Opinión

Diplomacia ante Marruecos

Llevo largo tiempo, aquí y en otras latitudes, escribiendo y conferenciando sobre nuestros contenciosos y diferendos. Desde que fui el primer y único diplomático que se ocupó en el Sáhara de los 339 compatriotas, a los que censé, que allí habían quedado tras nuestra salida; o desde que escribí el clásico y traducido Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla; o desde que el Gibraltar News decía, “Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth and his words are listened to in Spain”; por limitarme a nuestros tres contenciosos, en los que mi competencia está considerada al máximo nivel dentro y fuera de España.
Asimismo vengo invocando mi máxima diplomática: Hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no normalizará su situación en el concierto de las naciones como corresponde al gran país que fue primera potencia mundial y cofundador del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.
Pues bien, durante este tiempo he asistido a la gestión de los diferentes presidentes y ministros de Asuntos Exteriores sin que se hayan podido apreciar avances en general, más bien retrocesos, en tan histórico, importante e irresuelto que no irresoluble asunto, que arroja un déficit diplomático creciente en la globalidad. Ni siquiera en el plano “académico” se ha creado, como he pedido repetidas veces, una oficina para el correcto tratamiento coordinado de los tres contenciosos, que están tan entrelazados como en una madeja sin cuenda donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo, surgen automática, inevitablemente los otros dos.
En fin, hasta que como era fácilmente previsible, ha hecho eclosión la crisis con Marruecos. Desde abril del pasado año, en tres artículos y distintas conferencias, he mantenido la conveniencia del recurso a la diplomacia regia, aplicada en distintas ocasiones con el vecino del sur, con Don Juan, Juan Carlos I y Felipe VI, casi desde el primer momento, cuando Mohamed V vino a Madrid a llevarse la independencia “con cara de pocos amigos”, en la valoración del primo y secretario de Franco, el Tte. general Franco Salgado Araujo.
Siempre a remolque de París, que ya se la había concedido el mes anterior, su gran valedor, dato de mayor interés en el Sáhara porque en la UE, Francia es el único país que forma parte del Consejo de Seguridad. Fuertes, además, con la renovada alianza norteamericana, que arranca nada menos que de 1777, Palacio, como ya he escrito, impelido hacia el Gran Marruecos con el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara por la Casa Blanca, se siente al parecer facultado para una diplomacia de quemar etapas, acelerada, táctica que difícilmente resulta acertada hasta por definición, a diferencia de Hassan II, maestro en el manejo de los tiempos, a quien recuerdo en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat.
Innecesario precisar que el alcance de la diplomacia regia, que en un primer momento, cuando comenzó a larvarse (enriquezcamos el léxico; además el “perpetuo”, haciendo honor al apelativo, se está tomando tiempo para responderme) el conflicto, hubiera sido preventiva, luego ya ascendía en la escala de operatividad ante la no reunión de alto nivel, sin la cual se antoja asaz enrevesado comenzar a salir del impasse, y con el papel de los tronos limitándose al que corresponde, en este caso que se sienten los negociadores. Cualquier otra lectura ha de desestimarse de forma taxativa por no profesional, término que debería de jugar más en materia de contenciosos.
Sí parece pertinente, dada, amén de algún que otro inocultable desacierto, la impotencia manifiesta de Madrid para desbloquear la situación que prosigue agravándose, traer a colación “La Carta de los 43”, en la que ese número simbólico, referido a los años transcurridos de contienda, y por consiguiente ampliable, de conocedores, diplomáticos, profesores, militares, hasta un ex JEMAD, me han apoyado ante el gobierno para que se me nombre a fin de colaborar con Naciones Unidas, por cierto desde hace tiempo sin mediador, y para que España tenga mayor visibilidad como se deriva de su responsabilidad histórica.

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