Opinión

Diosas, mujeres y feminismo

Los mitos griegos ofrecen una rica fuente de símbolos que permite explorar la complejidad de la mente humana. A lo largo de milenios, estos relatos han plasmado arquetipos universales que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra identidad y la forma en que optamos por vivir. Constituyen, por tanto, una valiosa herramienta para comprender una de las corrientes de pensamiento fundamentales en la actualidad: el feminismo.

Uno de los mitos que mejor representa la visión tradicional de la mujer es el rapto de Perséfone. De manera muy breve, aunque animamos a los lectores a profundizar en este hermoso y simbólico relato ancestral, este mito explica las estaciones del año. Perséfone, hija de Deméter, fue secuestrada por el dios Hades, dios del inframundo y hermano de Zeus. Desdichada y agotada por su búsqueda infructuosa de su hija, Deméter entra en un duelo solitario. La vieja y sabia Hécate se compadeció de ella y acudió en su ayuda. Es ella la que le dice dónde está su hija, pues escuchó sus gritos durante el secuestro. Mientras, los hombres habían acudido a Zeus para quejarse de la esterilidad de la tierra. Entonces, el padre de todos los dioses sentencia que Perséfone pasaría seis meses con su madre, tiempo durante el cual la tierra es fértil, y seis con su esposo y raptor, tiempo en el que la tierra no produce.

Según Pavel Gómez del Castillo la visión tradicional de la mujer está representada en este mito. De un lado tenemos a Perséfone, mujer vulnerable, sumisa y necesitada de cuidados. Por otro lado, Deméter, la madre protectora y, finalmente, Hécate, que podría simbolizar a la mujer experimentada y sabia. Encontramos, por tanto, tres arquetipos femeninos. Muchos de nosotros reconoceremos a Hécate en nuestras abuelas; esas mujeres sabias y con remedios para casi todo. Las mujeres de nuestra generación luchamos, y mucho, para romper con las etiquetas de «mujeres Perséfone» y no todas hemos seguido el arquetipo de Deméter, puesto que la maternidad ya no es nuestro único centro existencial.

El feminismo, en su acepción más pura, es una corriente social que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Los primeros pasos en la lucha feminista fueron aceptados y reconocidos por toda la sociedad como un valor indiscutible, incluso como un patrimonio intangible que nos envolvió a todos (siempre quedan especímenes humanos poco desarrollados, pero de eso no podemos responsabilizarnos como sociedad). Sin embargo, últimamente la lucha feminista parece sufrir una involución. Este hecho es observado, reflexionado y lamentado por un sector de la población y los docentes no somos ajenos a él. Dejando a un lado la crítica fácil a corrientes ideológicas que lo han invadido todo, intentando pudrir la fresca esencia del feminismo, creo que conviene hacer una reflexión más pausada. Somos más libres y tenemos más derechos, sin embargo notamos a nuestro alrededor una corriente negativa que pretende desviarnos de nuestros objetivos. Los datos de la violencia contra las mujeres siguen siendo inasumibles, el empleo sigue siendo menor para las mujeres, los cuidados y las responsabilidades del hogar no son plenamente compartidos. Además, una nueva mujer ha aparecido ante los amedrentados ojos de un sector de la sociedad.

Los modelos femeninos son hoy más libres y, por ende, más complejos. Estamos viviendo una época en la que la mujer se siente dueña de su cuerpo, con un control absoluto sobre todo lo que ocurre en él. Se siente hermosa porque es libre, libre porque es valiosa. Sobre todo lo concerniente a nuestro cuerpo, nos sentimos soberanas. Esa mujer está también representada en las diosas griegas, en este caso, por Afrodita, diosa del placer sexual y el amor, empoderada a través de su propio cuerpo. Para algunos hombres y mujeres (porque también hay, curiosamente, mujeres machistas) este tipo de mujer zarandea los cimientos del esquema social establecido y está siendo más difícil de digerir por un sector de la sociedad. Además, a todo ello se une el hecho de que el feminismo se ha politizado más que socializado. Los diferentes partidos, y esto está sucediendo en todo el mundo, polarizan cualquier aspecto para llevarlo a su ideología. El feminismo, una corriente mundial imparable, no ha podido quedarse al margen. Unos y otros lo han convertido en seña de identidad política, para ondearlo como bandera, frenarlo o mantenerlo bajo cierto control. Feminismo sí, pero con límites. Dichosa polarización que amenaza con embarrarlo todo.

"El feminismo, en su acepción más pura, es una corriente social que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre"

Hace unos días leía que un índice muy elevado de estudiantes universitarios no se sienten cómodos con el término «feminismo» y prefieren hablar de «igualdad». Yo misma he experimentado, con tremenda tristeza, el temor al uso de una palabra que hace unas décadas nos definió con orgullo a toda una generación de mujeres. El feminismo nos cubrió con su manto para hacernos mejores como sociedad, como una bandera de todos, para todos (seguimos dejando al margen a algunos especímenes).

El mundo femenino avanza, se enriquece, se ensancha, se agranda, crece al igual que las libertades que vamos logrando. Hay que reflexionar sobre esto último. Las libertades las ganamos, nunca se regalan. También las perdemos, y este proceso es más sigiloso, callado y torticero; por ello, debemos estar atentos. Esa expansión del mundo femenino incluye a nuevas mujeres que se han unido porque se sienten así y esto ha provocado una nueva división entre las feministas. No es más que un «divide et vinces» sobre el que frenar la unión de un movimiento que debería ser de todos. No nos perdamos en disputas ideológicas, nuestro movimiento merece la unión.

Es indiscutible para el mundo que nos encontramos ante un movimiento crucial. Vivimos una nueva revolución y se llama feminista. Las mujeres exigimos la igualdad para todas y estamos dispuestas a conquistarla. Los síntomas de resistencia deben ser superados. Hay que seguir insistiendo en que no es verdad que ya esté todo logrado. El movimiento feminista no se centra en nuestro mundo avanzado, de mujeres nacidas en democracia, de clases medias o altas. Va más allá, es un deber intrínseco a la lucha, hasta que llegue a todas las mujeres del planeta. Si no, ¿de qué habrá servido la lucha política de Emmeline Pankhurst, la astucia de Ana de Castro Osorio, la valentía de Concepción Arenal, el esfuerzo de Clara Campoamor, la pintura de Frida Khalo, la filosofía de Simone de Beauvoir, la literatura de Virginia Woolf, la perseverancia de Marie Curie, las heridas de Malala Yousafzai o la muerte de Mahsa Amini? ¿Acaso ellas no pensaron en las generaciones futuras? ¿Se conformaron, tal vez, con la comodidad de su situación personal?

La lucha de las mujeres es de todos para todas. En el mundo han aparecido, también en España, los primeros síntomas de una resistencia y una contraofensiva vinculadas a posiciones de la extrema derecha. Hemos de seguir trabajando, convenciendo, insistiendo, argumentando. No es una reivindicación libre de dificultad. Ninguna lucha justa ha sido fácil para el ser humano. Algunos siguen reticentes, matizando las palabras, sesgando términos, discutiendo opiniones, evaluando derivas. No pasa nada. Os esperamos. Aquí, donde cabemos todos. No estaremos indefensas, pues seguiremos manejando la sabiduría de Hécate, la inteligencia de Atenea, la valentía de Artemisa y la independencia de Afrodita.

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