batel, los rifeños les cerraron el paso a lo largo del río Gan. El Regimiento de Alcántara recibió la orden de abrirles paso atacando las defensas rifeñas. El convoy superó el curso del citado río, pero la unidad de caballería sucumbió para permitir que sus compañeros continuaran la retirada hacia Melilla.
La novela “La miseria y el honor”, aún inédita, cuenta aquel pasaje de la historia de España en el Protectorado de Marruecos.  

“En un momento dado, los disparos de fusilería de los soldados de vanguardia arreciaron y todos pudieron observar como cinco o seis jinetes de Alcántara, inclinados sobre sus monturas para ofrecer menos blanco, se acercaban a galope tendido a la columna. Los disparos que intentaban protegerles, consiguieron parar a los rifeños que abatieron, sin embargo, a dos de los jinetes españoles, en última instancia. El    resto entró en tropel en el cuadro protegido por los hombres en marcha, casi chocando con los carros de heridos e impedimenta.
El capitán Ayala, uno de esos jinetes, desmontó mientras preguntaba  por el jefe que mandaba la columna.....
- Es el General Navarro -le contestaron enseguida- y está allí - señalaron-.
El capitán se cuadró jadeando ante el general que le miraba con cierto grado de admiración, tras su poblada barba llena de polvo.
- Mi General - tuvo que continuar andando mientras hablaba con el caballo de las riendas y teniendo como fondo las continuas descargas de las fuerzas- El enemigo se ha hecho fuerte en unas casas y en el lecho del río Gan. Hemos recorrido la zona y va a ser muy difícil cruzar, sobre todo si es por la noche.....
- Pero yo espero llegar antes de que anochezca a Batel - contestó el general Navarro vivamente preocupado-.
- Lo dudo, mi General- contestó el capitán. Hay fuertes núcleos de caballería e infantería a lo largo de todo el camino con ametralladoras y algunos cañones de los nuestros que están servidos por desertores. Todo esto les retrasará demasiado......
Navarro calló unos minutos. Sus ayudantes, que lo conocían bien, sabían que meditaba, buscando una salida lógica a aquella comprometida situación.
- Tendremos que sacrificar una vez más a su regimiento, capitán. Deben ustedes cargar contra el enemigo a lo largo del curso del Gan para que pueda pasar nuestra columna......
- Mi General, del Regimiento de Alcántara no quedan más que algunos escuadrones agotados, sin agua y casi sin municiones.....
- Lo sé, capitán. Pero ustedes deben proteger a la columna. Carguen hasta el final si es necesario, pero carguen hasta que estemos a salvo en Batel. Es una orden. Melilla depende de nosotros.
- A sus órdenes, mi General. El capitán comprendió que nada podía hacerse, que realmente era la última oportunidad de hacer llegar aquella masa de soldados a Melilla que, en caso contrario, podía caer en manos rifeñas con todo lo que eso podría significar. Montó de un salto, hizo una seña a sus cazadores y salió al galope por el lado contrario al que entró. Una lluvia de disparos trató de protegerlo por última vez mientras la nube de polvo marcaba en el horizonte el camino que seguían los cuatro jinetes de Alcántara.
Klems, el desertor alemán con sus rifeños más fieles, se encargó personalmente de preparar las trincheras, los emplazamientos de las  ametralladoras y la colocación de los hombres para impedir, desde el lecho seco del río, la progresión de la columna española en retirada. M'hamed, por su parte, trataba de que no faltaran municiones y víveres para asegurar un fuego continuado y eficaz. Los desertores de la Policía Indígena fueron  colocados antes del  río en pequeñas trincheras, los  tensamanis en una segunda línea con ametralladoras a los lados para cruzar sus tiros y, en una tercera, los urriagueles de  confianza que garantizarían que nadie pudiera  retroceder.
Era la una y media de la tarde cuando, ya todo organizado, Klems y M'hamed observaban con los prismáticos la nube de polvo de los supervivientes de Annual que se acercaba a lo lejos haciendo continuamente fuego por los cuatro lados. El artillero alemán llegó incluso a dudar que la columna española llegara al Gan en condiciones de combatir eficazmente.
