Colaboraciones

Diplomacia ante la crisis migratoria

Hace una veintena de años, tanto en España y el interés nacional como en Una Política exterior de prestigio, recogía, bajo el doble título de Etica y Politica: Coperación y Emigración, que constituyen dos aspectos íntimamente relacionados, la problemática migratoria, siguiendo a distintos tratadistas coincidentes todos ellos en la tremenda y en incremento envergadura de la incesante llegada de los miles de africanos a nuestras costas, empezando por las Canarias.
El fenómeno resultaba meridiano y lo que es peor, imparable, y por tanto reclamaba, asumido el componente humanitario, ergo solidario, la correspondiente acción administrativa y fundamentalmente diplomática.
En este neotérico orden de la globalización y asimismo de una ética supranacional en ascenso, España, a la búsqueda del puesto internacional que la corresponde, tiene, al menos –escribía yo- un par de frentes, la inmigración y la cooperación, que ofrecen la posibilidad de sacar adelante una política exterior solidaria no fácil pero de prestigio amén de obligada, arropada en ambos casos por una creciente sensibilidad de la opinión pública nacional en asuntos exteriores, que viene impulsando como expresivos jalones, que los españoles suministraran más asistencia per cápita a Ruanda, ante el tremendo genocidio, que la propia potencia excolonial belga, y naturalmente que encabezaran a gran distancia las ayudas de emergencia en las catástrofes hispanoamericanas, hasta que el gobierno de Madrid fuera el mayor donante europeo en los territorios palestinos.
Yo no era precisamente un newcomer en estas o próximas lides y ya hace más de cuatro décadas, en 1976, ponía en Rabat sobre papel oficial, la urgente necesidad de que se reunieran los ministros de Interior de España y Marruecos ante el tráfico que ya despuntaba preocupada y peligrosamente del hachís. Y en cuanto en cierta manera quizá uno de los pioneros en lo que luego se ha manifestado con toda su crudeza entre las principales lacras de nuestro tiempo, espero el consiguiente reconocimiento de Interior, donde la S. de E. Ana Botella a cuyos pies me pongo, está orquestando la reacción a la crisis migratoria desde la rapidez y la eficiencia aunque consciente al mismo tiempo de la dificultad de una debida planificación, por vinculantes razones financieras.
La crisis migratoria y simultáneamente su horizonte contemplable, demandan transformar en datos operativos y en grado razonable, lo que son puras obviedades, es decir, que el problema es europeo en cuanto las fronteras españolas son igualmente europeas. Y segundo, que se requieren fondos, ingentes cantidades dada la entidad de la cuestión, aunque reclamar un Plan Marshall, como se ha hecho, es de suponer que a mero título gráfico, no parece acertado ni por la naturaleza del asunto ni por su alcance ni por su atingencia histórica ni por la inmediatez de los intereses en juego: es muy distinto cooperar con África que levantar la devastada Europa tras la guerra, y que nos lo digan a los excluidos, los españoles y los compañeros de fatigas lusitanos.
Tras la doble rúbrica básica, Europa y financiación, todo lo demás no excede de lo procedimental. La acción diplomática de España tiene que corresponder a su peso atómico internacional, que como es sabido incluye junto a los fundamentales parámetros económicos, otras variables de distinta mensurabilidad y de manifiesta visibilidad. Esto es, la partida se juega en el ajedrez diplomático bruxelense donde la obtención de los fondos -y si bien, en la cooperación, por definición, nunca los fondos considerados suficientes lo terminan siendo- resulta factible. Y son, además, perentorios. Se ha llegado a un punto que no admite dilación. Jean Claude Juncker, que firma la condecoración luxemburguesa que se me otorgó en el Gran Ducado, al que siempre tengo por un eficaz político pragmático y particularmente abordable y simpático, ha precisado a Sánchez que no hay fondos bastantes en los actuales presupuestos, que no contemplaban el supuesto límite al que se ha llegado, pero que desde luego se apresta a conseguirlos, al tiempo de comenzar a desembolsar unas primeras cifras de choque. Correcto; pero ejecútese con la adenda vinculante de la máxima urgencia. La crisis migratoria para España, para Europa, es acuciante, impostergable. Es humanitaria, dramática. Ha estallado. Hágase ver, pues, a los socios comunitarios; habilítense ya los créditos extraordinarios; y por descontado regularícense en los siguientes presupuestos.
