Anda la “derechona” envalentonada, desde que han conseguido situar a los suyos en el gobierno de Andalucía. Tenían que acabar con casi 40 años de gobierno socialista. Esta es la excusa que han esgrimido para pactar con los que no tienen empacho en negar valores esenciales de nuestra democracia. Uno de ellos es la defensa de los colectivos más desfavorecidos. Otro, la protección de la inmigración.
Que las sociedades avanzadas se doten de reglas para proteger a los más débiles, es lo más razonable y normal. Considero que es algo consustancial al comportamiento del ser humano. Bajo mi punto de vista, también es la evidencia más clara de la bondad humana. El hombre es bueno por naturaleza, nos decía Locke y Rousseau, aunque Hobbes mantuviera lo contrario en su Leviatan. ¿Qué sería de nosotros si no protegiéramos a la infancia?, por ejemplo. ¿O si no dictáramos normas para proteger a las tribus perdidas en las selvas, que aún siguen sin contactar con la especie humana más desarrollada?.
Podríamos seguir poniendo ejemplos, hasta llegar a las especies animales, a los espacios naturales, a los océanos,……El avance humano de los últimos 200 años, a consecuencia de los descubrimientos científicos, es de tal magnitud, que estamos poniendo en peligro el propio equilibrio natural del planeta. El cambio climático es el ejemplo más evidente de lo que digo. Esta situación nos lleva, irremediablemente, a adoptar medidas que reviertan la situación. Hay que proteger, prevenir y contenernos en el consumo.
Una forma de ayudar a la protección de los más desfavorecidos son los programas de discriminación positiva, que consisten básicamente en la puesta en marcha de medidas que, aunque formalmente discriminatorias, están destinadas a eliminar o a reducir desigualdades fácticas. Se aplican, preferentemente, en el ámbito laboral, el sistema educativo o la política de vivienda (Velasco Arroyo, 2007). El concepto de discriminación positiva nace en Estados Unidos, donde las personas negras sufrieron durante siglos una opresión racial. Aunque en un primer momento se refería a la discriminación por raza, a partir de los años 60 del siglo XX empezó a trascender a otras esferas, como la sexual, la religiosa o la social. Y ahí comenzó todo (https://blog.oxfamintermon.org/la-discriminacion-positiva-ejemplos-y-ventajas/).
En el caso de las medidas de protección de género, las mismas son necesarias a consecuencia de la secular desigualdad que sufren las mujeres respecto a los hombres. Hay multitud de estudios que muestran esta discriminación en los salarios, en las promociones laborales, en el acceso a cargos directivos. En muchos países aún es necesario que los hombres den permiso a las mujeres para cosas tan simples como viajar. Y los actos de violencia de género son una lacra de la sociedad actual. No es preciso dar cifras. Casi a diario se producen agresiones sexuales y muertes de mujeres a manos de sus parejas. También de hombres, aunque muy pocas en comparación con las anteriores.
En estas circunstancias, dictar normas internacionales y nacionales que prohíban la discriminación por razón de sexo es lo propio de una sociedad avanzada. En nuestro país, además del artículo 14 de la Constitución, que prohíbe cualquier tipo de discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, ha sido el propio Tribunal Constitucional el que ha dado carta de naturaleza a la discriminación positiva a favor de las mujeres pronunciándose en el sentido de avalar la legalidad de “…los tratos diferenciados a favor de las mujeres con el fin de corregir desigualdades de partida, de eliminar situaciones discriminatorias, de conseguir resultados igualadores y de paliar la discriminación sufrida por el conjunto social de las mujeres”. De esta forma la Ley Orgánica 1/2004 de 28 de diciembre de Medidas de Protección contra la Violencia de Género está vigente en toda su amplitud.
De la misma forma, como se nos dice desde Oxfam, “con la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, se ponía en marcha en nuestro país una iniciativa decisiva para romper con las barreras entre ambos géneros. Su objetivo es luchar contra cualquier manifestación de discriminación, directa o indirecta, por cuestión de género, y fomentar la equidad real, de modo que se garantizase el derecho de las mujeres y se enriqueciera a toda la sociedad. Así, se reconocía que la desigualdad salarial, la escasa presencia de las mujeres en los cargos de responsabilidad o la violencia de género, que reflejaban que la igualdad plena aún estaba por conseguirse en España y que, para alcanzarla, eran necesarios nuevos instrumentos jurídicos”. A lo anterior hay que añadir la legislación de reconocimiento de matrimonios del mismo sexo, las leyes de inmigración, o la protección a colectivos tradicionalmente perseguidos.
Esta es la realidad de nuestra España actual y plural. Un país diverso, con distintas sensibilidades y realidades regionales. Con multitud de colectivos y de ciudadanos provenientes de distintas partes del mundo. Un país, que, a fuerza de consenso, ha llegado hasta ahora en paz. Aunque aún no se hayan podido cerrar algunas heridas del pasado. Pese a las fuerzas disgregadoras existentes, que ya denunciaran intelectuales y humanistas como Madariaga, que siguen actuando, aún resistimos.
Mientras que en países avanzados como Suecia, se producen alianzas para frenar el avance de la extrema derecha, es decir, de aquellas formaciones que se apoyan en la democracia para destruirla, en España se acaba de abrir la “caja de los truenos” y se ha dado paso al “monstruo”. Sí, al Monstruo con mayúscula. A los que quieren sembrar el odio y la discriminación. A los que pretenden mantener subyugadas a las mujeres, o escondidos a los que tengan una condición sexual diferente. A los que, en definitiva, quieren devolvernos a la España de la fanfarria y la pandereta y a los años negros de la represión pura y dura a todos los que no pensaban como ellos.
Soy positivo por naturaleza. Y confío en el género humano. Por eso tengo esperanzas de que la situación no llegará a más y se frenará a tiempo. Pero, por si acaso, habrá que estar expectantes y no contribuir con nuestra inacción, a una involución de nuestra democracia.
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