De pronto, sobre un montículo, aparecieron a su izquierda, los escuadrones de Alcántara otra vez. Grupos de jinetes coronaron una cresta y se perdieron en otra hondonada del terreno. Los rifeños observaron que acompañaban a los jinetes numerosos mulos del escuadrón de ametralladoras y quizás una batería de campaña.
Los hechos confirmaron aquella primera impresión. En el silencio de la espera, una potente voz se oyó detrás de la colina donde desapareció la caballería española.
¡Sobre los parapetos del frente! ¡Alza 6! ¡Fuego repartido!  ¡Por ráfagas de 5 cartuchos...! ¡Rompan el fuego.....!
Las frases sonaron secas e imperativas. Unos segundos más de silencio y, enseguida, el infierno......
Las avanzadas rifeñas sobre el río empezaron a recibir las primeras ráfagas y la explosión de algunas granadas. Los jinetes españoles habían emplazado sus máquinas junto  a una batería de montaña y hacían fuego sobre el dique rifeño del Gan. Los bereberes  titubearon al sufrir las primeras bajas y solo al recibir algunos tiros de aviso de los urriagueles  a retaguardia, comprendieron que debían resistir.
Los policías desertores y rifeños se pegaron al terreno en los tres escalones de resistencia  y aguantaron la lluvia de plomo, la metralla de la artillería, las ráfagas de las ametralladoras con continuas invocaciones a su Dios. Nadie podía ni contestar a un enemigo al que ni siquiera se podía ver.
De pronto, el fuego cesó unos minutos, se oyó un cornetín de órdenes, dos, tres y una masa de jinetes con los sables brillando al sol una vez más, despuntaron de las lomas lanzándose contra las defensas rifeñas. En cuanto estuvieron en el último llano, las ametralladoras y la artillería española siguieron disparando para tratar de proteger a aquellos jinetes que corrían hacia la muerte, al repetido toque de los cornetines de órdenes.
- ¡Fuego...! -rugió M'hamed. No paréis de disparar. Hay que detenerlos.
Klems sintió miedo al ver la línea de soldados que se acercaba a gran velocidad. Cogió el viejo Remington de un herido que se debatía a su lado y comenzó a disparar sin descanso. Apuntó al que había soltado la corneta para desenvainar su sable ante la proximidad del contacto con la primera línea rifeña y disparó. El muchacho hizo un movimiento pendular hacia adelante y atrás, cayendo a continuación por las ancas del caballo.
El incesante fuego rifeño abría claros en la caballería española pero ésta ya se encontraba acuchillando a las primeras líneas de los bereberes. Muchos de estos no tuvieron nervios para aguantar la embestida e intentaban huir en última instancia, cosa que resultaba contagiosa.
Docenas de rifeños cayeron bajo los sables cuando intentaban  escapar, dando la espalda a los atacantes. En cuestión de minutos, los jinetes habían sobrepasado las dos líneas de defensa y encaraban la tercera, mientras recibían fuego de los bereberes que habían quedado vivos a retaguardia. Klems y los urriagueles no tuvieron tiempo de reponerse. Mientras M'hamed y su guardia personal retrocedían a galope, el alemán y Budra  dirigieron el choque contra la caballería. Enseguida la última línea fue rebasada y los escuadrones desaparecieron detrás de una loma.
- La columna principal está cruzando el río más abajo, Klems –rugió M’hmed mientras trataba de reorganizar a los suyos-.
- Ahora no podemos dedicarnos a ellos. Me temo que los escuadrones volverán a atacar, aunque he visto a los caballos muy agotados.....
En efecto, la columna de heridos y fugitivos estaba rebasando el río Gan algo más abajo, al abrigo del sacrificio de los cazadores de Alcántara, aunque con pocas bajas que eran abandonadas por la marcha forzada de la formación.