En la partida, Madrid vuelve a jugar asimismo la baza germánica, siempre favorable, incluso desde Konrad Adenauer con Franco, y Kohl - con Mitterand- sobre todo hacia González y luego con Aznar y con Rajoy. Pero sus movimientos, con las piezas negras, son a la defensiva. De ahí, que como escribí en Frankfurt bajo la sombra del gran Goethe, si siempre es recomendable quizá ahora, dadas las circunstancias de Berlín, no resulte tan suficiente para la ofensiva, que tiene que ser abierta, total.
Lo demás, ya digo, viene dado en su intrínseca dificultad pero también factibilidad. Primero, arreglo con Marruecos. Termino de escribir España y Marruecos: el crepúsculo de la diplomacia regia, propugnando que no se siga esperando a la eventual reunión de los monarcas, ante la falta de disponibilidad de Mohamed VI, ciertamente involuntaria –recuerdo en una simbología coyuntural tal vez indicada, a Hassan II, negociador por excelencia, siempre dispuesto, de manera invariable, a las conversaciones con independencia de quien fuera el disímil interlocutor español- para insistir en desbloquear temas candentes como éste. Fijación del número de emigrantes dentro de coordenadas razonables para que sean operativos, que puedan corresponder a España y a los demás estados miembros. Cooperación in situ y al máximo nivel, ante todo en los países de origen y luego en los de tránsito; Guinea Bissau es un híbrido, de allí salen pateras pero con nacionales de países limítrofes, no de ellos. La explicación, como ya he escrito, es que hay miseria pero no las hambrunas que azotan recurrentemente a amplias zonas del Sahel. Acuerdos de devolución con todos ellos; cumplimiento de la normativa sobre las devoluciones en caliente. Lucha contra las mafias, a través del CNI y las numerosas consejerías de Interior establecidas en las embajadas. Las interceptaciones en alta mar, una de las claves del asunto, con el Frontex y el Sea Horse. Instalación de muros, en cualquiera de sus modalidades, desde los israelitas hasta el proyectado USA-México. Y por supuesto, eliminación de las concertinas u objetos similares, impropios de standards mínimos de civilización. Centralización de la acción administrativa en una unidad permanente de crisis, mejor que el creado mando unipersonal, que ya se utilizó en Canarias hace una docena de años, y ello hasta para atenuar efectos casi gratuitamente discriminatorios. Y reparto adecuado entre las distintas comunidades autónomas, principio al parecer de más fácil enunciación que de concreción. Este es, exacta o muy aproximadamente, el cuadro procedimental, un modelo de plan integral, que no por sabido resulta menos invocable, no sólo en cuanto salus pública internacional sino hasta si se quiere en el plano didáctico.
Mención aparte requiere la situación en Ceuta , y en Melilla, claro está. Ahí, también es de esperar que Presidencia y Exteriores se decidan a contar con mi singular experiencia y conocimientos en los contenciosos diplomáticos españoles, en los que ahora estoy conferenciando en Argentina sobre Gibraltar-Malvinas, y el distinguido colega Jorge Lidio Viñuela relanza la inquietante posibilidad de que de no mejorar Buenos Aires su política de aproximación a los isleños, las Malvinas pudieran terminar en estado independiente. Lamentablemente la crisis migratoria ha vuelto a poner de relieve la interconexión de las ciudades españolas con los otros dos grandes diferendos, Gibraltar y el Sáhara Occidental, al tiempo que, autónoma y forzadamente, cabalgan sobre ambas dimensiones, la interior y la exterior. Sobre la historia. Sobre el interés y, antes, sobre los principios. Y no de otra manera para un gran país como España, que figura a justo título entre los fundadores del derecho internacional con la introducción del humanismo en el derecho de gentes.

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