Klems tenía razón. Volvió a sonar el cornetín de órdenes y los jinetes aparecieron de nuevo. Por entre docenas de caballos sin jinetes que luchaban pie a tierra, la carga, mucho más lenta, se repitió. Ya no existía el orden de otras veces. Ante los accidentes del terreno los soldados se revolvían y cargaban de nuevo. Los caballos, cubiertos de espuma y confundidos con sus jinetes, piafaban, atacaban, caían y se volvían a levantar en una desesperada lucha.
Sonó estridente el cornetín otra vez y los hombres que aún quedaban vivos, cubiertos de sangre y tierra, se agruparon a cubierto de unas rocas, muchos de ellos a pie.
Klems, con gestos más que con palabras, reorganizaba a sus rifeños, esta vez con el sol a la espalda. Formaron varias líneas, algunos de rodillas, y los cerrojos de los fusiles comenzaron a sonar mientras reaparecían los jinetes una vez más. Sin embargo, los caballos, incapaces de seguir combatiendo, iban al paso. ¡El resto del regimiento realizaba una carga al paso!. Klems los vio acercarse como a cámara lenta, blandiendo los sables y ya sin el empuje de otras veces.
- ¡Fuego! -gritó el alemán- y su grito fue repetido en cada fracción rifeña.
La imposible carga de caballería  se deshizo matando, como un azucarillo en un vaso de agua, mientras el sol comenzaba a declinar y el grueso de la columna a pie se alejaba de aquella trampa mortal que pudo ser el río Gan.
Los pocos supervivientes de Alcántara que pudieron salir de la barahúnda de aquel ataque suicida, se reagruparon tomando el camino de Batel.
- ¡Alto el fuego.....! -ordenó Klems- Dejadlos que se marchen. Retirar a los muertos y sigamos a la columna.
El alemán, mientras contemplaba las numerosas bajas a su alrededor y el desastre que las sucesivas cargas de Alcántara habían producido en su obra de fortificación, recordó el valor y el empuje de aquellos jinetes. Pensó en el teniente-coronel  que mandaba la unidad, siempre impartiendo órdenes y como lo había visto alejarse ileso con los últimos supervivientes”.

Después de esta acción, el Regimiento de Cazadores de Alcántara, cuya divisa era “disipa, como el sol, las nubes a su paso”, dejó de ser una unidad orgánica al perder tres cuartas partes de sus efectivos. De los 691 hombres que lo formaban el 19 de julio, solo 69 llegaron a Melilla, resultando muertos 541 y el resto heridos. El coronel de la unidad, Francisco Manella Corrales cayó en el desfiladero de Izummar junto al también coronel Gabriel de Morales  y el segundo al mando, teniente-coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, salió indemne de todas las cargas del regimiento, pero murió en Monte Arruit al alcanzarle un disparo de cañón que obligó a cortarle una pierna sin anestesia, herida de la que fallecería más tarde. El Rey Alfonso XIII, le concedió la cruz laureada de la Real y Militar Orden de San Fernando.
Cuando las tropas españolas reconquistaron Monte Arruit, avanzando de nuevo por el camino del desastre hacia Annual, encontraron los cadáveres confundidos de jinetes y caballos de Alcántara, algunos guardando aún la formación. Ellos dejaron la enseñanza que si las unidades y sus oficiales hubieran conservado la calma y la disciplina, podrían haberse reducido las bajas y, sobre todo, se habría evitado la pérdida de prestigio que supuso para el ejército aquella vergonzosa retirada que, además, contribuyó al encumbramiento del líder rifeño Mohamed ben Abd el Krim el Jatabi que trajo en jaque, durante más de seis años, a las fuerzas armadas de Francia y España.

El lema del Regimiento de Caballería de Alcántara, “Disipa, como el sol, las nubes a su paso”  fue utilizado por Constantino Domínguez Sánchez para dar título a un artículo que publicó en el Telegrama de Melilla del 5 de marzo de 1975 y que aparece recogido en el libro “Melillerías” (La Biblioteca de Melilla, 2004)

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